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Estratos sociales

Sabes que eres de clase media-baja cuando tienes esta costumbre tan interiorizada que ni te das cuenta

La clase media-baja no se define solo por el nivel de ingresos o el tipo de empleo. También se construye a partir de experiencias tempranas, rutinas familiares y una relación concreta con el dinero que se aprende y se repite durante años. Estas dinámicas terminan moldeando una visión del mundo que puede mantenerse incluso cuando la situación económica mejora.

No se trata únicamente de cuánto se gana, sino de cómo se interpreta esa ganancia en relación con el entorno social. La clase media-baja tiende a incorporar la percepción que estamos a punto de desvelar de forma tan profunda que rara vez se cuestiona.

La costumbre que tienen interiorizadas las personas de clase media-baja

Hay una idea recurrente en la cabeza de las personas de clase media-baja: la riqueza entendida como algo que pertenece a otros. Recordemos que en el mismo sentido, uno de los rasgos más habituales de la clase media-baja es la tendencia a considerar el dinero como un recurso frágil.

Cada gasto se evalúa, cada compra se justifica y cualquier desembolso fuera de lo habitual se acompaña de un cálculo previo. Esta lógica no siempre responde a una necesidad actual, sino a un aprendizaje previo.

Desde la psicología social, este fenómeno se conoce como class imprinting: la interiorización de hábitos y miedos asociados al contexto socioeconómico de origen. Aunque las condiciones materiales cambien, la mentalidad permanece.

Así, la riqueza no se percibe como una posibilidad propia, sino como una característica de otro grupo social, con códigos y normas distintas.

Esta distancia simbólica hace que el ascenso económico no siempre vaya acompañado de un cambio en la identidad social. La clase media-baja puede mejorar sus ingresos, pero seguir interpretando el éxito económico como algo externo.

La riqueza como atributo de «otros» y no como continuidad social

Ver la riqueza como algo ajeno es una de las costumbres más arraigadas en la clase media-baja. Las personas con mayores recursos suelen aparecer como una categoría separada: viven en otros barrios, trabajan en otros sectores y manejan otras prioridades. Esta percepción no surge de forma individual, sino que está reforzada por la estructura social.

La segregación económica limita el contacto entre grupos de distinto nivel adquisitivo. Cuando no existe una comparación directa, la riqueza deja de ser una referencia cercana y se convierte en un concepto abstracto. En este contexto, la clase media-baja no se sitúa dentro de un continuo social, sino en un bloque diferenciado frente a «los ricos» o clase media-alta.

Esta separación favorece una lectura simplificada de la desigualdad, donde la distancia económica parece natural e incluso inevitable. La riqueza, entonces, no se analiza como resultado de múltiples factores, sino como una realidad paralela.

Desigualdad, comparación social y percepción de inferioridad económica

La percepción de pertenecer a la clase media-baja también está influida por la desigualdad económica. Diversos estudios, como el publicado por la Revista Internacional de Psicología Social, muestran que, cuando la brecha entre los más ricos y el resto es muy visible, las personas tienden a sentirse menos prósperas, incluso si su situación objetiva no empeora.

El mecanismo es la comparación social constante. Al observar estilos de vida inalcanzables, la posición propia se interpreta como más baja de lo que realmente es.

Esto refuerza la idea de que la riqueza está fuera de alcance y consolida una identidad ligada a la clase media-baja, marcada por la prudencia y la contención.

No se trata solo de ingresos, sino de percepción. La riqueza se mide en relación con otros y, cuando esa distancia parece insalvable, se asume como definitiva.

Meritocracia y límites estructurales en la clase media-baja

Por último, otro elemento que refuerza esta costumbre es la internalización de mitos meritocráticos. La idea de que la riqueza depende únicamente del esfuerzo personal está muy extendida y tiene un impacto directo en cómo la clase media-baja interpreta su posición.

Al ignorar factores estructurales como el acceso al capital, las redes de contacto o la educación, la falta de riqueza se atribuye a decisiones individuales.

Esto genera una percepción de la riqueza como un premio reservado a otros, no como una posibilidad condicionada por el contexto social. De este modo, la clase media-baja no solo convive con límites materiales, sino también con límites simbólicos.