Cultura

Love, Death & Flies: Barbara Black se sienta en el trono del rock español con su nuevo disco

  • Vicente Mateu
  • Portadista en OKDIARIO. Anteriormente fui redactor jefe de Política, Sociedad y Cierre en EL MUNDO; asesor del Gabinete de la vicepresidenta del Gobierno y ministra de la Presidencia y Administración Territorial Soraya Sáenz de Santamaría; redactor de El Independiente... Y extremeño a mucha honra.

La nueva musa del rock español se llama Barbara Black y habita en el lado más duro de tus oídos. Más que una voz privilegiada y mucho más que un grupo con una bonita voz dando la cara. Pero ella es el alma de una banda que empieza a correr de boca en boca en los mentideros musicales de este país y alguno más. Una emisora alemana les ha elegido como mejor grupo del mes en plena pandemia y hasta dioses del metal como Judas Priest les tienen en la lista de acompañantes en la gira de su nuevo disco.

Los 40 minutos de ‘Love, death & flies’, recién salido del horno, son los que están consiguiendo recoger los frutos de un puñado de años de duro trabajo y apabullantes conciertos subidos a cualquier escenario que se les ponga a tiro. Su tercera entrega en estudio es en realidad su bautismo de fuego, su verdadera apuesta por hacerse un hueco en la banda sonora de tu lista de favoritos con un estilo que busca llegar a un público lo más amplio posible. En el que hay sitio para disfrutar con lo mejor de cada casa, una mezcolanza de estilos plasmada en el poderoso arranque de ‘Damnified’, en el que colabora el genial e incombustible Javier Mira. Ella lo resume en que lo suyo es “rock americano”.

Barbara ha educado su voz en los mejores ‘colegios’ del metal. Con los mejores profesores y muchas horas de ensayo. Se nota que ha estudiado canto clásico. Una garganta nacida en 1985 para cantar que tiene poco de ‘black’, que tiene luz propia y a la que sólo cabe achacar ser demasiado ‘profesional’ por culpa de una obsesión por la perfección que en algún momento roza la frialdad. Lo compensa con sus indisimulados deseos por convertirse en una estrella. Cuando descubra que ya lo es, se comerá el mundo. A estas alturas nadie discute que es una de las mejores cantantes de este país.

Su secreto ha sido elegir para su proyecto en solitario a un cuarteto de músicos que llenan de magia sus canciones y sus conciertos. Dos guitarristas veteranos que impresionan tema tras tema con su dominio de las seis cuerdas y una sección rítmica joven a la que el tópico de definirla como contundente en todos los sentidos es el mejor adjetivo que se le puede atribuir.

‘No bullets’, el tercer tema del disco, demuestra a la perfección que no estamos ante unos guitarristas de aluvión. Virgueras los hay a patadas en cuanto rebuscas en el baúl de Spotify o youtube, lo difícil es aunar la técnica con un buen bagaje de historia de la música, unas orejas bien abiertas y el buen gusto que da aprender de los grandes clásicos del instrumento sin perder un ápice de fiereza. No todo consiste en la cantidad de notas por minuto que recalientan las neuronas del respetable.

El afán perfeccionista de Barbara se traduce también en una producción cuidada, una virtud que brilla por su ausencia en el mundo del disco autoeditado y grabado con los medios justos. En su flamante nuevo disco, no se ha conformado con la primera entrega salida de la maquinaria del estudio. Algo que se nota y se agradece desde el primer acorde.

La tarea solista recae en su mayor parte en un (hasta ahora) casi desconocido Carlos Herráez, autodidacta que invierte sus ahorros y su talento en arramblar con toda guitarra que se le pone a tiro. Un ‘enfermo’ que tras dejarse los dedos con Barbara y sus colegas se sube apenas una hora después a otro escenario, rinde tributo a Lynyrd Skynyrd y termina de despellejárselos con el eterno punteo de Free Bird.

Su papel protagonista lo comparte con su pareja de baile, Javier Peláez, cuya discreción oculta a otro gran instrumentista, nada que ver con un guitarra rítmica típico sino el complemento perfecto para dar cuerpo a un repertorio trabajado que no cae en el error de limitarse con la tralla facilona que rompa cuellos en su público.

Dani Márquez les hace los ‘coros’ con un bajo que les pone las pilas a ellos y a la audiencia sin la menor piedad con la ayuda de NitroDestrucción, cuyo nombre de guerra no pudo ser mejor elegido. Entre ambos generan una tormenta perfecta que respeta tanto las oscuras letras de la ‘jefa’ como los continuos cambios de ritmo que les imponen unos temas que se resisten al estribillo fácil y machacón sin ahogarse en largos desarrollos. Sin alardes. Sólo caña de la buena y de la mejor clase.