Cultura
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Silvia Pérez Cruz: “En el mundo del arte hay mucho trepa y mucha ambición”

Cantante y compositora. Silvia Pérez Cruz (Gerona, 1983) no es muy conocida, es cierto, pero sí profundamente respetada. Intercambiar relatos con ella resulta casi espiritual porque sonríe, escucha, reflexiona y contesta. “¿Tú no bailas? Tienes cara de bailar”, me pregunta cuando entro por la puerta. “No, no bailo, ni canto, pero no se lo pierdan”, le contesto con desvergüenza. “Menuda era Lola (Flores), eh”, añade. Nos echamos a reír y, casi de inmediato, con sólo este minúsculo destello de naturalidad sabemos que vamos a envolvernos en el uso de un mismo lenguaje.

Algo así ha pasado en ‘Farsa’ (Universal Music), un nuevo trabajo musical en el que ha charlado íntimamente con el teatro, la danza o el cine y en el que, además, se ha rodeado de esa gente que artísticamente da chispazo. La catalana ha hablado de frente con el arte y ha unido en un mismo disco a Miguel Hernández, Sylvia Plath, Alba Flores o Rocío Molina.

Explica que ella ha optado por el camino de la libertad, intentando esquivar la confusión que da la fama y el ego que tan presente está en el mundo del arte. Eso sí, aunque lo dice de forma suave, no esconde que en este sector “hay mucho trepa y mucha ambición”, pero concluye que, a pesar de todo, ella se siente “libre, cuidada y abrazada”.

La reflexión que hago de tu nuevo trabajo es que nada es lo que parece. Vivimos en la era de las redes sociales, pero, claro, al final probablemente no somos ni tan felices como mostramos, ni tan infelices como podemos mostrar.

Seguramente, sí. En el momento en el que estaba grabando, y esto no tiene nada que ver con las canciones, he dado muchas vueltas sobre lo que enseñamos en las redes sociales, esa permanente fortaleza que ahora está tan de moda, acompañada de belleza y felicidad constante cuando también somos tan frágiles. He dado vueltas a esa dualidad, a veces hay cosas espectaculares en la superficie que están huecas y vacías por dentro. Hay también una máscara en todos nosotros que es la que a veces nos representa, la distancia que hay entre el personaje que has creado y lo que realmente eres, ¿no? Hay una línea muy fina entre la verdad y la mentira.

Quizá el peligro de ser mediático o conocido, como es el caso de las personas de tu profesión, es que el personaje arrase con la persona.

Es peligroso, mucho. En mi caso, me he dado cuenta de que el arte para mí es libertad y ahí tienes miles de caminos por los que seguir y trazar. A mí, mi trabajo y mi pasión dentro la música y el arte me ha dado la capacidad de ver y valorar la fragilidad como algo que representa la perfección, aunque cuando subes al escenario crece dentro de ti una fortaleza que me resulta complicado explicarte. Ahí tengo momentos de trance, tengo momentos muy especiales, muy potentes, y necesito subir al escenario para reencontrarme conmigo y con lo que el escenario me produce. Es cierto que siento fortaleza, pero también acepto mi fragilidad. No está mal que lloremos y nos emocionemos, sobre todo cuando vemos a veces el desastre que hemos podido cometer.

Pero, ¿te perdonas los fallos y la fragilidad cuando estás delante del público? ¿O esto te hacer ser muy autoexigente?

A mí el escenario me ayuda, me muestro muchísimo más, hay como una cúpula de cristal donde se permiten muchísimas más cosas que ahí abajo. La fragilidad es bienvenida, yo la cuido.

Lo frágil, en general, suele ser bello, Silvia, lo que pasa es que vivimos en una sociedad donde no se nos permite ser frágiles.

Eso es, a eso me refiero. Además, teniendo en cuenta el momento en el que estamos, con esta pandemia, creo que es muy importante hablar de ello. Esta incertidumbre crea mucha ansiedad, mucha depresión y mucho bajón, pero también nos hace un poco más mortales. A veces buscamos y nos fijamos en unos modelos imposibles que pueden llevarnos sólo al fracaso y a la decepción. Estaría bien comenzar a dar valor a las cosas más humanas.

