Arabia Saudí quiere a España en su revolución económica: “Turismo, ocio, infraestructuras y renovables”
Hay miles de millones que ganar, la oportunidad es enorme. Ellos lo saben y están buscando inversores que, “siempre de la mano”, den la vuelta a su país. Y para eso piden la ayuda de España “en lo que ustedes son los mejores: el ocio, las infraestructuras, el turismo y las energías renovables”. Es la “Visión 2030” pero lo llaman «la Visión» que, así dicho, tiene algo de místico, de esotérico, de divino. La verdad revelada en Arabia Saudí, una monarquía teocrática —que es como se llama en el siglo XXI a esta dictadura absolutista de corte hereditario y, hasta hace poco, pongamos que medieval—, es que el modelo no se sostiene. Ni en lo económico ni en lo social. Y que para prevenir una revolución descontrolada, mejor una evolución controlada desde el poder.
Aunque visto desde fuera es una revolución total: en lo social, en lo económico, en lo tecnológico, en lo financiero y hasta en lo geoestratégico. La idea la anunció el príncipe Mohamed bin Salman (MBS) en abril de 2016. “Pero llevábamos más un año discutiéndola previamente, nada se anuncia sin que esté todo atado”, comenta un miembro de la Shura Suprema —una especie de Parlamento de 150 miembros elegido a dedo por la casa real—. Para resumirla, baste decir que Arabia Saudí ha concluido que de petróleo no va a vivir siempre, que su sistema económico no se sostiene, que su sistema social amenazaba con reventar y que, bien organizada la oportunidad de negocio es brutal. Para todos en el mundo: para ellos mismos como dirigentes de un Estado sin libertades; para la población, deseosa de apertura, ocio y otro estilo de vida; y para los inversores del mundo entero.
Imaginen un país donde trabaja menos del 18% de la población. Más o menos, como si en España lo hiciéramos 8,5 millones de personas. Es decir, menos de la mitad de los que hoy lo hacemos. Insostenible, ¿no? El objetivo del Gobierno del PP al llegar a la Moncloa, repetido hasta la saciedad, era recuperar al final de dos legislaturas los 20 millones de ocupados de antes de la crisis, más de seis de los cuales se habían ido por el sumidero del paro durante los primeros tres años de la recesión. Seis millones, tres años.
Hablemos a brochazos, no entremos en el detalle evidente de que no es exactamente lo mismo población activa que activos trabajando, que esto que les he contado no es más que un ejemplo, para entendernos.
Arabia Saudí tiene una población de algo más de 32 millones de personas, de las cuales trabajan sólo 5,7 millones. “¿Y el resto qué hacen?”, se preguntará usted.
Para empezar, casi la mitad de la población son mujeres —claro, como en el resto del mundo—, y el porcentaje de ellas que está trabajando no llega al 7% del total. Es decir, nos quedan unos 18 millones.
Pero de ésos, más de 10,5 millones no han llegado a la edad de trabajar (de 0 a 15 años) y alrededor de dos millones ha llegado a la frontera de la jubilación —que, si no eres de la octogenaria familia real, toca a los 60 años en el caso de los hombres, y a los 55 en el de las pocas mujeres que ejercen—. Así llegamos a ese poco más de 5,7 millones de trabajadores produciendo. Menos de los que se fueron a la calle despedidos en España en esos tres primeros años de crisis.
Aunque, claro, si dejamos la brocha gorda y pasamos al pincel, la economía saudí no se parece en nada a la española. Para empezar, es el mayor productor mundial de petróleo —más de 10 millones de barriles diarios—. Y, para seguir, es líder regional, custodio de dos de los santos lugares del Islam —uno de ellos, La Meca, adonde todo fiel tiene que peregrinar al menos una vez en la vida—, y socio preferente en todo de EEUU.
En enero de 2015, a los seis días de la llegada al trono del rey Salman, el príncipe Mohamed bin Salman fue nombrado presidente del Consejo para Asuntos de Economía y Desarrollo. Un muchacho de 29 años y representante, por tanto, del 70% de la población de su país menor de 30 años, se ponía a los mandos de una maquinaria enorme pero obsoleta: tantos millones de personas jóvenes en un país donde no existe el entretenimiento —nada, ni un cine—, tantos millones de subsidiados o mantenidos con los precios del petróleo cayendo a plomo —un 50% en ese último año, y un 50% más al siguiente, hasta los 30 dólares el barril—… imposible.
Ibrahim A. Al-Omar es el máximo responsable de SAGIA (Saudi Arabia General Investment Authority). Y, si no fuera por el pañuelo rojo anudado en negro que lo corona y la túnica blanca que lo viste, podría ser el maestro de ceremonias de esas presentaciones del último cachivache de Apple. Por lo bien que vende su ‘producto’. “Tenemos claro lo que queremos. La ‘Visión’ nos impulsa a unos objetivos claros de aquí a 2030, pero tenemos las primeras metas de aquí a 2020, y no son sólo unas bonitas ideas, no las evaluamos anualmente, ni siquiera cada mes; cada semana se reúne este comité y repasa el estado de los proyectos, uno a uno”.
MBS, con siglas de estrella del rock y cuyo rostro se reproduce en cada esquina en obras de la capital del reino, Riad, junto al de su padre, el rey Salman bin Abdulaziz, lidera un proceso transformador que pretende mantener el sistema como está, y para ello hay que cambiarlo todo. Por eso, los “tres pilares fundamentales”, en palabras de Al-Omar, se basan en la estabilidad: “Que Arabia Saudí es el corazón del Islam, que queremos atraer inversión en cantidad y calidad y que debemos sacar provecho de nuestra situación geográfica”.
