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Bacterias que comen metales: cómo los microorganismos podrían salvar al planeta

En el mundo de la biología se hacen continuamente descubrimientos. Uno de ellos es el de las bacterias que comen metales. Toma nota.

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  • Francisco María
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Son y no son una novedad las bacterias que se alimentan de materia inorgánica. No son una novedad porque las primeras manifestaciones de vida en el planeta debieron alimentarse de minerales y compuestos químicos, y desde hace mucho sabemos de la existencia de organismos quimiótrofos o quimioautótrofos, que se alimentan de metales.

Hoy la ciencia empieza a aprovechar ese talento natural, y sus posibilidades son enormes. Podrían ayudarnos a limpiar ecosistemas dañados, recuperar recursos valiosos y reducir el impacto de industrias que hasta ahora se consideran difíciles de hacer sostenibles.

Oxidando metales

Uno de los procesos mejor estudiados es la biolixiviación, mediante el cual bacterias como Acidithiobacillus ferrooxidans obtienen energía oxidando metales como el cobre o el hierro. Aunque la minería ya utiliza este método desde hace años para extraer minerales de forma más respetuosa, lo interesante es que sus aplicaciones se están multiplicando. Cada nuevo estudio parece abrir una puerta adicional hacia un futuro industrial más limpio y eficiente.

Se definen como quimioautótrofos aquellos microorganismos que pueden descomponer o reducir metales a través de distintos procesos, y convertirlos en energía, utilizarlos en el metabolismo respiratorio y en otros procesos orgánicos, como es el caso de las bacterias que se alimentan de hierro, y que pueden teñir las aguas de rojo.

Una bacteria descubierta por serendipia

Pero la bacteria que nos interesa no es la del hierro, sino otra que fue descubierta por uno de esos accidentes que, en el mundo de la ciencia, y en el de la divulgación científica, se conoce como serendipia (todos conocemos aquella historia de cómo se descubrió el microondas gracias a unas palomitas de maíz).

Un investigador de Caltech, el Instituto Tecnológico de California, se fue de vacaciones y dejó cierta cantidad de polvo de manganeso en un bote con agua herméticamente cerrado, y al regresar, después de varias semanas, se encontró con que las paredes del frasco se habían oscurecido y el manganeso se había convertido en una sustancia pegajosa.

El doctor Jared Leadbetter no lograba explicarse qué había sucedido, aunque comenzó a sospechar de qué se trataba, de una bacteria presente en el agua que podía alimentarse del manganeso, y procedió a buscarla con la ayuda de Hang Yu.

Actividad orgánica

Desde el descubrimiento en los años 80 del siglo pasado de nódulos de manganeso en las regiones más profundas de los océanos, se sospecha que estos podrían ser resultado de actividad orgánica, aunque no se habían conseguido organismos que pudieran ser capaces de hacerlo, hasta ahora.

Jared Leadbetter y Hang Yu pudieron aislar dos bacterias nuevas para la ciencia: Ramlibacter lithotrophicus y Manganitrophus noduliformans. Esta última es la principal sospechosa de crear unos micronódulos de manganeso.

Aunque todavía falta mucho por estudiar, Leadbetter y Hang ya han propuesto, en el artículo donde anunciaron su descubrimiento, dos posibles procesos o maneras como la bacteria descompone el manganeso y forma estos micronódulos que flotan en el agua, y que tienen un interesante parecido con los nódulos que se encuentran en el lecho oceánico.

Los nódulos de manganeso en el fondo de los océanos

Desde su descubrimiento en la década de los 80, los nódulos de manganeso están a grandes profundidades, 6.000 metros en promedio, y del que hay un cálculo estimado de 500.000 millardos de toneladas.

Estos nódulos no son exclusivamente de manganeso, que constituyen el 27% de la masa, seguidos por un 6% de hierro, y luego por silicio, aluminio y otros minerales.

Estas concentraciones metálicas se forman alrededor de un núcleo, que puede ser un trozo de coral o un diente de tiburón, lo que hace sospechar la presencia de alguna bacteria, como Manganitrophus.

El manganeso se usa sobre todo en la elaboración de acero, y también en otros procesos industriales, por lo que estos nódulos son sumamente codiciados, aunque todavía pueda ser demasiado costoso intentar explotarlos.

Obstáculos y una alternativa increíble, pero todavía lejana

El principal obstáculo es económico y tecnológico: aunque hay ya zonas donde hay grandes concentraciones de estos nódulos, las profundidades son tales que sería demasiado costoso y muy poco rentable tratar de sacarlos; y ambientalmente podría ser un absoluto desastre.

Otra posibilidad sería utilizar las bacterias de las que hemos hablado para hacer los nódulos de manganeso en espacio controlados; pero estamos hablando de una posibilidad muy lejana, y de una tecnología que todavía no tenemos.

Los nódulos que se encuentran en el lecho marino tardaron millones de años en formarse; nosotros no vamos a querer esperar tanto.

¿Podrían realmente salvar al planeta?

Por sí solas no van a resolver todos nuestros problemas, pero sí representan una herramienta poderosa dentro de un enfoque ambiental más completo. Su capacidad para limpiar, transformar y recuperar metales ofrece alternativas menos agresivas y más económicas que los métodos industriales habituales.

Si la investigación sigue avanzando al ritmo actual, estas bacterias que “comen” metales podrían convertirse en aliadas indispensables para combatir la contaminación, gestionar mejor los residuos y evitar la pérdida de recursos naturales. En un mundo que necesita soluciones urgentes, tal vez estos diminutos microorganismos sean parte importante del cambio que buscamos.

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