El efecto Mary Poppins en el Banco Popular
Seguro que muchos de ustedes han visto esa magnífica película de Walt Disney que narra las aventuras de Mary Poppins con la familia Banks, según los personajes creados por P.L. Travers. En una de sus escenas, el señor Banks lleva a sus hijos al banco en el que trabaja para que conozcan la realidad del mundo financiero y laboral. De camino, su hijo quiere emplear dos peniques en comprar comida para las palomas, pero su padre no se lo permite, al tiempo que le dice que le enseñará en el banco qué puede hacer con ellos. Una vez allí, el presidente del banco persuade al niño para que abra una cuenta e ingrese los dos peniques mientras le canta las excelencias de la entidad y todas sus inversiones, pero el niño se niega. No obstante, el banquero se los arrebata y el niño comienza a chillar exigiendo la devolución de sus dos peniques. En el patio de operaciones, varios clientes oyen los gritos del niño y llegan a la conclusión de que a un cliente no le quieren devolver su dinero, de manera que temen que el banco no lo devuelva porque no puede y se apresuran a retirar sus fondos.
La noticia corre como la pólvora por todo Londres, de forma que multitud de impositores acuden para cancelar sus cuentas y lograr el reintegro de su dinero. Ante tal avalancha, el banco tiene que cerrar sus puertas para no morir por una noticia falsa que estuvo a punto de arrastrar a la quiebra al ficticio Fidelity Fiduciary Bank —el nombre del banco en la versión original de la película— sin motivos para ello más que el pánico desatado por la exageración de una falsedad. En junio de 2017, otro banco, en este caso tan real y español como el Banco Popular Español, caía el siete de dicho mes por una crisis de liquidez tremenda. El banco moría por ese tipo de infarto de las entidades financieras que es la iliquidez, pero, ahora bien, por una iliquidez de la que la entidad no adolecía, sino que fue provocada por meses de rumores, muchos exagerados, con especial ensañamiento en los últimos 40 días, donde la entidad vio salir miles de millones de euros de las cuentas de sus clientes ante el lógico miedo de los mismos por las reiteradas noticias que aparecían en prensa.
Su negocio básico ganaba mil millones de euros al año —según sus cuentas presentadas— y su gran problema inmobiliario se podría resolver con una gran ampliación de capital que permitiese acelerar la desinversión y liberar ese lastre. Ese siete de junio de 2017, se realizó una subasta y el banco se adjudicó por un euro. La Junta Única de Resolución consideró insolvente o en vías de serlo a Banco Popular y por ello tomó esa decisión. Ahora, tras las distintas peticiones legales que se han sucedido ante el panel de recurso del organismo, ha publicado los documentos realizados por una auditora-consultora, eliminando lo considerado como confidencial.
En dichos documentos se indica que Popular era solvente dos días antes, y que su caída se debe a la ausencia de liquidez. Por tanto, cabe pensar que si era solvente hasta su caída, puede que no fuesen muy veraces las informaciones que apuntaban a la insolvencia del Popular durante los meses previos, que fueron las que desataron el pánico y, como en Mary Poppins, sobre una posible base no real se originó una masiva retirada de fondos que hundió al que era el sexto banco español y el primero en cuota de mercado de pymes y autónomos, acabando, así, un modelo de negocio de banca tradicional y traje a medida para los clientes, así como con una forma de entender la banca, el banco, los accionistas, los clientes, los empleados y todos los que formaban parte de él.