Economía
¡Soy libertaria!

¿Les vamos a dejar seguir avanzando?

Esta transición obligada a través de la maraña regulatoria, está siendo todo un disparo en el pie a la industria del automóvil

Hace escasas semanas el CEO de Volkswagen exponía de manera alarmante que la compañía tiene uno, o tal vez dos años para poder cambiar su rumbo tras la brutal crisis que está sufriendo la otrora boyante industria del automóvil alemán debido a la compleja transición hacia el coche eléctrico ante unas declaraciones que suponen un claro desafío a la burocrática Europa del bienestar y con la amenaza de cerrar dos factorías en Alemania por primera vez en la historia del gigante mundial del motor. Como puede que sepan, uno de los puntos clave de la agenda 2030 es la movilidad de las personas y la transición hacia el coche eléctrico. Las compañías están obligadas a declarar una cifra de emisiones máximas vendidas, lo que implica un incremento gradual en la venta de vehículos electrificados en 2.025, 2.030 y 2.035. Esta transición obligada a través de la maraña regulatoria impuesta por los políticos cerreros de turno, está siendo todo un disparo en el pie a la industria del automóvil puesto que los fabricantes europeos tras invertir ingentes sumas de efectivo ven como es el consumidor el que solicita motores de combustión, debido al gran coste del precio del coche eléctrico. Ante esta paradoja, las compañías se ven obligadas a plantear el cierre masivo de complejos industriales para evitar que en 2.025 las autoridades sancionen con multas multimillonarias a las empresas que, habiendo hecho su trabajo, se encuentren en un bajo nivel de demanda colapsando así sus cadenas de producción.

Sin duda, este hecho sólo puede terminar de dos maneras; o bien ante la flexibilidad alargando la transición, es decir siendo laxos con las sanciones, o bien potenciando la compra de coches eléctricos con subsidios que incentiven al cambio para los ciudadanos. Como ven, el intervencionismo ha convertido la otrora envidiada producción industrial de Alemania en un juguete roto para el seno de una Unión Europea, que más que transfigurar en una solución para ciudadanos se ha convertido en un centro de privilegios para los Estados, lo que evidentemente deteriora de manera flagrante nuestras libertades. Y precisamente por este motivo detesto la regulación, puesto que la maraña regulatoria obedece a las ideologías de los políticos de turno y desobedece al pilar de la libertad que es el derecho consuetudinario o trazado con el paso de las generaciones a través de las costumbres y creador de los derechos naturales que se amparan en el marco de la Ley Natural, la única Ley que verdaderamente es justa. La justicia en base a la costumbre es aquella justicia hilvanada a través de los acuerdos privados que en colectividad han resuelto situaciones problemáticas. Y sí, ese es el centro de mi ideología libertaria.

Por tal motivo los libertarios defendemos de manera acérrima la propiedad privada, en el amparo del derecho natural y sobre el axioma de no agresión. En él, salvaguardamos que ningún individuo o grupo de ellos puede cometer una agresión contra la persona o su propiedad. Por lo tanto, el libertario defiende con firmeza las libertades civiles y define como un crimen la invasión violenta a la persona o a su propiedad. En contraposición, los individuos en libertad aprenden los unos de los otros y cooperan e interactúan socialmente entre sí como un pilar esencial en la supervivencia del ser humano. Acusar de individualista o egoísta a un libertario es si más no una falsedad autoritaria, puesto que recibimos con agrado el proceso de intercambio voluntario y cooperación social de manera libre. Por este motivo, el derecho natural comienza por el derecho a la propiedad de uno mismo. Negar este derecho me parece absurdo, ¿no les parece?

Sin embargo, existen dos sistemas de cooperación social opuestos al que defendemos los libertarios. Uno, el totalitarismo y el otro el comunismo. En el primero unos pocos tienen la propiedad de cada individuo siendo sistemas basados en la esclavitud. Mientras que los sistemas comunistas o basados en el colectivismo participativo se sujetan en la idea de que cada individuo deberá tener el derecho de poseer su misma cuota relativa, idéntica al resto, lo cual es absurdo. Esta idea descansa sobre la premisa de que no puedo obtener el derecho de propiedad sobre mí mismo, pero sí puedo tener el derecho a poseer una parte de lo de los demás. Los sistemas comunistas derivan en y de sociedades conformistas y desincentivadas por completo, puesto que ningún ser humano es libre de realizar ninguna acción, sea cual fuere, sin la orden de todos los demás miembros de la comunidad, lo que llevaría a la extinción de la especie o bien a definir el poder sobre los hombros de unos pocos, que seguidamente pasarían a dominar sobre los demás, dejando el sistema comunista en la primera opción, es decir, en un sistema totalitarista en el que unos pocos terminan obteniendo la propiedad sobre el resto, ¡y voilà! Así nace la dictadura del proletariado.

Por esto, señoras y señores, como libertaria rechazo estas alternativas y adopto como credo el derecho universal a la propiedad de uno mismo y a su propiedad privada. Puesto que los mecanismos de cooperación social en libertad basados en el incentivo y las recompensas de la meritocracia han llevado al ser humano a la época de mayor prosperidad y paz en toda la historia de la humanidad.

Dicho todo lo cual, estarán de acuerdo en que si el ser humano adquiere derechos de propiedad sobre las cosas, esto se debe a que es al mismo tiempo activo, inteligente y libre. Que mediante su actividad las gobierna y las moldea para su uso, y mediante su libertad establece el derecho de propiedad a través de la relación de la maravillosa causa y efecto.

Hoy siento que la propia riqueza de las naciones se ha convertido en un problema, puesto que los propios problemas de las sociedades modernas son tan insípidos e irrelevantes que han convertido la meritocracia, el esfuerzo y el sacrificio en actitudes banales que desprotegen nuestras economías de aquellos valores que han significado el núcleo de la riqueza que hoy ostentamos y desprotegen. La Unión Europea ha puesto en jaque a sus ciudadanos mediante la regulación y una incesante voracidad de poder que agrede directamente al centro de los valores de la libertad que hicieron grande el viejo continente. Volkswagen es solamente un aviso a navegantes de que no todo vale para justificar los cargos públicos queridos, y que si seguimos defendiendo este modelo de Estado del bienestar mediante la imparable invasión violenta para con sus ciudadanos, empresas y propiedades… Poco nos quedará de los valores que nos hicieron prosperar como nunca antes en la historia. No lo olviden, toda riqueza es el producto del trabajo duro, y la paupérrima política actual se basa en el arte de controlar nuestro entorno y nuestros esfuerzos. El precio de nuestra grandeza es la responsabilidad, ¿les vamos a dejar seguir avanzando?