Escapadas rurales con encanto para esta Navidad
En estas fechas en las que el ritmo de las ciudades se dispara entre compras de última hora, comidas que se alargan más de la cuenta, alumbrados y villancicos, muchos empiezan a mirar el calendario con un deseo cada mes más necesario: desconectar. Hacer una pausa. Respirar otro aire, más limpio, más reposado y auténtico. Y es que, entre tanto ruido urbano, hay quien aprovecha sus vacaciones navideñas para encontrar refugio en lo esencial. En salir de la gran ciudad, cambiar los ruidos diarios por el canto de un gallo y redescubrir esa España rural. Pueblos donde el tiempo parece ir a otro ritmo.
La Navidad puede ser un buen momento para reconectar con la naturaleza, con grandes paisajes, y con hoteles donde el lujo no está en lo ostentoso, sino en el detalle, en el silencio y en la hospitalidad. Y es que, aunque parezca mentira, aún existen lugares donde uno puede permitirse el lujo —el verdadero— de no hacer nada. De despertar sin alarma, de mirar por la ventana sin ver otro edificio enfrente, de pasear sin rumbo y sin reloj. Lugares donde el café se toma sin prisa, la comida sabe a hogar, y el día se estira entre lecturas, chimeneas y paseos con bufanda, pero sin estrés. Para muchos, esta idea de escapada es casi una necesidad. Un pequeño paréntesis entre el frenesí del cierre de año y el vértigo de lo que vendrá.
Lo interesante es que no hace falta irse muy lejos para lograrlo. Basta con salirse un poco del mapa habitual, abandonar la autovía y dejarse llevar por esas carreteras comarcales que serpentean entre campos, dehesas y sierras. Ahí es donde aparecen, casi como un secreto bien guardado, esos hoteles con alma que parecen sacados de otra época, pero con las comodidades del presente.
Si la escapada que buscan tiene nombre de bosque, de silencio y de mar abierto, entonces conviene mirar hacia el norte. En plena Reserva de la Biosfera de Urdaibai, en Bermeo, se alza Nafarrola, un caserío del siglo XIII reconvertido en hotel boutique. Aquí todo tiene una intención: desde la arquitectura, hasta una propuesta gastronómica que funciona como mapa sensorial del territorio. Su restaurante, Rola, se guía a través del producto local y la técnica afinada de Gaizka Goikoetxea, cocinero con alma de paisajista. Y como cada relato necesita su copa, el txakoli de la zona —más de treinta referencias— articula una bodega que cuenta historias propias.
En cambio, si el cuerpo pide campo abierto y sabor a cocina de raíces, la opción pasa por bajar hacia el sur y dejarse envolver por la sobriedad amable de la Mancha profunda. En Torre de Juan Abad, uno de esos pueblos que parece ajeno al paso del tiempo, El Coto de Quevedo ofrece un tipo de hospitalidad que nace del conocimiento y la honestidad. El entorno invita al recogimiento. Y la mesa, claro, responde con contundencia: cocina manchega revisada, donde el producto local —el cordero, el queso, el vino— se trata con respeto.
Por otro lado, si lo que apetece es combinar el reposo con un buen paseo entre cepas, y terminar el día con una copa de tinto mirando al río, entonces hay que marcar en el mapa Quintanilla de Onésimo, en pleno corazón de la Ribera del Duero. Allí se encuentra Fuente Aceña, un hotel boutique instalado en un antiguo molino harinero que mira directamente al Duero. El ritmo aquí lo marca el río, que baja con calma mientras los viñedos que lo flanquean dibujan el horizonte. La experiencia es sencilla y placentera: gastronomía honesta, habitaciones confortables, y la posibilidad de perderse entre bodegas míticas o caminar junto a las riberas.
Y si el plan pasa por una escapada de alta cocina, historia familiar y entorno idílico, la dirección es clara: Ezcaray, en La Rioja. Allí, el Hotel Echaurren, miembro Relais & Châteaux, lleva más de un siglo combinando hospitalidad, paisaje y una gran cocina. No es solo un hotel con estrella. Es una casa con identidad propia, gestionada por la familia Paniego desde hace cinco generaciones, donde cada detalle —desde las habitaciones hasta el desayuno— ha sido pensado para ofrecer una hospitalidad de lujo. El entorno no desmerece: el Valle del Oja y la Sierra de la Demanda ofrecen rutas, nieve y esa belleza serena del norte rural.
Al final, de eso se trata. De regalarse unos días en los que el tiempo no pese, en los que el paisaje acompañe y el descanso no se limite a dormir bien, sino a vivir despacio. Estos hoteles prometen autenticidad. Un tipo de lujo silencioso que deja huella. Así que, si este diciembre quieren cambiar las luces de neón por la luz de una chimenea, las prisas por paseos y los villancicos en bucle por el sonido de un río, un bosque o el silencio más puro… ya saben dónde buscar.
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