Opinión

Buenismo 2.0

«Sí, os hemos espiado. ¿Y qué?». Este mensaje, quizá con un poco más de tacto, debería contestar Sánchez a los indepes. ¿Qué debe hacer el Estado cuando existen antecedentes e indicios de que altos cargos políticos pueden delinquir contra el Estado? ¿Enterarse de lo que pasa o esperar sentado a que delincan y se vayan a Waterloo? «Sí, envío armas a Ucrania para que se defiendan de Putin». ¿Y qué? Esto deberían contestar Belarra e Irene. Pero por la mañana acuerdan el envío y por la tarde reniegan de ello y se esconden tras equidistantes manifiestos. Está claro que Irene y Belarra no se ven en el espacio de Yolanda, pero les encantaría ver a Yolanda en el Espacio.

Son dos ejemplos del buenismo político que Zapatero, Bambi de puertas afuera, nos enseñó a practicar: todo podía solucionarse con diálogo, tolerancia y solidaridad (con cargo al presupuesto, eso sí). Y, mientras, España se iba al garete y los nacionalistas seguían a lo suyo.

La izquierda blandita siempre ha querido caer bien al nacionalismo y la derecha acomplejada caer bien a la izquierda; y, si te sales de allí, eres un facha. Para caer bien y no ser un facha, Zapatero y cía. Nos enseñaron a confundir deseos con derechos, teorías con valoraciones, razones con emociones, moral con moralina y, en resumen, bondad con buenismo. Y, si alguien no lo entiende, el periodismo progresista se encarga de reconducirnos.

Félix Ovejero, en Sobrevivir al naufragio, nos habla de la “adolescencia política” en la que muchos parecen instalados desde mayo del 68. El escritor describe varias verdades buenistas. Una de ellas es: “Nosotros, a diferencia de nuestros rivales, actuamos por principios”. Es la superioridad moral del propio punto de vista según la cual los buenistas buscan la verdad, el bien y la belleza, mientras que los rivales, “además de ser medio tontos y ordinarios, están movidos por la ambición, entregados a intereses perversos”.

Otra de las tesis buenistas que nos enseña Ovejero es que “la enseñanza de valores morales es condición del cambio político”. Para eso se inventó Educación para la Ciudadanía y hoy ya se encarga de ello Pilar Alegría. Esto lo digo yo, no se lo atribuyan al profesor Ovejero.

Pero, ¿qué más hace el político buenista? En primer lugar, evita el conflicto. Su objetivo es mantener a corto plazo la paz social que le da de comer. Así atiende a los que queman contenedores o dan golpes de Estado que, los que cumplen, ya seguirán cumpliendo.

El buenista, además, no contextualiza y valora la maldad o bondad de las ideas según el momento (es el “presentismo moral” del que también nos alerta Ovejero). Así, hoy la II República fue estupenda y Hernán Cortes malo malísimo. En fin…

Sánchez y los podemitas, ayer becarios con Zapatero y hoy ministros, nos brindan un buenismo 2.0 renovado: convocan mesas de diálogo con golpistas, conceden indultos frente a sentencias revanchistas, pactan con los de Otegui e incluso nos dan un aprobado general y nada de notas numéricas para que nadie se sienta frustrado. Además, el buenismo 2.0 también es equidistante y sectario; así, nuestras jóvenes ministras claman por la paz sin nombrar a Putin y condenan la guerra sin llamarle invasión.

Pero como también nos recuerda Ovejero, Mike Tyson decía que “todo el mundo tiene un plan hasta que recibe un puñetazo en la boca”. Zapatero lo recibió con la crisis de 2008 y Sánchez y Belarra lo reciben día sí, día también, con Pegasus o con Putin. Aunque parece que da igual, lo importante es que sin mascarilla ya se ven nuestras sonrisas.