Fotografían auroras en Neptuno por primera vez
La carrera espacial en el universo no para. Por primera vez, se han fotografiado auroras en Neptuno. Aquí te dejamos algunos datos.
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Cuando hablamos de auroras solemos imaginar los cielos nórdicos pintados de verde en una noche polar, o los espectáculos luminosos de Alaska y Escandinavia que cada año atraen a miles de viajeros. Sin embargo, lo que acaba de suceder va mucho más allá: por primera vez en la historia, la humanidad ha conseguido fotografiar auroras en Neptuno, el planeta más remoto del Sistema Solar.
El logro no es casualidad. El responsable de esta proeza es el telescopio espacial James Webb, que desde su posición privilegiada y con su sensibilidad infrarroja logró captar un fenómeno que durante décadas había permanecido en las sombras. La imagen resultante, en la que se combinan los datos infrarrojos de Webb con fotografías del Hubble, muestra unas manchas azuladas que revelan el brillo auroral en un mundo a casi 4.500 millones de kilómetros de distancia.
¿Cómo nacen las auroras en un planeta tan lejano?
El mecanismo es, en esencia, parecido al de la Tierra. Partículas cargadas procedentes del viento solar se precipitan hacia el campo magnético de Neptuno. Allí son guiadas hasta su atmósfera superior, donde chocan con átomos y moléculas, liberando energía en forma de luz. Esa danza de partículas es la que pinta el cielo neptuniano con colores que nosotros, gracias al Webb, podemos ver en longitudes de onda infrarrojas.
Pero en Neptuno nada es “normal”. El planeta posee un campo magnético tremendamente extraño: está inclinado unos 47 grados respecto al eje de rotación y además su centro no coincide con el del planeta. Resultado: las auroras no aparecen en los polos, como ocurre en la Tierra, sino en latitudes medias, algo así como si nuestras auroras se manifestaran sobre Sudamérica o el Mediterráneo.
Su color azul profundo, producto del metano en la atmósfera, lo hace inconfundible. Pero más allá de su belleza visual, lo que lo convierte en un planeta fascinante es su campo magnético. A diferencia de la Tierra, donde el campo se alinea con el eje de rotación, el de Neptuno está inclinado casi 47 grados y además está desplazado de su centro. Esa rareza explica por qué sus auroras no se concentran en los polos, sino en zonas de latitudes medias, algo impensable en nuestro planeta.
¿Por qué ha costado tanto verlas?
La sonda Voyager 2, que en 1989 nos regaló las primeras imágenes cercanas de Neptuno, ya insinuó que podía haber actividad auroral allí. Sin embargo, los instrumentos de la época no fueron capaces de confirmarlo. La razón es que la atmósfera superior de Neptuno se ha ido enfriando cientos de grados en las últimas décadas, y las emisiones luminosas se volvieron demasiado débiles para detectarlas con telescopios convencionales.
Ahí es donde entra el Webb, con su capacidad para observar en el infrarrojo y distinguir la presencia de un compuesto clave: el catión H₃⁺. Este ion, que brilla como un marcador químico en presencia de auroras, fue detectado de manera clara en junio de 2023 y permitió, finalmente, confirmar la existencia del fenómeno.
La importancia del hallazgo
Este descubrimiento no es un simple “dato curioso”. Tiene implicaciones enormes:
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Completa el panorama auroral del Sistema Solar. Ya conocíamos las auroras de Júpiter, Saturno y Urano, y Neptuno era la última pieza que faltaba en el rompecabezas.
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Aporta pistas sobre su interior. Al estudiar cómo se comporta el campo magnético podemos inferir la dinámica interna del planeta, un misterio aún mayor porque Neptuno apenas ha sido visitado por una sola misión en toda la historia.
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Inspira estudios sobre exoplanetas. Muchos de los mundos descubiertos fuera de nuestro sistema tienen un tamaño similar al de Neptuno. Comprender cómo funcionan sus auroras puede ayudarnos a imaginar cómo interactúan con sus estrellas.
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Revela cambios climáticos extremos. El hecho de que su atmósfera se enfríe tan rápido plantea nuevas preguntas sobre la evolución de planetas lejanos al Sol.
Una ventana al futuro
Más allá de la belleza del hallazgo, la fotografía de las auroras en Neptuno es un recordatorio del papel transformador que juegan telescopios como el Webb. Si desde aquí podemos observar la luz de un ion en un planeta tan distante, ¿qué no podremos descubrir cuando futuras sondas se aventuren de nuevo hacia los gigantes helados?
Quizá dentro de unas décadas tengamos naves orbitando Neptuno y Urano, observando directamente esos cielos que hoy solo intuimos desde millones de kilómetros. Por ahora, nos quedamos con esta primera postal: una tenue pero inconfundible señal luminosa que confirma que incluso en los rincones más fríos y oscuros del Sistema Solar la naturaleza sigue creando espectáculos de una belleza universal.
Conclusión
Fotografiar auroras en Neptuno no es solo un logro técnico: es también un gesto poético. Es la demostración de que, aunque nos separen distancias inmensas, seguimos siendo capaces de ver y comprender fenómenos que antes parecían reservados a la Tierra. Cada nueva imagen es una invitación a recordar que formamos parte de un cosmos vivo y dinámico, donde hasta un planeta lejano, frío y misterioso puede brillar con luces propias.
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