Stalin, el ídolo de la politóloga de Maestre, fue un genocida culpable de decenas de millones de muertes
La carretera de los huesos: la vergüenza del Gulag de Stalin
Stalin y el disco en una sola noche
Qué es el laboratorio de excrementos de Stalin
Josef Stalin (1878-1953), máximo líder del comunismo soviético, sigue causando sensación en la izquierda española actual. Como desvela OKDIARIO, Rita Maestre (Más Madrid) ha contratado con dinero público como asesora a una joven politóloga que venera a este dirigente, a pesar de tener a sus espaldas millones de muertes. Este dictador de origen georgiano gobernó la antigua Unión Soviética con mano de hierro. Fue el responsable de hambrunas descomunales (el llamado Holodomor o genocidio ucraniano), campos de concentración y un pacto con Adolf Hitler para el sometimiento de toda Europa.
Desde el inicio de su mandato en 1924, hasta el día de su muerte, en 1953, el mandatario y dictador ruso se convirtió en una persona admirada por unos pocos que le rodeaban y muy odiada por las atrocidades que era capaz de cometer y autorizar. Tanto fue así, que existen muchas situaciones que nos dejan una muestra de cómo Stalin era capaz de aterrorizar a los suyos con una sola palabra.
La Unión Soviética, bajo el yugo de Stalin, cometió auténticas atrocidades para intentar ser la primera potencia mundial a principios del siglo XX. Entre ellas, el Holodomor, es decir, el genocidio de millones de ucranianos a los que se les dejó sin alimentos. Además, los campos de prisioneros, conocidos como gulags fueron uno de los rasgos característicos del régimen estalinista implantando tras el régimen de los zares.
Al principio, tras la muerte de Vladímir Lenin en 1924, compartía el poder del Partido Comunista con dos colaboradores. Sin embargo, acabó purgándolos. Precisamente caracterizó su etapa en el poder por infundir el miedo a los críticos.
En el ámbito económico desplegó políticas de planificación centralizada. Los planes quinquenales llevaron a la colectivización del campo. Todo pasaba por el control estatal. Aquellos que no colaboraban con el régimen acababan por miles en campos de concentración, deportados y asesinados. En 1937, en una campaña contra supuestos enemigos de su Gobierno se desarrolló la Gran Purga, cientos de miles de personas fueron ejecutadas, incluyendo dirigentes del Ejército Rojo acusados de organizar complots al gobierno.
En agosto de 1939, Stalin pactó con la Alemania nazi de Hitler. Dividieron sus esferas de influencia en Europa. Así, la Unión Soviética recuperó zonas del antiguo Imperio ruso (Polonia, Finlandia, las repúblicas bálticas, Besarabia y el norte de Bucovina). Posteriormente, se enfrentó al Tercer Reich y encabezó las delegaciones soviéticas en las conferencias de Yalta y Potsdam, en las que se definió la Europa de posguerra y surgió la Guerra Fría. En Asia, estableció buenas relaciones con los también tiranos Mao Zedong en China y Kim Il-sung en Corea del Norte.
Una de las vergüenzas, fruto de su régimen que todavía hoy se puede recorrer, fue la construcción de la Autopista de Kolimá, más conocida como la carretera de los huesos. Precisamente, se construyó de ese material de forma literal. La carretera, de más de 2.000 kilómetros que recorre gran parte del Círculo Polar Ártico, se llevó a cabo por prisioneros políticos del régimen que trabajaban de sol a sol y en donde se utilizaban los huesos para poner debajo del asfalto.
No hay datos oficiales sobre cuántas personas perdieron la vida en la construcción de esta carretera de los huesos de Stalin (se dicen que unos dos millones de presos), pero solo en 1952, época de máximo apogeo de los Gulags, estaban bajo la supervisión más de 200.000 prisioneros en diferentes campos. Una buena parte sirvieron para levantar la carretera.
Otra anécdota que demuestra el autoritarismo de Stalin se registró una noche en 1943, con la Segunda Guerra Mundial en su apoteosis. En pleno conflicto, la pianista Maria Yudina interpretó un concierto para piano. Se emitió por Radio Moscú. Stalin lo estaba escuchando y exclamó: «Quiero esa grabación». Quería un disco a la mañana siguiente en su despacho. Sin embargo, el recital no se había grabado. El terror entró a los hombres de Stalin y apuntaron: «Si no está grabada, que no salga nadie del recinto». Se tuvo que repetir la actuación y grabar esa misma noche la obra.
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