Visita al taller de Rogelio Olmedo en Son Servera
Prepara una intervención de piezas de grandes dimensiones para la iglesia de Sant Agnes en Colonia, Alemania, este verano
El humor y la imaginación desbordante impregnan una obra escultórica que parte siempre del dibujo
Rogelio Olmedo (Zaragoza, 1966) es un artista aragonés que en 2005 eligió la isla de Mallorca como residencia habitual. En su etapa de formación había residido, primero en su Zaragoza natal, después en Barcelona (donde asistió a las clases de la reputada Escuela Massana), y también en México, adonde acudió con una beca COPCA. Antes de trasladarse a Mallorca fundó un taller de forja artística, La Forja La Una, junto a Raúl Sanz en Poleñino, en plenos Monegros.
Desde ese taller surgieron infinidad de esculturas públicas que pueden verse en diversos puntos de Aragón, como el memorial a M. Giménez Abad, por ejemplo, que se encuentra en Jaca.
Antes que él, otros dos ilustres artistas aragoneses, también nacidos en Zaragoza, habían elegido la isla de Mallorca como residencia habitual:José Manuel Broto y Ángel Pascual Rodrigo. Esta curiosa migración deberá sin duda estudiarse algún día. Quizás tenga mucho que ver la escasez de galerías de arte de la capital aragonesa, algo que siempre me ha llamado la atención, y que denota una falta de interés general hacia el arte contemporáneo entre los habitantes de la ciudad.
No obstante, entre ellos hay muy importantes coleccionistas, como Pilar Citoler o Javier Lacruz, sin ir más lejos. Por otro lado, claro, hace quince años la ciudad de Palma, y la isla en general, acusaban un impulso hacia el arte contemporáneo en verdad singular, y ello también pudo servir de reclamo (me consta que a Broto, por ejemplo, que vivía en París, fue Miquel Barceló quien le convenció de que el lugar con la mejor luz y la mejor vida era su Mallorca natal).
El último decenio, como hemos comentado aquí mismo en otras ocasiones, ha deparado sin embargo una lenta agonía del mundo del arte, ilustrada, por ejemplo, en el permanente cierre de los espacios del Casal Solleric (la tienda de libros, la cafetería, el sótano a medio gas, etc.), quizás dentro de una planificada política de enaltecimiento de otros aspectos culturales más ceñidos con la tradición (ball de bot, cusieres, dimonis de carnaval, etc.),más afines a los políticos que en ese período tuvieron la responsabilidad de la gestión. Veremos si tras las últimas elecciones se recupera el pulso perdido. Esperemos que así sea.
Pero volviendo a la figura de Rogelio Olmedo, su obra, muy centrada en lo escultórico (incluso cuando ejecuta obras de dos dimensiones lo hace desde esa visión espacial, utilizando como lienzo planchas metálicas, por ejemplo), se halla a medio camino entre lo lúdico y lo plásticamente equilibrado, sin obviar un discurso de carácter conceptual sin rencores que la atraviesa y que es necesario conocer para depurarla hasta sus últimas consecuencias.
Se nota siempre que se divierte, y que su imaginación es desbordante. Con un pie de salida puesto en el cómic de su infancia, y con otro en el humor y la felicidad de vivir al máximo cada momento (algo que conecta su obra con la forma de entender la existencia en este Mediterráneo de adopción), Olmedo materializa imágenes que penetran en nuestro inconsciente.
Sus esculturas parten siempre del dibujo; de hecho, esculpe como quien dibuja en el aire. Su formación es el dibujo, y las piezas se van formando desde el boceto, recogiendo capas superpuestas hasta la capa final, que usualmente presenta ricos relieves y matices. En muchos casos una nota de humor descoloca al espectador, como en el caso de ese rinoceronte con zapatos de tacón de color rojo.
Otras series juegan con el espacio vacío con una sencillez de recursos y un acierto en el resultado en verdad sorprendentes. En este caso, en el que se encuentran muchas piezas móviles, se pueden encontrar vestigios de José María Labra, Andreu Alfaro y, claro, Alexander Calder. Otras son construcciones propias del arte cinético, a cuál más curiosa y atractiva.
Pero lo que ahora mismo Rogelio Olmedo se trae entre manos es la intervención, con enormes piezas escultóricas, de la iglesia de Sant Agnes en Colonia, Alemania, cuya inauguración está prevista para el próximo 20 de agosto. Black horses & White rabbits es el título de la intervención, en la que unas enormes liebres blancas, en pleno movimiento, van a ocupar el centro del templo. Recuerdan a las de Barry Flanagan, si bien tanto su acabado como su tonalidad las hace singulares.
Las pude ver en su taller de Son Servera, a medio construir, y verdaderamente me parecieron contundentes, muy impactantes. Seguro que tendrán una magnífica acogida en Alemania.
Aquí, pronto se podrá disfrutar de una muestra individual en su galería nodriza en la isla, que es la alemana Gerhardt Braun. Mucho éxito, pues, para este aragonés que ha optado por la isla como lugar para vivir y trabajar, y que rezuma simpatía y humor y energía positiva por los cuatro costados de su ser y de su obra.
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