Todo este plan lo desarrolla ante un grupo de periodistas españoles no sólo su excelencia Al-Omar, quien en realidad recibe, da la mano, agasaja e introduce con maestría la reunión. Son dos mujeres las que se encargan de desgranar las explicaciones. Y ése es uno de los detalles que mejor se entiende en Occidente cuando se habla del plan de reformas en Arabia Saudí. Pero pasemos a la presentación.
«Ser los 20 en 2020»
Para empezar, ¿cuáles son esas primeras metas? “Ser los 20 en 2020”, es decir, alcanzar la vigésima posición en Inversión Extranjera Directa (IED), lo que supone dar un salto de sólo tres o cuatro puestos —según se sigan los datos ofrecidos por el CIA Factbook o el FMI—, pero es que los saudíes no están haciendo brindis al sol —menos aún en un país donde el alcohol está terminantemente prohibido—, sino que han trazado “una hoja de ruta” con “hitos que alcanzar, evaluar, revisar y consolidar”.
En este objetivo de la IED, la estrategia es “convertir Arabia Saudí en un destino ideal para los negocios” y la táctica responde a siete razones que, una vez más, no son sólo ideas sino objetivos en sí mismas:
Los dos primeros puntos son el mismo plan de reformas (económicas, jurídicas y sociales) y las ‘game-changing opportunities’, es decir, los megaproyectos en manufacturas, infraestructuras y de ecosistema financiero.
Para continuar, los saudíes quieren aprovechar su localización geográfica, ya que el país es una península entre el Golfo Pérsico y el Mar Rojo, con enormes puertos en plena transformación, grandes aeropuertos en construcción y una red de ferrocarriles en ejecución para abastecerse y servir a los vecinos. Además, cuentan con ofrecer un entorno de diversificación de oportunidades, ya que el país tiene 35 ciudades industriales con diferentes especializaciones y el impulso para dejar de depender del petróleo.
En cuanto al entorno para los recursos humanos, la Autoridad de Inversiones saudí hace hincapié en la oferta de población activa muy joven y preparada —pues el Gobierno dedica el segundo montante más importante del presupuesto anual a la educación— además de muy numerosa —cada año emite 400.000 nuevos trabajadores al mercado laboral—; así como en la calidad de vida. Para empezar, en la teoría: ya que Arabia Saudí es uno de los países con menor presión fiscal del mundo, obsesionado con la seguridad, con una red sanitaria homologable a las occidentales. Y para seguir, en la práctica, pues otra de las apuestas decididas es el desarrollo (por fin) de la industria del ocio y el entretenimiento.
Finalmente, una de las fortalezas ya consolidadas del país líder del Oriente Próximo suní: el dinero. Arabia Saudí presume de un sistema monetario estable, un mercado financiero con reglas claras y de bancos más que saneados. De algo les han servido, claro, décadas de acumulación de divisas petroleras.
Precisamente, las empresas españolas están presentes en cuatro de esos siete puntos. “Nadie mejor que España para ofrecernos su ‘expertise’ en la industria del turismo, el ocio y el entretenimiento”, apunta Al Omar. “Y en infraestructuras, hay varios consorcios españoles trabajando aquí, en la obra del Metro de Riad, que se inaugurará con seis líneas en 2019, y en el tren de alta velocidad Haramain entre Medina y La Meca, que está a punto de iniciar sus viajes comerciales”. En realidad, no es sólo la construcción de vías férreas, sino la explotación de éstas y el suministro de ferrocarriles de última generación por parte de CAF y Talgo.
“Queremos dejar de depender del petróleo no sólo en lo económico como fuente de divisas”, interviene Sultan Bahjat Mofti, número dos de SAGIA, “sino y sobre todo como fuente de energía”. Arabia Saudí es el quinto país del mundo en consumo de energía per capita, una brutalidad para la población que tiene —aunque se entiende en un país en el que no hay transporte público porque casi cada habitante tiene un coche y la gasolina cuesta medio euro el litro—. Así que, ahora que la eólica y la solar son energías cada día más eficientes, ¿por qué no aprovechar los miles de kilómetros cuadrados de desierto? “Ahí entra España”, explica Mofti, “sus empresas son de las mejores en este aspecto”. En ese momento interviene Nora A. AlGwaiz, una de las dos mujeres presentes en la reunión: “Ya tenemos acuerdos con Acciona”.
Más de hora y media de encuentro con la prensa española sirve para advertir que cinco de los ocho hombres presentes de la delegación oficial estaban para hacer bulto, y que las dos mujeres parecían ser las más capacitadas para desgranar el trabajo en SAGIA.
Cierto que en un país en el que las formas lo son todo y donde la norma de cortesía indica que no se contradice jamás a alguien públicamente, el sultán Bahjat Mofti se permitió la broma de decir que “vamos tan rápido en nuestros planes que la presentación de Nora ya está anticuada”.
Nora A. AlGwaiz, especialista asociada y analista de negocio, había explicado los aspectos prácticos de la búsqueda de inversiones, la aplicación del Decreto 11154 que creó la Autoridad de Inversiones y la traducción en leyes de todas las tácticas y estrategias. Por supuesto, no hizo un solo comentario al sultán. Sonrió, bajó la mirada, ahí quedó la cosa. Pero lo cierto es que ellos llevan túnica y ellas abaya; ellos pañuelo y ellas velo; ellos van de blanco y ellas de negro… en todo lo demás, al menos en esa sala de reuniones, quedó claro que la revolución ha empezado, aunque sea controlada desde el poder real.
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