La industria de la música, que genera dinero, empleos, etc, ¿es humana?

Bueno, hay de todo, mi camino es súper humano, lo he conseguido, pero hay mucho ego –que es muy humano–, también hay mucho trepa y mucha ambición. Es curioso, porque en el arte, y en el cine y la música lo veo mucho, la fama también está al lado y es fácil que se contamine todo lo que haces, hay que ser fuerte. Yo, la verdad, en esto estoy muy tranquila porque he ido haciendo lo que quería y cuando algo me ha dolido o no me ha gustado, y en la medida que he podido, me he apartado porque quiero cuidar este espacio que a mí me hace feliz. Hay de todo, como ves, pero me siento súper cuidada y muy respetada. En este disco he hecho lo que quería y estoy muy agradecida.

Cristóbal Balenciaga, que a priori es un señor que hace moda para la aristocracia y siempre se percibe ese mundo como frívolo y superficial, siempre decía –o al menos eso he escuchado contar a Sonsoles Díez de Rivera, la hija de la Marquesa de Llanzol– que es mucho más importante el prestigio que la fama. Se trata de un binomio importante este, ¿no? Se puede ser muy conocido, pero no tener ningún prestigio.

(Piensa) Recuerdo que hace un año, cuando entré en el programa de Buenafuente, éste me presentó diciendo: “No es muy conocida, pero es muy respetada por todos”. Y eso me hizo pensar mucho porque, en serio, la realidad es que yo no quiero ser famosa. Se lo dije a Álex, a mi representante, y me entendió muy bien, me dijo: “La fama es lo que tú quieres que sea”.

Silvia, lo cierto es que tú no eres para todo el mundo y esto no tiene que ser necesariamente algo malo. Siempre se ha dicho de ti que ganas en persona y en movimiento, sobre el escenario.

Me alegro, la verdad. El público, como yo, siempre debe ir a su ritmo, pero es cierto que cuando entra se queda. Es un público que confía y si me equivoco…

¿En qué crees que te has equivocado?

Hay cosas que haces mal. No tanto en resultados musicales, pero sí en relaciones humanas que es al final es lo que me importa. Si algo sale mal en música, pues no pasa nada, pero a veces hay cosas de gente que te duelen, en este mundo conoces muchas personas que te dan alegrías, pero a veces no. Puede que en algunas ocasiones haya pecado de ingenuidad y haya sido permisiva con cosas y he dejado que me chuparan la sangre. Y, bueno, luego pienso: ¡Tanta tontería! ¡Vuelve a la tierra! Si a mí lo que me importa es la música, tengo a mi hija, a mi madre…”.

En el homenaje a Juan Habichuela decías que entre tanto solomillo, tú eras como un sorbete de limón, ¿te sigues sintiendo así cuando colaboras con personas reconocidas?

(Risas) ¡No me acordaba de eso! Pues mira, el día que me invitaron a estar con Duquende en ‘La Leyenda del Tiempo’ pensé: ¡Esto es muy bestia!” Así que imagino que pensaron en poner un poco de acidez, ¿no? Mucho contraste en el menú, así nadie se empacha de nada. Es muy importante.

Yo, si cantara, pasaría mucha fatiga cantando delante de gente a la que admiro.

Yo las experiencias que he tenido con los maestros de la música, como Habichuela, han sido muy buenas, siempre he sentido su abrazo y su generosidad. Eso sí, siempre me he dicho antes de nada: “Que no te abrume la admiración y da lo mejor que tengas”.

En este disco has escogido un poema de Miguel Hernández, un poeta rural que se movía entre poetas urbanos. ¿Así te sientes tú en momentos así?

Sí, un poco sí. A mí me encanta la gente de pueblo que vamos a la ciudad. Creo que tenemos algo muy especial, hay un contraste dentro de nosotros que yo creo que tiene que ver también con la conexión que tenemos con el paisaje. Es decir, en un pueblo tienes tu espacio para mirar el cielo, ver tus arboles, la playa, etc, y en la ciudad eres más anónimo y tienes millones de impulsos y de estímulos.

