Alonso sale ileso de un espectacular accidente, Rosberg gana y Sainz puntúa
Asomó el casco por un bosquejo de carbono para la espiración general. Salió por su propio pie, inestable, con gesto de dolor en las rodillas. Se acercó Gutiérrez para preocuparse por su estado de salud y Alonso asintió entre quejidos retóricos en un claro ‘mírame pero no me toques’. La rueda trasera del Haas de Esteban, una frenada antes de tiempo y una maniobra ejecutada sin ‘timing’. Tres incógnitas para encontrar la X de acabar en la grava.
Fernando Alonso recordó en Australia, sacándonos de nuestro relativo confort del cliché de la seguridad en la Fórmula 1, que estos señores se juegan la vida cada vez que se suben al monoplaza. Fueron dos vueltas en el aire, fundiéndose con la grava, dejando el MP4-31 en siniestro total. Un amasijo de carbono que ni para desguace LaTorre. Lo importante: Alonso está bien. Hasta entonces competía por puntos.
Vettel sorprende a todos
Y la obnubilación por el Robin Hood de número 44, que el sábado había lanzado su flecha plateada al centro de la diana; Vettel le robó las fichas que le quedaron de Auckland en los primeros metros de la salida. Su omnipotente W07, con nombre de superagente del MI6, fue destronado por la cuadrilla italiana que no dio opción a nadie. Rosberg lo intentó pero se quedó con el molde. La foto de Australia 2015 no se iba a repetir.
La melodía del gran premio ya no la ponía Julio Iglesias; Fran Perea podría dar el pego con aquello de ‘la vida al revés’. Lewis Hamilton peleándose con los Toro Rosso por subir al podio, McLaren sin problemas de fiabilidad, el Ferrari de Raikkonen en modo barbacoa, Ricciardo oliendo podio en casa… Y es que los dos niños locos de Toro Rosso se liaron a hacer travesuras sobre el asfalto de Albert Park. Quien sabe si haciendo honor al siempre triste final de las fallas, ellos pusieron la traca y una ‘nit del foc’ con fuegos de artificio en pleno sol vespertino.
Se enzarzaron en una batalla fratricida patrocinada por el Renault de Palmer que, por momentos, parecía un Mercedes. Verstappen quería pasar a Sainz, éste no se achantaba y al coche amarillo nadie le pasaba. La inerte batalla se convirtió en un duelo que se quedó como estaba: Sainz, noveno; Verstappen, décimo.
Al final, el destino decidió volver a reunir en el podio a los Rosberg, Hamilton y Vettel de la forma más macabra posible. El ritmo del Ferrari claudicó a la enajenación de la carrera: safety car y una parada de 4 segundos para ceder liderato y segunda plaza. Rosberg ganó, y golpea primero. Hamilton se ‘encontró’ con la segunda plaza y Vettel, complice de la infame fortuna, se quedó con el último hueco del cajón. Y es que, la Fórmula 1 actual, empieza a ser un deporte de 22 pilotos donde pase lo que pase siempre gana Mercedes. La vida sigue igual, Fran. A papa Julio no se le enseña a hacer hijos. A Mercedes no se le gana.
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