España

Vicente Gil: «Enhorabuena a PP y Vox que siempre se pelean cuando Sánchez más lo necesita»

La Transición ha muerto. La sesión de este martes en el Congreso lo certifica. Política y socialmente. Políticamente porque la Exposición de Motivos de la Ley de Amnistía es la confesión de un Estado que se declara fallido, que se dice a sí mismo que no es democrático y que reconoce que los jueces prevarican y persiguen políticamente por razones ideológicas. Es decir, un harakiri en toda regla, que es el paso previo a un proceso constituyente más de facto que de iure para terminar siendo, con los años, de iure también. Es lo que persiguen el PSOE y sus socios.

Socialmente, la Transición ha certificado su defunción este martes porque quienes han defendido en la tribuna del Congreso, con más ardor que el propio PSOE, la amnistía, son una nueva generación que no la vivió. Diputados de la ultraizquierda, señoritos revolucionarios, calentitos y burgueses, hijos de la beautiful felipista del PSOE, nacidos en esta democracia, pero que la detestan y quieren derrocar. Y nacidos en un país del que se avergüenzan. Por edad, crecieron en las escuelas de la España constitucional y la Logse, que les ha convertido (por complejitos de la derecha en la educación) en unos extremistas contra todo lo que suponga España, la democracia y la Constitución. Y que desprecian, además, a las víctimas de ETA, gracias a las cuales ellos viven en libertad.

Este es el fracaso real de la Transición y de la Constitución de 1978. Es un proceso cultural, social, mediático y político, desgraciadamente irreversible, que irá a peor, salvo que alguien venga a cambiar las cosas radicalmente y visión de años. Con motosierra o sin ella, que esto no es Argentina, pero con valentía, determinación, sensatez e inteligencia. Para cambiarlas si queremos sobrevivir como nación, sabiendo que se juega un terreno embarrado por la izquierda con décadas de adoctrinamiento.

La Transición ha muerto. Del discurso de Feijóo, me quedo con la comparación con la tarde del 23-F y con una frase del presidente del PP: «La amnistía deja en papel mojado el discurso del Rey Felipe del 3 de octubre de 2017». Es, salvo error mío, la primera vez que Feijóo cuela a la Corona, al Jefe del Estado, en este debate. Dos referencias nada casuales. El golpe del 23-F que paró su padre, el Rey Juan Carlos. Y el golpe catalán del 1-O que paró su hijo, el Rey Felipe. Ambas escenas, ahora, contrapuestas, con la perspectiva histórica, son la expresión cronológica de la derrota de nuestra democracia con 40 años de por medio.

Pedro Sánchez, por supuesto, ha pasado de ir al Congreso. Lo previsible. No es la primera vez. Desprecia el poder legislativo. Él pacta en la clandestinidad en Suiza.

Allí ha estado el pobre López -Patxi- de ariete, aguantando las andanadas de Feijóo. Lo cierto es que les entra todo lo que les decimos por un lado y les sale por el otro. Pero, aparte de López, el Gobierno ha tenido al resto de portavoces de la mayoría Frankenstein entregados a la causa. No tanto para defender la amnistía, que la dan por hecha, como para ser, una vez más, los mamporreros del PP. Las sesiones del Congreso son, habitualmente, un pim pam pum contra el PP. Un todos contra el PP, pasando por Vox. Muy bolivariano.

Abascal también ha atizado a Feijóo por repartirse con el PSOE los puestos clave de las comisiones mixtas Congreso-Senado que suponen, además, y aquí está el quid de la cuestión, una ayudita extra en el sueldo de cada diputado. Estar en la oposición es duro. No es lo mismo que pillar poder.

El espectáculo del enfrentamiento entre PP y Vox que tanto satisface al felón de La Moncloa suele llegar siempre, eso es cierto, como ha dicho Miguel Tellado, cuando Sánchez más apurado está. El narciso monclovita afronta una semana complicada políticamente, aunque a él se la pele todo y se descojone de todos nosotros haciendo chanzas con Jorge Javier sobre el mediador salvadoreño.

Después del Congreso, Sánchez tiene, este martes, sesión en el Parlamento Europeo de Estrasburgo en un debate sobre la presidencia española, que será un debate sobre la amnistía y sus delirios con Israel. ¿Veremos la foto infame de Sánchez con el prófugo Puigdemont o un encuentro casual por el pasillo? Les veremos debatir cara a cara porque -a esta hora- Puigdemont tiene previsto salir a la tribuna.

Y así las cosas para Sánchez, PP y Vox han decidido volver a las andadas. El PP acusa a Santiago Abascal y a Vox de salir, una vez más, a salvar al soldado Sánchez cuando más lo necesita con lo de colgar de los pies al presidente, en referencia retórica hecha en la Argentina de Milei.

La izquierda mediática, azuzada por el Gobierno, se lanzó a exigir a Feijóo que lo condenara. El típico acoso a la oposición del que el PP parece no saber zafarse. Feijóo lo condenó en coherencia con su visión personal de la política. Pero se olvidó de recitar, a continuación, alguno de los miles de ejemplos de casos peores que las referencias retóricas de Abascal. La ingente cantidad de veces que la izquierda ha protagonizado declaraciones y actos públicos deseando el asesinato a tiros o la guillotina para la oposición, el Rey y sus hijas. O escenificando, incluso, cómo los jóvenes del PSOE en Alicante le cortaban la cabeza a Rajoy, compañero de Feijóo.

Los complejos del PP ante la izquierda mediática y la testosterona dialéctica de Vox, que sólo hace ganar apoyos a Sánchez, llegan siempre cuando Sánchez más lo necesita para distraer la atención del meollo de la cuestión. Que la Transición es historia. Que nos están robando la democracia. Y que vamos a la partición de España y a una dictadura de izquierdas.

PP y Vox siempre se pelean cuando Sánchez más lo necesita. Tiene mérito. Enhorabuena a todos. No parecen haber aprendido nada del 23J. Gracias a las torpezas y egoísmos poco patrióticos de ambos, Sánchez duerme calentito en La Moncloa cuando estaba muerto. Y luego nos pedirán que salgamos a la calle. Verles es desalentador.