Opinión

El asesino ‘Txapote’, socio de Sánchez

Esta semana en la cárcel alavesa de Zaballa seguro que corrió el champán. No es una figura retórica o metafórica la que escribo. Hace algunos años, tampoco muchos, un guardia civil relató a este cronista cómo el día mismo en que el Cuartel de la Benemérita de Dantzarinea era ametrallado por enésima vez por una cuadrilla de indeseables de ETA, se supo que en ciertas prisiones españolas, desde luego las más cercanas al País Vasco y Navarra, corrió el champán porque, como escribió ETA en su Zutabe: «…la organización da continuas muestras de que sigue su actividad».

Ahora en Zaballa, tras haber recorrido otras prisiones del país, espera su próxima libertad el segundo criminal etarra que ha cometido en su vida más asesinatos: primero, el francés que le disputa el puesto, Henry Parot, con responsabilidad en una sesentena de atentados; segundo, Francisco Javier Garcia Gaztelu, Txapote. De entrada, cuento cómo a veces la casualidad, la suerte o el azar trabajó en favor de la desarticulación de la banda terrorista. Esto sucedió en Bidart y también con Txapote y su detención acaecida el 22 de febrero de 2001.

Ocurrió que la Policía española recibió un tiempo antes la denuncia de un industrial de Irún al que le habían robado una troqueladora y en esa operación de búsqueda y captura de los ladrones apareció de pronto un tiparraco: Ibon Muñoa, que terminó confesando que era poco menos que el correo preferido de un colega homicida que residía, sin que nadie le molestara, en Anglet (Francia). Por cierto, el tal Muñoa había sido el chivato que años antes, 1997, ofreció al grupo de García Gaztelu todos los detalles de la vida del concejal de Ermua, Miguel Angel Blanco.

Txapote fue detenido en Anglet mientras saboreaba tranquilamente un aperitivo en una terraza y, con él, las Fuerzas del Orden de Francia y España terminaron la hegemonía de este sujeto que había sustituido a Kantauri, Arizcuren Ruiz, como jefe operativo de todos los asesinos de la banda. Cuando Txapote llegó a ese poder, una vez apartado de él otro histórico, Antza. Gaztelu ya presentaba una esmerada hoja de servicios para ETA.

Había nacido en Bilbao en 1996 y siendo prácticamente un adolescente se apuntó a la kale borroka, la permanente alteración callejera diseñada entonces por los terroristas para sembrar el pánico y el caos en los principales centros poblacionales del País Vasco y Navarra.

Como en su ciudad natal la kale tenía poco éxito, Txapote se trasladó a San Sebastián, donde perpetró todas las fechorías que se puedan imaginar. A la dirección de ETA aquella bibliografía presentada por el aprendiz no le resultó extraña y pronto le situaron como integrante distinguido de uno de los grupos (comando les llamaban) más sanguinarios de la historia: el Donosti.

Subió y subió Txapote en el organigrama de los facciosos, muchos de los cuales adoraban su vertiginosa crueldad, acrisolada además por las muchas veces que se opuso a dejar las pistolas, tipo Álvarez Santacristina, y comenzar, con Otegi, otro poli-mili renegado, el camino de la subversión política.

No perdamos el tiempo, ni la escritura en recordar todos los atentados de los que fue este energúmeno bilbaíno cabeza principal; solo decir que no se salvó nadie: desde un socialista, Fernando Buesa, al que mandó matar en su calidad de preboste de la banda, a Miguel Ángel Blanco al que descerrajó dos tiros a quemarropa en un bosque para cumplir así con su amenaza de cometer el crimen, si el Gobierno de Aznar no se avenía a liberar a sus colegas presos en diferentes trullos españoles. De aquellos días de horror se vienen rememorando todos los incidentes más notables; sin embargo, no se ha insistido en dos aspectos de gran actualidad.

En las concentraciones por la libertad de Miguel Ángel Blanco destacó sobremanera el papel entonces desarrollado por el lehendakari en la fecha, José Antonio Ardanza. Personalmente, recuerdo esta admonición dirigida a los terroristas: «Sabemos quiénes sois, sabemos dónde estáis, y vamos a por vosotros». Ejemplar: veintisiete años más tarde, el todavía presidente del Euskadi Buru Batzar, Andoni Ortúzar, ha acogido entre risotadas la iniciativa de excarcelar a los presos de peor condición, los más sanguinarios. Algo que produce un vómito similar al que causó a Txapote la contemplación del asesinato que acababa de cometer. Deleznable sujeto este Ortúzar del que muchos peneuvistas se avergüenzan.

El segundo aspecto es también de extraordinario interés: en aquel tiempo gobernaba Ermua, un pueblo dormitorio de inmigrantes peninsulares, el militante del PSOE, Carlos Totorica, personaje estupendo que encabezó todos los movimientos de apoyo a Blanco. Hoy, sigue ostentando la alcaldía el PSOE, pero Bildu, la coalición heredera de aquella Herri Batasuna que fue perseguida en Ermua hasta expulsarla de la villa, tiene cuatro concejales, dos más que el PP, o sea los mismos que acumulaba en 1997. ¡Qué bochorno!

Algo que recuerda aquella sentencia de Camus: «El destino de los mártires es ser olvidados o manipulados». Hoy, con respecto a España, podría añadir lo siguiente: «…y de las victimas ser agraviadas».  Txapote no tiene pueblo, es de Bilbao, donde no es probable que sea recibido con txistu musicando la Espatadanza, pero seguro que Otegi encuentra lugar para un homenaje a su militante más distinguido. Sánchez se convierte así en un cómplice de esta horrenda peripecia, habrá blanqueado en apenas siete años de Gobierno a toda la tribu homicida que convirtió España desde 1960 a 2014 en un inmenso cementerio.

En este tipo de operaciones siempre existe un actor principal, en este caso Bildu, otros secundarios, los leninistas de Sumar, un imbécil de claqué, el PNV, y un compinche imprescindible, Pedro Sánchez. Veintitrés de los etarras que saldrán de la cárcel más pronto que tarde, tienen espeluznantes delitos de sangre, pero son ahora mismo los secuaces del Gobierno de la nación.

Gaztelu, el joven de Jarrai-Hanka-Segi, un personaje sin conciencia, es ya colaborador y beneficiario de las decisiones de Sánchez. Aquí, en España, las víctimas han vuelto a llorar y el Partido Popular bastante tiene con enmendar su enorme pifia, pero, no se engañen, los de Feijóo no tienen otra culpa que su inanidad, y el pueblo en general agranda otra razón no ya para mandar a Sánchez a las tinieblas exteriores, sino para conducirle directamente al banquillo. Es el socio de un asesino.