¿Cómo era tu infancia? Porque sé que este trabajo tiene mucho que ver con el modo en el que has sido educada.

¡Ostras! Ahora me acaba de mandar un mensaje mi madre para decirme que, aunque no me había dicho nada, me agradecía muchísimo que estuviera homenajeando la escuela dedicada al arte. “Me alegra que el mundo del arte te haya hecho tanto bien”, me decía. Mi madre es muy especial, además ella canta fenomenal, precioso, es súper auténtica, siempre da a la gente lo que necesita y, sobre todo, mucho espacio para que salga cualquier emoción. Es auténtica y paciente.

Ella montó una escuela multidisciplinar de arte para niños, tengo entendido, ¿o algo así?

Estudió Historia del Arte y daba clases a chicos de 18 años. Pero se dio cuenta de que no sabían expresar qué sentían delante de una obra. Sabían describir la técnica o el tema, pero, ¿te gusta o no te gusta? Vio que había un fallo de base, así que se dedicó a niños de 3 a 5 años. Comenzó yendo a los colegios, llevaba una guitarra y cantaban contando cuentos, mezclaba lenguajes y conformó su propia metodología, así que abrió su propia escuela de arte para niños. Y el cartel decía: “Para personas de cero a 99 años”. (Risas) Era una escuela muy bonita donde ¡hacíamos de todo! Era feliz, me enseñó a ver la belleza y a apreciar todo el arte.

Y habrá quién se pregunte: ¿Y eso te ha servido de algo útil?

¡Muchísimo! Siempre he estado muy relacionada e interesada por las diversas disciplinas del arte. Ahora, además, me llegan un montón de propuestas interesantes y jugosas de personas a las que admiro.

Ahora ya no llamas tú, ahora te llaman.

Sí, ahora me llaman o, a veces, me presentan a alguien y hay una conexión que te empuja a colaborar y a hacer cosas de inmediato. A Rocío Molina la conocí y rápidamente pensamos que debíamos hacer algo juntas, por ejemplo. Total, que me he dado cuenta de que han pasado tres años desde la grabación del último disco y me digo: “¿Qué he compuesto yo? ¡Pero si he hecho un montón de cosas con muchas disciplinas artísticas!”. Y esto es lo que presento ahora.

Toda la culpa de esto la tiene tu madre, vamos.

¡Total! Un día, me acuerdo, hice un fado y mi madre me dijo: “Qué contentas estarán todas esas esclavas negras que amantaban a todos esos niños blancos”. Me quedé pensativa, no sabía muy bien de qué me hablaba, después me enteré de que era un fado que originalmente hablaba de las esclavas negras que cuidaban a los niños blancos y, en su momento, en Portugal la censuraron. Así que, bueno, decidí hacer un vídeo donde mezclé muchas imágenes, entre ellas las de las tatas negras. Esto a mi madre le encantó, aunque ella a veces me decía que aún no tenía edad para cantar ciertas cosas como, por ejemplo, los boleros.

Ahora que hablas de esclavitud y de música, esta misma mañana desayunando con una amiga decíamos que probablemente los esclavos usaban la música para adormecer el cansancio de la vida y abrazar las ansias de libertad.

¡Qué intensa desayunas tú, eh! (Risas) Es que la música te da libertad, es un alivio y un bálsamo casi para cualquier cosa. Si te quitan las canciones, ¡imagínate! A mí la música cada día me tiene más loca, te emociona aunque no quieras y, además, en algunos lugares como hospitales, geriátricos o cárceles puedes vivir experiencias que no esperabas.

¿En cárceles has cantado? No sabía yo eso.

Sí, sí, he cantado en cárceles y te puedo decir que cuando esas personas escuchan una canción, mientras ésta dura, no están ahí, están libres. He cantado en hospitales y las personas me han dicho que han sentido paz cuando escuchan música, gente que en la UCI te pide que cantes porque puede olvidarse del dolor y de su cuerpo.

@MaríaVillardón