Gervasio Posadas: «Todos los escritores quieren aparentar algo que no son»
"La literatura es un juego de egos constante", declara el escritor
Una novela sobre el fracaso y la impostura del ser
Confiesa Gervasio Posadas que El éxito de mi fracaso parte de la relectura de uno de sus libros favoritos: Gatopardo. Y él, lampedusiano, viendo el final de una época, revela la podredumbre. Lo hace bajo la apariencia de una historia entretenida, la de Gonzalo Montenegro -escritor frustrado y tierno a partes iguales que para comer y pagar la manutención de una hija adolescente se ve obligado a aceptar escribir como negro para un famoso-. A través de él traza un retrato feroz del tiempo que nos ha tocado vivir, en el que el talento ha sido sustituido por la visibilidad, la verdad por el filtro y el éxito por su impostura. De mentiras va la cosa. Y de frustraciones. Y de resentimientos, acaso amarguras que corroen el alma.
Gonzalo es un escritor que pareció triunfar en sus inicios. Después, llegó el desierto, la intemperie del olvido, contemplar que no era nada. Pero lo que de verdad interesa en esta novela no es Gonzalo, sino conocer el intramundo del mercado editorial, la importancia del estar más que del ser, de los saraos, los colegueos y los amores; la presión de lo que gustaría ser, de lo que se espera de nosotros y del éxito y sus consecuencias.
La novela es un transitar por el efecto sísmico que el reconocimiento de Jesús -el mejor futbolista del mundo- provoca en los demás. En torno a él, orbita una familia corroída por la envidia, la frustración, los intereses y el resentimiento; parientes que creen merecer su lugar, tener derecho a una porción, que piensan que lo suyo es cuestión de justicia, que están convencidos de que el talento era gen compartido, incluso que tal vez ellos lo poseían en mayor grado, pero la suerte fue hacia el otro lado.
Gervasio Posadas se adentra en la herida del dolor íntimo de no haber sido bendecido por los dioses, o elegido; lo hace en el marco de un mundo -el nuestro- en el que una estrella del fútbol, un influencer o una novia de postureo cultural puede acumular miles de likes al posar con una portada que jamás abrirá, mientras quien escribe con hondura, con verdad, con oficio, sin seguidores ni padrinos, puede quedarse en los márgenes del sistema.
Ahí está Gonzalo, con su cuenta falsa, atrapado en la necesidad de gustar a su hija. Él solito evidencia que la exposición pública se ha vuelto sinónimo de existencia. Si no estás en las redes, no estás en el mundo; si no acumulas seguidores, no cuentas; si no produces contenido, no eres nadie. Una lógica brutal, binaria, en este fin de época en el que el éxito es visible o no es éxito; en el que cuenta más un posado que un pensado. Y en este delirio, parece que quien no logra ser visto, acaba por dejar de verse a sí mismo.
La novela es también una reflexión casi freudiana: el engaño al otro y (aún peor, más insidioso y devastador) el autoengaño. Sus personajes se maquillan el alma como las instagramers los ojos para un post, para convencer a los demás, pero sobre todo para convencerse a sí mismos de que son felices, de que no les duele, de que no importa. Las construcciones del yo para protegerse de su pequeñez y dependencia. Qué razón tenía aquel casi cincuentañero francés que dijo aquello de «el yo es odioso»… Pensamientos…
La novela muestra con crudeza cómo las redes, que prometían libertad y expresión, han terminado por dictar la tiranía del algoritmo, la del postureo, la del trending topic. ¿Se ha fijado usted? Nadie fracasa en Instagram. Viva las risas, los dientes. Nadie envejece (para eso están los filtros). Nadie sufre. Más risas. Y joyas, y relojes, y coches, y barcos. Y hasta aviones. Y por eso, al no ver el sufrimiento ajeno, el propio se vuelve insoportable.
Gervasio Posadas nos ofrece una galería de personajes frágiles, algunos tiernos, otros mezquinos, pero vulnerables, hondamente humanos. Con su historia nos cuenta cómo la literatura, hoy, tiene que pelear por cada lector como quien mendiga atención en una plaza plagada de acróbatas.
Muchos escritores sienten con desolación que nadie quiere leerlos, que su talento es ignorado, sustituido por la gloria de impostores o de celebridades, todos ellos con más dominio del mundillo que del idioma. Quizá por eso esta novela, disfrazada de sátira, es en realidad una tragedia. La tragedia de vivir bajo la dictadura de lo aparente, de medirnos con yardas que no son nuestras, de confundir la fama con la valía y de descubrir, demasiado tarde, que el mayor éxito no es que nos miren… sino poder mirarnos sin vergüenza.
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