La apatía política
«Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que no era comunista. / Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, ya que no era socialdemócrata. / Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista. / Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, ya que no era judío. / Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar». Lo dejó escrito Martin Niemöller, pastor y teólogo luterano alemán.
El mejor aliado de los enemigos de la democracia ha sido siempre el desistimiento, la resignación, la apatía política. De las consecuencias de la apatía ante lo que ocurría en el entorno habla el poema de Niemöller, un desinterés militante que permitió la eliminación sistemática y silenciosa de millones de ciudadanos ajenos al régimen totalitario nazi.
Quizá sea un instinto primario de conservación lo que nos impulsa a mirar hacia otro lado, a no oír las voces ni oler el humo para no complicarnos la vida, para no tener que oponernos, para no tener que actuar. El régimen nazi fue creando el clima que hizo posible que millones de conciudadanos de esa buena gente alemana acabaran en los campos de exterminio sin que apenas nadie reaccionara. Y unos por pura desidia y otros muchos – la mayoría- porque ya habían sido infectados por el virus propalado por el régimen para convertir en enemigos a quienes hasta el día anterior eran vecinos o colegas, permitieron que lo que parecía una locura se convirtiera en realidad.
El efecto de la propaganda –los once principios de Goebbels– fue determinante para que el exterminio de millones de opositores al régimen – muchos de los cuales ni siquiera sabían que lo eran y fueron sentenciados por razones de raza, sexo, extracción social…– fuera percibido como algo inevitable para impedir que los malos alemanes expulsaran del Gobierno al Führer. Millones de alemanes que aún se sentían humillados por el final de la Primera Gran Guerra, prefirieron elegir la propaganda y cerrar los ojos a la realidad. Y fue así como se autoconvencieron de que todo aquel que estuviera en contra del gran populista nazi era un enemigo de Alemania, un extranjero, alguien al que debían colocar al otro lado del muro. Un muro mucho más peligroso para la convivencia entre alemanes que el muro físico que dividió la Alemania de postguerra partiendo Berlín en dos.
Pero para reflexionar sobre los peligros de la desidia, de la apatía política y de la propaganda no hace falta que nos remontemos a la etapa en la que millones de alemanes, buena gente, personas no implicadas directamente con el régimen nazi, cerraron los ojos ante lo que estaba ocurriendo en su escalera, en su vecindad, en los comercios de su barrio, en los colegios de sus hijos… Bastaría con que miráramos en nuestro entorno, con que nos miráramos sin filtro, para que comprendiéramos que en España estamos inmersos en ese mismo proceso de levantamiento de muros entre demócratas, de señalamiento de enemigos entre los que hasta hace unas pocas fechas eran colegas, conocidos, vecinos, incluso amigos con los que se podía discrepar mientras se hablaba de todo y se pedía otra ronda o se quedaba para el día siguiente.
Yo conocí en Euskadi los tiempos en los que las cuadrillas de amigos dejaban de hablar de política para seguir saliendo juntos. Eran tiempos entreverados por los atentados de ETA; para mantener la cuadrilla intacta era aconsejable no ser demasiado exigente en la condena y, sobre todo, relativizar la gravedad y el alcance de los actos de la banda y la responsabilidad de sus terminales políticas no directamente implicadas en los atentados.
Pero en aquellos tiempos y ante un enemigo bien real y concreto, nadie se atrevía a calificar como enemigos –o fascistas– a quienes exigían una respuesta contundente ante los actos del nacionalismo obligatorio, del violento y del institucional. Para levantar el muro entre demócratas, para calificar de fascista a la oposición democrática y a cualquier persona que ose alzar la voz frente a las decisiones de Pedro Sánchez, para declarar al PSOE patrimonio de la democracia española y colectivo vulnerable… ha hecho falta que llegaran al frente del PSOE y del Gobierno de España personas dispuestas a aplicar los principios de la propaganda de Goebbels y convertir en enemigo a todo aquel que pudiera disputarle el poder. Así es como hemos llegado hasta aquí.
No, ni hay ni podrá haber nunca campos de concentración en España. Pero sí que hay un odio letal entre españoles extendido y cultivado por quienes ostentan el poder desde el Gobierno de España y en la mayor parte de sus instituciones. Hay un odio tan poderoso, tan sin fronteras, que está consiguiendo provocar el desistimiento. Porque la inmensa mayoría de la gente no saca nada con odiar a su convecino…. Pero es más fácil no implicarse, dejarse llevar por lo políticamente correcto y no pasar a formar parte de los odiados.
No, no hay campos de concentración en España. Pero ya hay un muro entre españoles construido con la firmeza y la maldad del autócrata que ha decidido permanecer en el poder. Un muro que será alto e indestructible como lo permitan nuestra desmemoria y nuestra complacencia.
En el calendario chino, el 2024 es el año del dragón. En España es el año del muro. O no; de nosotros depende.
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