La falta de casta de los toros dilapida otra corrida «estrella» en San Isidro
Una corrida horrorosa por falta de casta y fuerzas de Juan Pedro Domecq ha dilapidado este jueves otro de los carteles «estrella» de San Isidro, en el que solamente Cayetano y Joaquín Galdós han saludado sendas y cariñosas ovaciones.
Un cartel de expectación, que, apelando al tópico, se ha tornado en profunda decepción. El «no hay billetes» en la taquilla confirmaba las ganas que había de ver a Manzanares, uno de los grandes triunfadores de la pasada temporada, a Cayetano, que volvía a Madrid después de cinco años, y al joven peruano Joaquín Galdós, que confirmaba doctorado.
El ambiente previo era el propio de las grandes corridas de feria. Mucha algarabía en los aledaños, ni un alfiler en los tendidos y el Rey Juan Carlos haciendo nuevamente acto de presencia junto a su hija, la infanta Elena.
Estaba todo a punto para vivir lo que todos esperaban que fuera una gran tarde, aunque siempre con la duda de cómo iban a salir los «juanpedros» tras el fiasco de Parladé de hace dos semanas, y, sobre todo, después de que los veterinarios no hubieran aprobado la corrida completa, remendada con uno de Juan Manuel Criado, después de haber revisado hasta 13 toros del hierro titular.
Y, a vueltas con el refranero y apelando a aquello de que lo que mal empieza, mal acaba, la tarde ha acabado transcurriendo por los derroteros del aburrimiento y el desencanto, precisamente por lo poco que se prestaron los de Domecq, escasos de presencia, mansos, apagados y ayunos de fortaleza.
Las birrias que demandan las «figuras» de ahora han agotado la paciencia del espectador, sumido en un frustrante letargo, que, en lo positivo, solamente ha durado dos horas clavadas.
Y es que sin toro es imposible el espectáculo. ¿Culpables? Todos. Desde la empresa que compra una corrida de escaso trapío, al ganadero por enlotar lo supuestamente mejor de su cabaña para esta temporada, a los toreros por demandar semejante ofensa a la casta.
Y si hubiera que anotar algo reseñable en la tarde ha tenido lugar, precisamente, en el «remiendo» de Criado, que sin ser un dechado de cualidades, al menos, se ha prestado algo más. Cayetano ha logrado aquí los pasajes más entonados de la función en un primer tramo de faena de suavidad, empaque y sentimiento en el toreo a derechas.
Pero también ha sido un espejismo que pronto se disiparía, pues el animal no ha tenido continuidad para que aquello rompiera de verdad y, en consecuencia, la labor de Cayetano ha ido apagándose también como una vela. Su primero, en cambio, ha sido un «juampedro» con menos fuerzas que una coca-cola abierta, y, por consiguiente, Cayetano no ha pasado de las probaturas.
El toro de la confirmación de Galdós, aún siendo muy soso y sin acabar de humillar, al menos se ha prestado algo más por el derecho. El peruano, todo voluntad, ha evidenciado que posee sentido del temple para robar un par de tandas más que estimables dentro de un conjunto al que le ha faltado unidad y, sobre todo, continuidad. El sexto, para no desentonar, ha sido un toro imposible para el lucimiento por aplomado y moribundo. Galdós aquí ha andado breve.
Manzanares, por su parte, ha sorteado el peor lote con diferencia. El segundo, descastado y sin fuerzas, no le ha permitido salir de las denominadas labores de enfermero; y algo parecido le ha ocurrido en el cuarto, toro muy en el límite de todo, con el que ha pasado sin poder decir nada.
FICHA DEL FESTEJO.- Cinco toros de Juan Pedro Domecq y un remiendo -el quinto- de Juan Manuel Criado.
José María Manzanares, de grana y oro: estocada arriba (palmas); y estocada baja (silencio).
Cayetano, de celeste y oro: pinchazo y estocada (silencio); y estocada tendida (ovación tras aviso).
Joaquín Galdós, de caldero y oro, que confirmaba alternativa: estocada desprendida (ovación tras aviso); y cuatro pinchazos y estocada desprendida (silencio tras aviso).
El Rey Juan Carlos ha presenciado la corrida desde una localidad de la primera fila de los butacones de piedra situados en la meseta de toriles, acompañado de la infanta Elena.
Vigésimo segunda de San Isidro. Lleno de «no hay billetes» (23.624 espectadores) en tarde primaveral.
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