Rafa III de América
En un guión tantas veces escrito como una final de Grand Slam en la que Rafael Nadal era uno de los contendientes al título, nunca o casi nunca se tuvo la certeza como en esta ocasión de que el tenista español era tan favorito. En plena batalla con la capital del mundo como escenario, un gigante llamado Kevin Anderson como rival, y el US Open en juego, Rafa no solo no falló, sino que se ocupó de monopolizar el choque (6-3, 6-3, 6-4) y maravillar una noche más a los espectadores de la Artur Ashe sin preocuparles de que, cuando se jugara el último punto del partido, el que levantara los el trofeo de campeón sería él, Rafa III de América.
Entraba Anderson primero al Artur Ashe Stadium, en medio del protocolo previo, tan habitual en este tipo de citas en Estados Unidos. Desde sus dos metros de altura, el sudafricano vio a un hombre vestido de negro que no paraba de moverse, dar saltos y mirar hacia todos lados con ojos de deseo. De deseo de triunfo. De deseo de amargar a Kevin su primera final de Grand Slam.
Tal y como prometía su mirada y su lenguaje corporal, Rafa decidió saltarse el tanteo habitual en este tipo de partidos. Muchos aconsejan esperar agazapados los juegos iniciales frente a los sacadores, esperando un error. Nadal optó por restar todo lo posible y lo casi imposible, y amenazar en cada juego a su rival hasta que éste decidiera regalar el saque, cansado de tanto asedio.
Kevin, voluntarioso aguantó los tres primeros, siempre llegando a los iguales y con bolas de break en contra, pero en el cuarto turno, dio la razón a Nadal, que acto seguido devolvía a la normalidad al partido con un nuevo break que cerraba la primera manga. El favorito estaba más cerca de alzar los brazos.
Nadal, y ya lo apuntábamos en partidos anteriores, está fresco como un adolescente, por lo que su particular idilio contra los bombarderos aumenta debido a la rápida reacción tras detectar la dirección de sus golpes. Así, la afición disfruta y los highlights se llenan con sus golpes, aparentemente imposibles, pero que en este torneo se ha empeñado en hacer parecer fáciles. Si a esto le sumas el clima de superación mental en la que se movía Anderson –23 errores no forzados en el primer set– evolución y resultado eran totalmente consecuentes.
Ya inmersos en el segundo, Nadal pasó a la táctica defensiva y puso todas sus cualidades en formación tortuga, manteniendo una seguridad pasmosa con su saque que le animó a cotas mayores. Anderson estaba mejor, pero el nivel de Rafa le superaba por momentos al 60%, y en cuanto tuvo una oportunidad, desenvainó la espada y le rompió el servicio. No se podía hacer nada contra tal vendaval. De tenis, de piernas, de intensidad. Nadal lo era todo en la Artur Ashe.
Dominio de hierro de Nadal
En el campo contrario el gigante empequeñecía hasta parecer invisible. A Anderson se le habían escapado dos sets, pero la tortura no había finalizado. Rafa había perdido siete puntos con su saque, los mismos que errores no forzados acumulaba en su casillero total. No era un partido de los que levantan al televidente del sofá ni al público de sus asientos, pero los célebres espectadores presentes en la pista central del US Open no podían hacer otra cosa que aplaudir a Rafa, cuya función estaba rozando la perfección.
Dentro de los sentimientos que sentía Rafa en ese momento había uno de que destacaba y se imponía. No era la rabia, ni la alegría. Ni siquiera los nervios. La insaciabilidad es la que hizo a Nadal no rendirse en el tercero con 40-15 abajo y saque de Anderson. Ni un respiro hasta el final, nueva rotura de saque y set encarrilado. Ya estaba encargado el tercer US Open con el nombre del español.
Los últimos coletazos de vida de Kevin Anderson dejaban ver una versión más que digna de su tenis, pero Nadal estaba haciendo de la central de Flushing Meadows su campo de batalla y así lo hizo hasta sentir el cemento en su espalda tras el último punto. Un dominio de hierro, un reinado inquebrantable e ineludible. Rafa ya no es solo número uno del mundo, ni diez veces campeón de Roland Garros. Ahora también, como prometía el guión, es Rafa III de América.
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