Iglesias dimite como vicepresidente y Sánchez le niega la tribuna de Moncloa para su despedida
La institucionalidad le cortaba las garras, además de hundir a Podemos
Él considera que España no es una democracia normalizada. No son pocos los que hoy creerán que España se sacude una anomalía democrática. Y dormirán a pierna suelta. Pablo Iglesias (Madrid, 1978) ya está fuera del Gobierno de España. Acaba de firmar su dimisión tras participar en su última reunión del Consejo de Ministros. Apenas 442 días ha aguantado en una vicepresidencia de rótulo rimbombante pero vacía de contenido. La institucionalidad le cortaba las garras, además de hundir a Podemos.
A diferencia de lo que ocurrió hace unas semanas, cuando Salvador Illa se convirtió en el candidato a las elecciones catalanas, el dirigente de Podemos no comparecerá en la Sala de Prensa de Moncloa. No pisa por allí desde el pasado 7 de julio. La tribuna está prácticamente vetada a los ministros de Podemos desde hace meses. Corren malos tiempos para el Gobierno de coalición.
En realidad, Pablo Iglesias no ha dimitido: se ha puesto a salvo. Intenta sobrevivir. El inesperado adelanto electoral en Madrid le ha ofrecido el escenario que necesitaba para revitalizar un partido que se desnaturaliza en el poder. Y allá va el macho alfa, pecho al descubierto, a plantar cara a la «derecha criminal». Ayuso ha librado a España de Iglesias en el Gobierno. Está por ver si no cae ella el 4M por un ajuste de aritmética parlamentaria.
No nació el líder de Podemos para la gestión de los problemas reales. Está como pez fuera del agua sin la agitación social. Disfruta en el chapapote de la demagogia populista. Surfeó la ola del descontento que fraguó en el 15-M y la atrapó en un partido que ha liderado a golpe de piolet. De aspirar a conquistar los cielos por asalto, acabó de mano de la vieja política repartiéndose ministerios, cargos, RTVE… A punto estuvo de conseguirlo con los jueces.
Pablo Iglesias sale del Gobierno para mantener el discurso reivindicativo que le llevó a la vicepresidencia. Pero su megáfono ahora suena tan hueco como esa Agenda 2030 que tanto le aburría. «En el momento en el que nos parezcamos a la casta, estamos muertos», avisó en 2014. Seis años han sido más que suficientes para convertirle en lo que tanto despreció.
Porque casta eran, nos dijo, esos políticos que viven en urbanizaciones acomodadas. Casta era tener chalet con piscina en una parcela de 2.348 metros cuadrados y no un piso de 60 metros en Vallecas como del que salió. Y casta, sobre todo, era amasar un patrimonio que junto al de Irene Montero ya supera el millón de euros.
El apóstol de ‘la gente’ es hoy paradigma de cómo dedicarse a la política puede mejorar el bienestar de toda una familia. Pablo Iglesias deja el Gobierno, pero no vuelve a su plaza de profesor interino. Ha prosperado con la política y pretende seguir haciéndolo. Necesita que Podemos no muera de desafecto.
«¿Entregarías la política de un país a quien se gasta 600.000 euros en un ático de lujo?” Él lo hizo en un casoplón y eso espera. Que la memoria de los votantes soporte la aplastante doble moral que hay de aquel tuit a la dacha de Galapagar. Al candidato Iglesias le urgen votos renovados para seguir cabalgando contradicciones. Y cree que los encontrará en Madrid, la madre de todas las batallas, al grito guerracivilista de «¡No pasarán!».