Hedda Sterne: la única mujer y la última superviviente de la fotaza de ‘Los Irascibles’ de ‘LIFE’
“Soy más conocida por esa maldita foto que por 80 años de trabajo”, se lamentaba a menudo la artista rumana Hedda Sterne (Bucarest, 1911 – Nueva York, 2011) cuando le preguntaban sobre esta fotaza de ‘Los Irascibles’ en la revista ‘LIFE’ alegando, además, que ella nunca perteneció ni al grupo de los expresionistas abstractos ni a ningún otro. “Es un malentendido considerarme expresionista abstracta. Sencillamente fui invitada a participar en muchas cosas, pero nunca me consideré parte de ese colectivo, ni tampoco de los surrealistas y eso se nota en mi trabajo. Cuando era joven, si había una carta de protesta, siempre la firmaba”, comentaba la artista en su última entrevista en 2006.
Sea como fuere, y a pesar de la intensidad de Sterne en rechazar la homogeneidad de los grupos artísticos, la pintora también clamó al cielo a través de una protesta en forma de misiva nacida en el seno de la academia del Village, nacida en 1948 e impulsada por Motherwell, Baziotes y Rothko, contra la muestra ‘American Painting Today: 1950’ donde un jurado, obviamente de gustos clásicos, iba a elegir obras que serían expuestas en el Metropolitan de Nueva York. La citada carta salió publicada en la portada de ‘The New York Times’ en 1950 y, un año más tarde, los firmantes serían inmortalizados por ‘LIFE’ en una imagen que se convertiría en el retrato extraoficial de la ‘Escuela de Nueva York’.
Esta imagen-protesta, que cambió la forma de entender el expresionismo abstracto norteamericano y, además, mostró la dicotomía y la complicada relación entre el arte moderno y los museos, es el eje central de la nueva propuesta de la Fundación Juan March de Madrid: ‘Los irascibles: pintores contra el museo (Nueva York, 1950)’. Una fotografía, con fecha de 1951 y firmada por Nina Leen (@Life Picture Collection) en la que, como ven, sólo hay una mujer elegantemente vestida de negro subida a una mesa –porque había llegado tarde a la sesión– entre una decena de hombres, entre los que destacan Pollock y Rothko, ataviados con traje de corte clásico, a pesar de ser los protagonistas de un acto de rebeldía contra ese museo que les estaba negando la entrada en el circuito expositivo.
El espacio madrileño está dominado por esta gran imagen y por la representación de todos aquellos artistas, todos pertenecientes a la galería de Betty Parsons, que firmaron la famosa carta. Es, de alguna manera, y así lo explica Beatriz Cordero, responsable de proyectos de la Fundación Juan March, una forma de rendir justicia a algunos pintores que han sido poco tratados por la crítica o el mercado del arte, pero que, sin embargo, tuvieron un papel activo e importante en la escena artística estadounidense en los años 50. Los préstamos proceden, en su mayor parte, de EEUU, entre los que destacan –en una paradoja que es solo aparente– tres obras del mismísimo Metropolitan.
Su íntima amistad con Saint-Exupéry
“Soy como una pluma, allí arriba subida. Cuando llegué todas las sillas tenían un nombre, menos el mío, a mí me pusieron encima de la mesa. No hay nadie en el centro todos somos importantes”, explicaba Sterne, la última superviviente –murió en Manhattan a los 100 años– y la ‘irascible’ que odiaba las etiquetas, adoraba la ciudad de Nueva York y se hizo fiel amiga cuando llegó a EEUU –y revisora de los textos– de Antoine de Saint-Exupéry, el autor de ‘El Principito’.
“Lo conocí porque una joven yugoslava que conocí en el barco desde Lisboa me lo presento y nos hicimos amigos instantáneamente. Era maravilloso y un gran conversador”, decía de su amigo. “Cuando escribía, como vivía solo, siempre me lo daba a leer, así fue cuando, aunque me había pedido el contacto de un ilustrador, le dije que debía usar sus ilustraciones”, apunta. Y así fue, la editorial usó las acuarelas de Saint-Exupéry y, según Sterne, éste le mandó una carta de agradecimiento. “Fue muy importante participar en algo tan extraordinario”, detallaba.
La artista, que pasaría la mayor parte de su vida en EEUU dibujando sin parar hasta su muerte a pesar de estar casi ciega tras un ictus, fue criada en Bucarest. Su padre, profesor de idiomas en enseñanza secundaria, le dio desde niña una educación cultural y lingüística muy alta. Acudía a clases de dibujo, contactó con la vanguardia rumana y rusa, sobre todo con el artista y amigo de la familia, Victor Brauner. Estudió Bellas Artes en Viena y, a su vuelta a casa, estudió Historia y Filosofía, pero pronto lo abandonó por la creación.
