Fascismo puro y muy duro
La multinacional del transporte Stef coge el testigo de Decathlon a la hora de claudicar ante la dictadura lingüística, política y social que tratan de imponer desde la Generalitat de Cataluña. Ambas son empresas de origen francés y ambas rinden pleitesía ante las presiones impuestas por Carles Puigdemont y demás golpistas. Stef ha rechazado al número 1 de un proceso de selección por el mero hecho de no ser catalán. Da igual que las actitudes y aptitudes del candidato fueran óptimas. Tampoco importa que llevara cinco años viviendo en Barcelona y que dominara la lengua regional como si fuera un nativo. Su pecado era, simplemente, no haber nacido dentro de los 32.100 kilómetros cuadrados que delimitan Cataluña.
Un caso así sería impensable, incluso, en el Reino Unido del Brexit. En pleno siglo XXI, este tipo de sesgo discriminatorio es impropio de cualquier sociedad avanzada. Sobre todo cuando el mercado laboral en España está sujeto al principio de igualdad y no discriminación. Algo que además está reforzado por el artículo 14 de nuestra Carta Magna. No hace falta recordar lo que sucedió en Europa hace menos de un siglo cuando varios iluminados trataron de imponer un «espacio vital» donde el color de piel, ojos y cabellos delimitaban quién cabía o no. Las sociedades que olvidan su historia están condenadas a repetirla. Por tanto, los catalanes deben rebelarse ante este tipo de conductas alentadas desde las instituciones públicas.
Es importante que los ciudadanos se atrevan a denunciar cada uno de estos hechos, ya que nos retrotraen a un pasado arcaico en el que se estigmatizaba a las personas por razones de nacimiento, raza, sexo, religión u opinión. Metáfora, no obstante, de lo que supone el propio independentismo: atraso, aislacionismo y prejuicios basados en creencias casi mitológicas. Características, en definitiva, que definieron algunas de las páginas más negras del siglo XX. Lo más preocupante es que el mensaje restrictivo de la Generalitat está calando entre algunas empresas, apoderándose también de ciertos sectores de la sociedad. Los catalanes deben desprenderse de él si no quieren ser presa del atraso. Eso no sólo sería perjudicial para ellos, sino que además desnaturalizaría la esencia misma de una región que, por su condición marítima y de frontera entre dos países, ha sido sinónimo de apertura y tolerancia durante siglos.
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