Opinión
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El activismo ‘woke’ se recicla en antisemitismo

El activismo woke que despertó la atención mundial realizando ataques sobre obras de arte, con demandas que frecuentemente se contraponen entre sí como pedir el fin de la agricultura moderna y a la vez solucionar el hambre en el mundo, ha alcanzado un nuevo estadio. En una muy extraña manera de luchar por la vida y por el bien, el 12 de abril pasado, manifestantes de una agrupación ecologista/propalestina bloquearon un camión de bomberos que respondía a una emergencia.Todos llevaban sus keffiyeh, la prenda se convirtió en símbolo del apoyo al islamismo, que se popularizó luego de la masacre ocurrida el 7 de octubre de 2023 en Israel.

Las protestas del activismo woke se alimentan de la moda y del hastío de jóvenes acomodados, por un lado; y de los intereses de quienes la financian, por otro. Es sencillo manipularla, esta turba tiene por fetiche su propia escenificación, una obsesión instagrameable por el virtue signaling que no acepta argumentos razonados; ni siquiera una referencia a la realidad.

La protesta se produjo días después de que, para protestar contra la guerra en Gaza, David Lammy, ministro de Asuntos Exteriores británico, fuera atacado en su casa por activistas que colocaron «bolsas para cadáveres» en su puerta, de que zapatos de niños se colocaran fuera de la casa de Keir Starmer y de que se pegara una fotografía sobre un Picasso en la Galería Nacional. Los manifestantes carecen de apoyo popular, en las calles de Londres los transeúntes les lanzaron huevos y los insultaron largamente, pero ellos sostienen: “Ya no hay normalidad; no debemos actuar con normalidad”.

A finales de enero, algunos miembros de Just Stop Oil se reunieron en Birmingham y decidieron que era necesario ampliar la variedad de temas que justificaban sus conocidas performances. Habrían llegado a la conclusión de que bajo un grupo coordinador, llamado Umbrella, se organizarían subgrupos como Assemble, que debatiría y protestaría contra el sistema; Robin Hood, cuyos objetivos serían los problemas socioeconómicos y de vivienda; y Youth Demand que uniría su activismo ambiental con su activismo antiisraelí.

Juntamente es Youth Demand el grupo detrás de las protestas propalestinas. Se trata de una relativamente nueva organización, formada por el matrimonio compuesto por grupos de activismo proislamita y ambientalistas, que ha intensificado las protestas para llenar el vacío dejado por Just Stop Oil, que ha terminado su ciclo. Afirman que el gobierno del Reino Unido es cómplice del “genocidio” por el conflicto en Gaza y también piden que “los súper ricos y la élite de los combustibles fósiles” paguen por la quema de combustibles fósiles. Tienen dos demandas: un embargo de armas a Israel y la revocación de todas las licencias de petróleo y gas otorgadas por los conservadores desde 2021.

Las razones por las que Just Stop Oil deja de existir son confusas, pero no deja de ser llamativo que el grupo de protesta más famoso surgido del alarmismo climático luego de la decadencia de Greenpeace, se tenga que reconvertir. De hecho, el Partido Laborista, está cumpliendo con casi todas sus fantasías descabelladas sobre el cero neto, y se ha comprometido a eliminar las nuevas licencias de petróleo y gas. No importa, es el trabajo de protestar lo que los motiva. El negocio del caos.

Este nuevo emergente de furia juvenil, nutrido por quienes atacaron la puerta neogótica del King’s College de Cambridge; arrojaron sopa en los ‘Girasoles’ , o pintura naranja sobre las piedras en Stonehenge, cuando Just Stop Oil anunció que cerraban las operaciones, se preparó para desplegar sus flamantes pancartas de color naranja y causar una perturbación brutal en las calles de Londres .

La noticia de sus planes llegó después de que seis partidarios del grupo fueran arrestados bajo sospecha de conspiración para «cerrar Londres con bloqueos de carreteras abarrotados día tras día». Como resultado de la publicidad tras los arrestos, el grupo reclutó cientos de jóvenes para sus fines. Afirman haber movilizado a más de mil personas para participar en unas 60 “acciones”.

El grupo es la última entrega de una serie de movimientos antioccidentales juveniles que se han manifestado en línea y en las calles durante la última década. Estos movimientos fueron impulsados por una ideología destinada a la agudización de los conflictos sexuales, raciales, económicos, religiosos o ambientales, pero unidos por un odio a occidente y al sistema que representa.