En París, pero siempre independiente
Hizo diseños textiles y esculturas que comenzaban a despuntar y expuso en algunas ocasiones, pero marcharía al París de los años 30 casada con un amigo de la infancia dedicado a los números al que abandonaría poco después porque nada tenían en común. Ebullición e irreverencia a raudales en la ciudad gala dominada, sobre todo, por el grupo surrealista de André Bretón y Paul Eluard, aunque será con Fernand Léger, cubista, fundamentalmente, con el que estudiaría en su taller, aunque según confiesa, jamás lo vio por allí. “Viví sobre todo en Montparnasse porque, aunque me mudaba a otros sitios, siempre regresaba al estar lleno de expatriados”, decía.
Sterne, heroína y siempre independiente, se movía alegremente con aquellos que, al igual que ella, harían historia. Entre enero y febrero de 1938 expone con collage, una técnica que había emergido del seno cubista por iniciativa de Juan Gris o Pablo Picasso, pero sobre todo por parte del primero, en el Salón de los Independientes de París. Una muestra organizada por Bretón y supervisada por Marcel Duchamp, que contó con la colaboración de Salvador Dalí, Man Ray o Max Ernst, entre otros, en la Galerie Beaux-Arts –Rue du Faubourg Saint-Honoré– propiedad de Georges Wildenstein. En total, participan 60 artistas, entre los que destacan Alberto Giacometti o Georgio de Chirico, de 14 países y se expusieron casi 230 objetos.
Allí conocería a través de Bauner a la coleccionista Peggy Guggenheim. Aún no había estallado la II Gran Guerra Mundial, pero la americana ya era conocida entre los artistas de vanguardia por su galería londinense Guggenheim Jeune. “Era una mujer muy, muy interesante. Altamente personal, original, independiente, con una mente propia. Con el talento para detectar la calidad, tanto en los seres humanos como en el arte”, decía de ella Sterne.
II Guerra Mundial y huida a EEUU en 1941
Con la guerra, el nazismo avanzando, la pintora vuelve a Rumanía donde ve de cerca su propia muerte y las matanzas de los pogromos antisemitas. Europa dejaría de ser un ambiente de referencia en el mundo del arte o la música, los enfrentamientos bélicos frustraban casi cualquier sed de creación, todo era una absoluta desolación.
En 1941 consigue un visado, se va a NYC y, una vez más, los surrealistas, también exiliados en EEUU, la aglutinaron en la exposición de 1942 ‘First Papers of Surrealism’ y en consecutivas muestras en Art of This Century de Guggenheim, galería donde expondría hasta el cierre definitivo y la marcha de la americana a Venecia.
Casada –en segundas nupcias con el exiliado, también rumano, Saul Steinberg desde 1943, viaja en coche por todo EEUU y descubre, no sólo la grandiosidad de NYC, sino también las impresionantes máquinas agrícolas de los Estados menos cosmopolitas. De ahí surgirían sus conocidos “antropógrafos” porque, según decía, “son autorretratos inconscientes de las personas: el aferramiento, el deseo y la agresión que hay en las máquinas están en las personas”.
«Aquí todo es más surrealista que todo lo que imaginan los surrealistas»
Parsons, su marchante de arte y galerista de toda la vida, la ayudaría a exponer en la Wakefield Gallery hasta en dos ocasiones de manera individual –1946 y 1947– y pasa a convertirse, al igual que sus contemporáneos masculinos, en una artista activa y transcendente de la actividad artística de Nueva York, dejando de lado al movimiento surrealista.
“Aquí todo era más surrealista que todo lo que pudieran imaginar los surrealistas. Había un tipo que vendía patos en un establecimiento con forma de pato”, decía Sterne. Efectivamente, la propia ciudad y lo singular de ella y sus habitantes fueron el centro de toda su obra. Me fascinaban incluso los lavabos de EEUU, todo era distinto”, apuntaba. En este aspecto, decía sobre ella a menudo Parsons, «Hedda nunca estaba satisfecha, siempre estaba buscando».
“La intención, el propósito de la pintura o el arte, no es mostrar tu talento sino mostrar algo. Esto es muy importante porque crecí y viví en un período de ego, ego, ego. Y siempre fui anti-ego”, explicaba. Sterne sólo hizo lo que le interesaba porque no tenía que mantenerse. «No tenía la necesidad de gustar a los demás, nunca busqué una galería, sólo tuve suerte, porque, además, era una mujer mantenida, una mujer casada. No tuve que hacer concesiones», afirmaba ella misma.
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