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Gran Premio de Mónaco

Estratega Vettel, Hamilton remonta a medias e impecable Sainz

Santa Devota, patrona de Mónaco, esperaba en forma de curva para un primer giro a derechas de infarto. El silencio, ese imposible en la Fórmula 1, se escuchaba en forma de semáforo. La fiesta en los yates sufría un colapso, la ruleta dejaba de girar, y en el pit lane, Button con su McLaren, escuchaba la voz de Fernando Alonso, en Indianápolis, desde la radio: «Cuida de mi coche». La réplica fue mejor: «Me voy a mear en tu asiento». Espectáculo.

Ese que faltó en los primeros giros. La salida fue lánguida, sin visitas al santuario, como en la de calentamiento, una guía sin más hacia un desfile de lujo por las calles monegascas. Kimi Raikkonen se marchaba tímidamente de Vettel; ambos de Bottas, y Sainz, al que Pérez tocó en el Grand Hotel, mantenía la sexta. Iban 10 vueltas y Lewis Hamilton seguía 12º: a rezar por un safety car o cualquier potencial imprevisto.

Aquello era un metro de 3,34 kilómetros: todos en fila, en sus vagones, marchando entre raíles. Hulkenberg rompía la caja de cambios, provocando un primer ligero sobresalto. Muy leve, como la emoción que generaba a cada vuelta el paseo en Montecarlo. Aquello era como lo de beber en casa de un amigo: las calles del Principado les había atrapado, apalancamiento total.

Las paradas por el pit lane se acercaban, y los doblados aumentaban el gas de una bebida ya desventada. Bottas olía el difusor de Vettel a menos de dos segundos; e igual Seb de Kimi. Se apretaban, pero el reggeaton era demasiado lento. Carlos Sainz, corría sólo, sexto, lejos del 5º, lejos del 7º. En Mónaco, salvo alineación de astros, los puntos se reparten el sábado.

Vettel puede con Kimi en boxes

La estrategia de Vettel era de Mundial: se acercó a Raikkonen, le dejó parar, siguió volando, y cuando cambió de neumáticos, ya era líder. Todo cambiaba en el pavimento rojizo del pit lane: la emoción, única, estaba ahí, en los ordenadores de los estrategas. Red Bull, con Ricciardo, también eran los mejores del Risk: dos posiciones con su jugada. El otro toro, el de Max, lloraba al perder la plaza: «Es un jodido desastre». La alegría, ya saben, va por barrios.

El espectáculo dominical se quedó en una misa sin cantos, una homilía, la de Vettel, en la que ordenó a Kimi marchar detrás. La sobrevaloración de este Gran Premio por prensa y pilotos siempre se queda corta: ahí está la afición para desvelar una verdad incómoda. Soporíferos giros entre muros, yates, casino y hoteles. Canadá, Silverstone o Spa, desde la lejanía, pueden decirle a Mónaco lo mismo que Button a Alonso por radio.

Murphy apareció por algún rincón del circuito para pisar el párrafo anterior: Wehrlein sufría un accidente aparatoso a la entrada del túnel al tocarse con Button. Su Sauber quedaba levantado, de canto, pegado al guardarrail. Salía el safety car, el de McLaren también abandonaba, y el nerviosismo crecía. ¿Y ahora qué?

Verstappen tenía el neumático fresco, y la mente todavía más lúcida para alguna locura. Tenía delante a Bottas y Ricciardo, que cuando el safety se fue, se tocó con el muro en Santa Devota. Los tres casi rozaron el paralelo, movimientos a un lado y otro, pero con el resultado previsto: juntos, pero no revueltos. Las posiciones no cambiaron: la vida, en Mónaco, que cantaría Julio, casi siempre sigue igual.

Vettel entró victorioso por esa línea de meta que llevaba 16 años sin ver entrar un coche rojo en primera posición. Cosa de alemanes: Michael Schumacher fue el último, allá por 2001. Ferrari está aquí, también en Mónaco, la revirada prueba que pide aerodinámica. La tienen, junto un motor que compite con Mercedes. El lobo ha vuelto al pueblo para comerse a todos los corderos.

Lewis Hamilton, séptimo, no culminó el milagro. No pudo con Carlos Sainz, sexto, impecable. Una demostración de grandeza en manos de un chico que ya se ha descolgado el cartel de novato. Monte Carlos. La foto del peculiar podio la completaron Raikkonen junto con Ricciardo. Doblete ferrarista. Los de Brackley empiezan a mostrar una debilidad jamás vista en la era turbo. El Mundial se colorea de otro acento, el italiano, mientras chapurrea el alemán en boca de Sebastian. Una metamorfosis necesaria, por el espectáculo, con McLaren todavía dormida. Quizá en 2018…