Cuando éramos el Beckham fiscal
Pedro Sánchez se ve obligado a mejorar el régimen fiscal de impatriados por los nómadas digitales que llegan a España.
Hace casi 20 años Zapatero dijo sí a la riqueza extranjera aprobando un régimen fiscal especial para impatriados que fue bautizado con el nombre de su protagonista, la Ley Beckham. El futbolista David Beckham pudo venirse al Real Madrid con un sueldazo sujeto a baja tributación y las arcas del Estado se granjearon un buen pellizco. Todo un win to win que Zapatero entonces y Sánchez ahora, como buenos socialistas, transigen con el objeto de alimentar el mastodonte estatal. El fin siempre justifica los medios para la izquierda española, con moral a la carta cuando se trata de materia fiscal.
Pero volvamos a Beckham. Visto el flagrante privilegio, las grandes corporaciones presionaron al fisco para que el régimen fiscal se extendiese a los directivos extranjeros que movían su residencia fiscal a España. tal fue el ahorro fiscal que, el resto de los mortales, los que viven y tributan en España como residentes fiscales, también levantaron el dedo: ¿y nosotros, qué? Desde entonces y hasta ahora, los sucesivos gobiernos se han dedicado a restringir este privilegio fiscal, hasta que casi perdió su esencia: atraer a los mejores profesionales del mundo para que se queden a pagar impuestos y a gastar en territorio español.
Por ejemplo, en sus inicios, el extranjero autorizado por Hacienda para acogerse a este régimen especial sólo tributaba por sus ingresos de fuente española y no por renta mundial, aunque recibiera la consideración de residente fiscal en España. Es decir, mientras el español pagaba en España por todo lo que percibía dentro y fuera de ella, los impatriados acogidos a la Ley Beckham sólo presentaban declaración por los sueldos y las cuentas bancarias (y demás rendimientos) que obtenían aquí, pero no por los de fuente extranjera.
Además, la declaración de la Renta de los impatriados se sujetaba a un tipo impositivo mucho más bajo incluso que el de los españoles desplazados al extranjero -en términos fiscales llamados ‘no residentes fiscales¡-. Para que nos entendamos: el mismo tipo impositivo que pagan los españoles que se van de España y dejan aquí casas alquiladas o vacías o alguna cuenta bancaria con intereses. Una cuestión que parece de justicia cuando te vas a otro país y es allí donde presentas tu declaración de la renta mundial, pero que no se entiende cuando te marchas -como le sucedió a Beckham y a los altos directivos- e ingresas pagando el tipo tributario más bajo tanto en origen (de donde te vas) como en destino (en el país de acogida). Y ese país con tantos privilegios no era ni Luxemburgo ni Panamá, sino España.
El nómada digital es el nuevo impatriado
En concreto la izquierda, carcomida por la envidia a los altos directivos que venían a tributar en mejores condiciones que los propios españoles, acotaron los privilegios: se disminuyó el número de años de aplicación del régimen fiscal y se aumentó el hecho imponible a la renta mundial. No obstante el recorte, la llegada de impatriados se mantuvo, casi con toda probabilidad por el excelente clima que gozamos. Ahora bien, la pandemia impulsó el teletrabajo y con él, cambió el perfil de los impatriados que llegaban a nuestras fronteras. Los altos directivos se transformaron en nómadas digitales, de todo tipo y condición.
Los perfiles de extranjeros que en edad de trabajar llegan a nuestro país desde el 2021 son los de trabajadores por cuenta propia o ajena, con salarios no tan desorbitados, pero mucho más numerosos. Extranjeros de edades más jóvenes que, además, no pretenden vivir en grandes núcleos urbanos como Madrid o Barcelona sino que prefieren la costa española, la gran castigada por la estacionalidad de nuestro turismo.
Así que para no desperdiciar ni un euro, Pedro Sánchez se rasgó las vestiduras y al más puro estilo Milei decidió rectificar algunas cuestiones del castigado régimen de impatriados en favor de estos nómadas digitales y también de los promotores de start-ups. Dos tipos de impatriados que desde este 2024 pueden tirbutar al 24% por sus salarios españoles y extranjeros, disponen de grandes bonificaciones tanto en su cuota de autónomos como en las inversiones que realizan en sus nuevas empresas y que, además, no pagan aquí por lo que ahorran o venden fuera de España. Tampoco declaran los bienes y derechos que tienen en sus países de origen.
Y yo me pregunto: si a la izquierda le parece bien ampliar todos estos beneficios fiscales a los que llegan a enriquecer nuestro país, ¿por qué no utilizar ese dinero recaudado para ayudar a los españoles? ¿Por qué un extranjero sí puede verse fiscalmente beneficiado y un español no? El exilio fiscal más sonado de nuestros cerebros no fue el de después de la crisis de 2008. El peor éxodo de desplazados al extranjero se dio recién superada la pandemia, por la caótica gestión de la era Sánchez. Y el segundo peor éxodo, recién revalidado el Gobierno frankstein. ¿Esto no le dice algo al presidente?
Cuando en 2005 aceptamos que un futbolista británico tributara menos fue por el bien mayor de todos. Cuando ayudamos a David Beckham, todos éramos Beckham. Ahora que nuestros beckham huyen de España, ¿no será el momento de replantearse la política fiscal de los tributos directos (como el IRPF o el IRNR) para ayudar a los que más lo necesitan, es decir, a la clase media española? ¿Y con ese aumento de la recaudación provocada por la bajada de la presión fiscal echar un cable al casi 27% de la población española que ya se encuentra en riesgo de pobreza y exclusión social?
Ojalá todos fuésemos tratados como Beckham.
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