Opinión

Bienvenidos a la República Independiente de Gentelandia

Ser patriota “no es usar los símbolos de tu país como paraguas de la corrupción”, sino como chándal de la opresión. No es acudir a desfiles militares para homenajear a quienes se dejan la vida en proteger lo que somos y lo que tenemos aunque no seamos conscientes de ello, pero sí utilizar al ejército para someter y amedrentar al pueblo. Es defender la soberanía frente a las preversas multinacionales, mientras te dejas comprar por regímenes que discriminan legalmente a las mujeres, como Irán. Ser patriota es criticar el día de la fiesta nacional con la excusa del genocidio en América, mientras alabas la invasión terrorista islámica —institucionalmente encubierta— de la que somos pasto bajo el consenso de la multiculturalidad.

Ser patriota no tiene nada que ver con celebrar el 12 de Octubre para los que Colón es un exponente del malvado capitalismo medieval, sin reparar en que de no existir su hazaña habrían quedado privados por siempre del descubrimiento de su amada Venezuela. El patriotismo de Podemos y sus anexos es la prédica de la antiespañolidad y la pobreza. Porque los españoles y los ricos “esconden sus intereses detrás de cualquier bandera”, no como ellos, para los que el sentido de lealtad a su país pasa por reescribir el diccionario, tergiversar la historia y proclamarse legítimos dirigentes de la República Independiente de Gentelandia —aunque las urnas no opinen lo mismo— en que desearían convertir a España y que se mueren por gobernar. No es de extrañar.

Todos los que rechazan su identidad y se avergüenzan de los símbolos que la representan son, sencillamente, unos acomplejados que desconocen la naturaleza de los conceptos libertad y seguridad, incapaces de entender y apreciar algo que nunca han dejado de tener. Quienes rechazan el patriotismo representado en lo militar, jamás podrían ni imaginar que en pleno Paseo de la Castellana la norma fuese que francotiradores apostados se dedicasen a disparar a los peatones, algo que sucede a menudo todos los días en otros países y ciudades. Y esto es no exclusivamente, pero sí en gran medida gracias a quienes están detrás para garantizar que esto siga así.

Para aquellos que todavía duden de la necesidad de homenajear a nuestras FAS o se sientan tentados de contagiarse por el absurdo consenso progresista del asamblearismo y la mediocridad, les diré que no se me ocurre una naturaleza menos corrupta, más meritoria y eficaz que la militar. Y no, no se trata de una afirmación emocional, sino de un hecho objetivo. Por algo les confiere la propia Constitución Española obligaciones y atribuciones como garantes últimos de la unidad nacional y la integridad territorial. Porque son una estructura eficiente, independiente y perdurable, que produce un bien perfectamente cuantificable y muy codiciado, por cierto, en el ámbito civil: organización. Mientras en el mundo existen multitud de empresas dedicadas al diseño de modelos estratégicos organizativos para otras empresas, el ejército dispone de un formato contrastado que es capaz de exportar y deslocalizar en cuestión de horas y que sólo ha sufrido leves modificaciones durante siglos, debe significar que es muy bueno. Díganme cuántas instituciones del Estado disponen de la flexibilidad suficiente para adaptarse a situaciones muy diversas y diferentes de su labor principal y además, cobrando lo mismo, sin protestar. ¿Hay algo más patriótico que eso?