¿Qué es y como funciona un aval?
Algunas veces, especialmente para conceder préstamos de un valor alto (como hipotecarios) las entidades financieras piden que el solicitante tenga un aval. Se trata de una garantía adicional de pago que se ejecutará en caso que la deuda no se esté pagando en los plazos establecidos.
Así pues, hay dos figuras: el avalador y el avalado. El primero es el que se compromete a hacer frente la deuda, con su patrimonio incluido, en caso que el avalado no pueda. El avalado es, por lo tanto, el titular de la deuda por la cual se concede la financiación.
Podemos encontrar dos tipos de aval: el personal y el bancario. En el primero el pago está garantizado por una persona física o jurídica. A esta persona o empresa se le puede reclamar el pago del importe pendiente, al cual deberá hacer frente con la totalidad de sus bienes. Es el más habitual en el caso de préstamos hipotecarios.
En cuanto al aval bancario: el pago está asegurado por una entidad financiera. A diferencia del anterior, los costes que deberá asumir la persona son mayores, ya que se trata de un respaldo financiero más seguro que en el caso del aval personal.
En teoría, se considera que la solvencia y liquidez de una entidad financiera es mayor que la de una persona física o jurídica. Por lo tanto, el avalado deberá tener el banco la cantidad correspondiente en el aval pignorada (es decir, sin uso) y, encima, deberá afrontar toda una serie de costes en forma de intereses o comisiones de apertura o estudio.
¿Cómo funciona un aval?
Un aval funciona de la siguiente manera: en caso que suceda un impago, el acreedor, primero de todo, pide al deudor que abone las cantidades que en su momento pactaron, con los correspondientes intereses y comisiones por la demora.
En caso que esta persona no sea capaz de afrontar el pago, entonces se ejecuta el aval. A partir de este momento, el avalista tiene la obligación de hacer frente a la deuda (con todos los costes adicionales incluidos) como si fuera él quien contrajo la deuda. Por ese motivo, es muy importante lo siguiente:
- Solamente avalar en caso de estar seguros de la solvencia del avalado: avalar a alguien es incurrir en un gran riesgo. En caso que el avalado no pueda pagar, entonces uno mismo se convierte en titular de la deuda, de forma que deberá cargar con las deudas propias y de la otra persona. Por lo tanto, antes de dar este paso, vigilar y estar seguros que los pagos se irán solventando con regularidad.
- Ser avalado por alguien de contrastada solvencia: si uno mismo no está muy seguro, por su situación personal, de hacer frente a los pagos, como mínimo hay que asegurarse que aquella persona o entidad que actúa como avalista no tendrá problemas para, durante el periodo de tiempo de más dificultad, ir aportando el dinero correspondiente. En caso contrario, hay el riesgo de quedarse sin nada.
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