El nuevo Nobel de Economía considera «antidemocráticas» las ayudas al Tercer Mundo
El economista escocés Angus Deaton, profesor de la Universidad de Princeton que ha sido galardonado con el Nobel de Economía de este año, ha analizado a lo largo de su carrera los efectos que tienen las inyecciones de dinero de los países desarrollados al Tercer Mundo. Su conclusión es clara: este tipo de ayudas tienen más aspectos negativos que negativos y, además, son «antidemocráticas».
Deaton explica en su libro “The Great Escape” que las ayudas al desarrollo que reciben los países menos desarrollados generan incentivos perversos para sus gobernantes, tales como el control de la población, que «a menudo se realizan con la colaboración de los políticos locales configurando un claro ejemplo de ayuda antidemocrática y opresora».
Es decir, que el dinero público de los países occidentales no obliga a los políticos locales a responder ante sus votantes (o súbditos) por sus decisiones económicas. Para el profesor escocés la pobreza no es un problema de pocos recursos, sino de instituciones no consolidadas, gobiernos corruptos y “políticas tóxicas”.
Esta tesis se va cada vez implantando más en el mundo académico, recuperando la línea argumental del economista húngaro Peter Bauer: «las transferencias de Gobierno a Gobierno son un método excelente para transferir dinero de los pobres en los países ricos a los ricos en los países pobres (…) dar dinero a los gobernantes sobre la base de la pobreza de sus súbditos remunera las políticas de empobrecimiento».
Para Bauer también es vital, como para Deacon, potenciar las instituciones para que el entorno favorezca la existencia de proyectos productivos que favorezcan el esfuerzo de las empresas y atraigan capital.
La crítica al sistema internacional de ayudas a los países en vías de desarrollo tiene también como protagonista a la economista africana Dambissa Moyo, autora del libro «Dead Aid» (la ayuda que mata). Moyo aboga por detener las ayudas económicas a los países africanos, excepto en caso de calamidades o catástrofes puntuales, dejando que el continente construya una economía propia en el curso de los próximos cinco años.
El principal argumento de la economista para abolir la actual estructura de ayudas es que la mayoría de gobernantes africanos siguen en sus puestos porque el dinero sigue llegando desde Occidente. Los responsable políticos receptores del dinero no están obligados a mantener y mejorar las infraestructuras de sus países respectivos, porque se da por hecho que no tienen capacidad para ello.
De esta forma, explica Moyo, los dirigentes africanos no tienen responsabilidad alguna de lo que pasa y «pueden seguir empleando el dinero en lo que les parezca oportuno, siempre ligando el gasto a su beneficio personal». En cuanto a los habitantes, sólo pueden sobrevivir gracias a la caridad, no aportan nada a las economías de los países y carecen de la mentalidad adecuada para exigir a sus gobernantes que cumplan con sus deberes.
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