Fue de las ciudades más poderosas y ahora sólo tiene 30.000 habitantes: el pueblo de Murcia que casi nadie conoce
Cuando pensamos en las grandes civilizaciones que marcaron el rumbo de la historia europea, nos vienen a la mente nombres como Roma, Atenas o incluso las culturas del norte de Europa. Sin embargo, en el sureste de la actual España, hace más de 4.000 años, floreció una ciudad sorprendentemente avanzada para su tiempo, cuyo recuerdo ha quedado casi sepultado por el paso del tiempo. En lo que hoy es el tranquilo municipio de Totana, en la Región de Murcia, se construyó La Bastida, un impresionante asentamiento que, según diversos estudios arqueológicos, llegó a ser uno de los núcleos urbanos más desarrollados de Europa durante la Edad del Bronce.
Lejos de ser una aldea primitiva, La Bastida destaca por su complejidad social, sus sistemas de defensa y su planificación urbana, muy adelantados para su época. Con una estructura jerárquica definida, un comercio activo y una arquitectura monumental, esta ciudadela se convirtió en un verdadero epicentro político y económico del sureste peninsular.
La Bastida: el corazón oculto de la Europa del Bronce
A sólo unos kilómetros del centro actual de Totana, se encuentra uno de los yacimientos arqueológicos más sorprendentes de la península ibérica. La Bastida, enclavada entre colinas cubiertas de pinos, fue en su momento una ciudad amurallada, organizada y poderosa, cuyo origen se remonta aproximadamente al 2200 a. C. Lo que hoy puede parecer un simple paraje rural fue, durante siglos, el escenario de una sociedad compleja que dejó una huella imborrable en la historia prehistórica de Europa.
El asentamiento pertenecía a la cultura argárica, una civilización que dominó el sureste de la península ibérica entre los años 2200 y 1550 a. C. Esta sociedad, muy distinta de otras coetáneas, se caracterizaba por su capacidad organizativa, su dominio de la metalurgia, su estructura social jerárquica y su ambiciosa arquitectura. La Bastida, como epicentro de esta cultura, destaca por sus murallas ciclópeas y su sofisticación económica y política.
Una ciudadela fortificada y estratégica
La ubicación de La Bastida no fue casual. Situada en una ladera de difícil acceso, su emplazamiento le confería una posición privilegiada para la defensa, el control territorial y el intercambio comercial. Su cercanía a rutas naturales que conectaban el interior de la península con la costa mediterránea la convirtió en un punto clave para el tráfico de metales, cerámicas y otros productos de gran valor.
Las murallas que rodeaban la ciudad eran imponentes: se han documentado tramos de hasta tres metros de grosor y varios metros de altura. Algunas de estas defensas presentan características tecnológicas nunca antes vistas en Europa en esa época, como torres semicirculares y sistemas de acceso avanzados. Todo esto refuerza la idea de que La Bastida no era un simple poblado, sino una verdadera urbe fortificada con aspiraciones de poder regional.
El interior del asentamiento revela un nivel de planificación urbana muy avanzado para la época. Las viviendas se construían siguiendo un patrón ordenado, adaptándose a la inclinación del terreno mediante terrazas. Estas casas, de planta cuadrada o rectangular, contaban con varias habitaciones, hornos domésticos, bancos de obra y espacios diferenciados para el almacenamiento, la cocina y el descanso.
Además, en varias de estas viviendas se han hallado enterramientos bajo el suelo, una práctica funeraria característica de la cultura argárica. Lo curioso es que los ajuares funerarios varían significativamente de unas tumbas a otras: mientras algunas contienen cerámica fina, armas, adornos de metal o ámbar, otras apenas tienen elementos.
Una sociedad organizada y jerarquizada
Uno de los aspectos más intrigantes de La Bastida es el nivel de complejidad social que llegó a alcanzar. Frente a la imagen tradicional de comunidades igualitarias propias de épocas anteriores, esta cultura muestra claros signos de estratificación. La existencia de élites con acceso privilegiado a bienes de lujo, el control de la producción metalúrgica por parte de ciertos grupos, y la distribución desigual de los enterramientos apuntan hacia una estructura política centralizada, posiblemente dirigida por una clase dirigente.
Esta organización se extendía también a la gestión de los recursos. La economía se sustentaba en la agricultura, la ganadería y, sobre todo, en la metalurgia. La producción de herramientas y armas de bronce fue una de las actividades más importantes, y es probable que la ciudad mantuviera vínculos comerciales con otras regiones del Mediterráneo oriental, lo que explicaría la presencia de materiales exóticos como el ámbar o el estaño.
La cultura argárica: una civilización única en Europa occidental
Aunque La Bastida es, sin duda, el ejemplo más espectacular, no fue el único asentamiento argárico en el sureste ibérico. Esta cultura se extendió por territorios que hoy forman parte de las provincias de Almería, Granada, Jaén, Murcia y Alicante. Cada núcleo tenía sus particularidades, pero todos compartían rasgos comunes: la construcción en altura, los enterramientos bajo las casas, la especialización en la producción metalúrgica y la clara jerarquización social. La singularidad de esta civilización ha llevado a algunos arqueólogos a describirla como el primer «protoestado» de Europa occidental.
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