Youth Demand, en los últimos cinco meses, ha organizado 25 acciones importantes y con gran cobertura mediática, así que están de fiesta. Copian las tácticas de choque empleadas por grupos por Just Stop Oil y otras como Extinction Rebellion o Insulate Britain. Se podrá decir que es más de lo mismo, pero resulta atractivo para mentes infectadas por el wokismo victimista, condescendiente, ignorante e hipersensible.

Los jóvenes privilegiados impulsan a Youth Demand, muchos de ellos lo hacen como un hobby entre semana, no es un interés de tiempo completo sino una especie de escape temporal del aburrimiento cotidiano. Cuando regresan a su cómoda vida burguesa, sienten que “hicieron la diferencia” gracias a una acción justa y piadosa contra la inmoralidad de occidente. No son ellos los que pagan o sufren las consecuencias de sus actos. A menudo son incapaces de ubicar el objetivo de sus protestas en un mapa, y piden por delirios como una Palestina laica o por la reducción de emisiones desde su abultada cuenta de millas de vuelo.

Las protestas de Youth Demand ofrecen una solución para los jóvenes del primer mundo que quieren salir de su ansiedad existencial y sentirse bien con algo. Youth Demand está perfectamente organizada para este tipo de consumo, los reclutas se inscriben on line y reciben algunos privilegios como cobertura legal, alojamiento gratuito y otros servicios que ya brindaba Just Stop Oil. Las campañas se organizan en bloques de una semana, lo que permite a los participantes no perder compromisos universitarios o personales. Un auténtico campamento temático woke.

Claro que no enfrentan el peligro real. Sus acciones suelen quedar impunes. En algunas manifestaciones, la policía se acerca a los activistas, los levanta y los sube a un vehículo policial con delicadeza. Si están pegados a la pared o al asfalto, se utilizan preciadas horas de trabajo policial al arte de despegarlos sin lastimarlos. Existe un video de una barricada de “Insulate Britain” en el que aparece un policía diciéndoles a los manifestantes que le avisaran si «necesitaban algo». En muchos casos, los arrestados sonríen y saludan a la prensa, y obtienen micrófono para gritar sus consignas. Pasan la noche y son liberados al día siguiente. Esto es lo peor que puede pasar.

El wokismo necesita caos

Mientras tanto enloquecen a los ciudadanos y trabajadores. La cultura woke necesita de la atipia y del caos para sobrevivir, pero también con una masa de frustrados que sostengan un incesante nivel de conflicto. Los manifestantes se sienten muy por arriba del resto, su causa los exime de las normas que atañen a simples mortales. Su regocijo ante la perturbación y la angustia habla mucho de su capacidad de vivir en sociedad. Consideran que su altura moral los legitima. ¿Si tu causa te resulta tan superior, qué límite podrías tener?

Los activistas woke son una pieza más de este escabroso y rentable pasatiempo de elites. A pesar de haber hecho de las suyas en reiteradas ocasiones, los miembros de estos grupos ultrafinanciados, se acercan impunemente a las escenas de sus crímenes. Cuentan con los escrúpulos del oponente. Estos activistas tan escenográficos, cosméticos, dependientes del sistema son el fondo de la olla de una narrativa que tambalea frente al padecimiento y la pobreza de las cientos de personas que empezaron a padecer, en carne propia, de qué iba la transición energética y esa idea de volver a las cavernas en pos de la utopía verde.

Pero ahora han encontrado en el activismo propalestino un nuevo juguete. Y en el terrorismo islamista encontraron un nuevo aliado. No se preguntan qué pasaría con ellos si realmente pusieran un pie en Gaza. No les importa cómo tratan ahí a los homosexuales o a las mujeres sus nuevos socios. No les interesa que la financiación de Hamas provenga de los grandes productores de petróleo. No les importa que los objetivos de sus dos causas fundacionales sean contradictorios. No les importa la razón ni la lógica.

El activista de Youth Demand usa la escala de valores que repudia como escudo protector. Es el accionar clásico de quien toma rehenes y estos jóvenes tienen de rehén a la cultura occidental. Se saben impunes y no tienen incentivos para terminar con esta locura. Por eso estos movimientos se van a seguir multiplicando como hongos. El problema es que, en su completa imbecilidad, se están asociando con verdaderos chacales y están transformando su poder de manifestarse en un semillero de antisemitismo.