Los tsunamis de Carlos Seguí, el ex de Patricia Conde
El empresario mallorquín Carlos Seguí reside en una casa fantástica en las lomas de Son Vida, Palma, una de las zonas residenciales más caras del mundo, con absoluta normalidad. Desde que nació está acostumbrado al lujo y a codearse con gente importante de la empresa o del espectáculo, así que ese entorno en el que se mueve como pez en el agua no le ha condicionado jamás para mostrarse como realmente es. No siempre fue así. Otros motivos menos glamurosos hicieron de él, al menos durante una época, un hombre contrario al de hoy.
Entonces ya nos conocíamos y fui capaz, en ese momento y hoy, de admirar la entereza con la que se enfrentó, al menos públicamente, a unos hechos que le giraron la vida, como si de un calcetín por zurcir se tratara. Carlos había nacido en un entorno privilegiado de la Mallorca más bella que uno pueda imaginar. Sus padres eran por entonces, y hasta hace muy poco tiempo lo fue él junto con sus hermanos, los propietarios de la mítica Granja de Esporles, una possessió en el paraíso de una belleza indescriptible, que la familia mantuvo durante años como emblema.
Ese lugar único lo había adquirido su padre tras una aventura americana que le había convertido en millonario, con una idea muy simple hoy día, pero que entonces triunfó a lo grande. Se le ocurrió organizar torneos medievales, con magníficos caballos, caballeros de brillantes armaduras, escudos heráldicos y lanzas guerreras, en medio de los desiertos que pueblan USA.
La empresa de espectáculos también tuvo sede en Mallorca, en pleno boom turístico, en otra possessió cercana a Palma, Son Amar, que su padre había adquirido junto a sus socios, para triunfar de nuevo. Les cuento todo esto para que entiendan que este hijo de pie noire de Argelia, que tuvo que salir del país cuando la independencia, casi con lo puesto, llegó a vivir como hijo de familia más que acomodada gracias a la locura empresarial de su padre, un virus que parece haberle contagiado genéticamente, pues nuestro cisne rubio de hoy triunfa también y a muy temprana edad en los negocios del lujo extremo, aquel que hace soñar y que está al alcance de muy pocos. Un lujo en forma de casas, que yo defino «de alta costura», ya que desde su situación, arquitectura, materiales y acabados, todo es de máxima calidad.
Su estilo de casas de líneas rectas, de un blanco cáscara de huevo, espacios diáfanos y mobiliario hecho a medida cautivan a todos los que las ven y le han convertido en nómada pues sólo habita en ellas unos meses, lo máximo año y medio, hasta que aparece el comprador que se enamora y la compra para entrar a vivir sin ninguna complicación salvo la burocrática.
Ese chico guapo y rico, que se había casado con una de las presentadoras más famosas de la televisión, Patricia Conde, decidió construir para su esposa una casa a la medida de la pareja y del hijo que esperaban, que hoy ya tiene 12 esplendorosos años. Habían celebrado su boda en la granja de la familia, ya les he explicado, un entorno mágico, casi de cuento, reflejo de la Mallorca más aristocrática y elegante y ya se pueden imaginar la que se lió con el acontecimiento. De repente, dos jóvenes guapos, rubios y aparentemente muy enamorados deslumbraron al mundo del corazón, convirtiéndose hasta su divorcio, un año después, en una de las parejas más perseguidas y admiradas del mundo del colorín.
Carlos enamora todavía hoy con un físico, ya más maduro pero tan perfecto y cuidado como entonces, un outfit deportivo pero siempre impoluto y sobre todo una educación y una elegancia que pocos poseen, seguramente heredados de su elegantísima madre, Pilar García de Oteiza.
Con Patricia tuvo al hasta ahora su único hijo, del que se confiesa absolutamente enamorado, pero también vivió el segundo tsunami de su vida, el que le cambió todo. Un terremoto emocional pero también económico que le hizo dar con la pasión de su vida, la arquitectura de lujo y la venta inmobiliaria especializada. Esa fue su primera venta, pero le siguieron otras, todas las casas que Carlos había habitado en la misma zona, en las que no es raro que, mientras tomamos un delicioso almuerzo que él mismo nos ha preparado, aparezca una familia de posibles compradores, anónimos siempre, a los que trata como si fueran amigos que vienen a ver su nueva casa.
Todo en Carlos es paz exterior y terremoto interior de hiperactividad. Necesita hacer deporte a diario, mañana y tarde, para quemar toda esa adrenalina que le sobra y de esta manera poder acostarse a una hora temprana para afrontar el día después con el vigor que le he llevado al éxito y a lucir un moreno perfecto durante todo el año.
Su otra gran afición es salir a pescar en cuanto se puede, lo que define también su carácter, pues vivió en primera persona el triste tsunami que se cobró 240.000 muertos en el sudeste asiático mientras nuestro cisne rubio estaba allí de vacaciones con amigos. El destino quiso que estuviera en Tailandia, en diciembre de 2004.
Carlos Seguí y sus amigos llevaban 20 días apalancados en las islas Phi Phi, en un bungaló a cinco metros del mar, y decidieron ir a la Full Moon Party. «El día se levantó espectacular. El cielo azul, el mar plano, el sol brillante. Subimos a un ferry para llegar hasta Phuket y cuando estábamos atracando vimos una línea blanca en el horizonte. El ambiente se enrareció. Algunas personas empezaron a gritar. Otras se tiraron al agua. La línea blanca se acercaba más y más. Yo me quería quedar a hacer fotos, pero mi novia me dijo: ‘¡Vámonos de aquí!’. Saltamos del barco, corrimos hacia la carretera y nos subimos a la primera pickup con la que nos cruzamos. Nosotros y otras 20 personas. Nos dejaron en un pueblo del interior y de ahí cogimos un autobús hasta la otra punta del país. «Tardamos ocho horas. No vi ni un muerto. Pero la isla donde estábamos quedó arrasada. Murió el 80% de la gente».
Viaja de Palma a Madrid para estar con su hijo
Nos los contó hace muchos años para Vanity Fair, aunque esa historia ya se la había oído contar en privado en otras ocasiones. Una historia de destinos tan real que al escucharla de sus labios hiela la sangre. El primer tsunami le cambió la percepción de la vida, el segundo la percepción de él mismo. Le dio confianza en sí mismo y le hizo hombre definitivamente, perfecto para ser un padre amantísimo que hoy vive, siempre acicalado eso sí, en vaqueros, por y para Lucas, su ídolo, pero su reto. Cada semana ha de cambiar de ciudad, viajar de Palma a Madrid para poder estar la semana entera con su hijo, llevarlo al cole y comer, cenar, hacer deporte, y desde hace muy poco hablar de chicas, pues la adolescencia parece haberse adelantado en todos los de su generación.
La imagen de Carlos ha cambiado, de pijo sin despeinarse, cool hasta el extremo y siempre rodeado de gente guapa, ha dado paso a la de un hombre igual de atractivo, pero hecho a sí mismo a base de tesón y autodominio. Y sin duda alguien de quien aprender, que falta nos hace a todos. Aprender a no darlo todo por hecho, saber que tarde o temprano llegará el tsunami a nuestras vidas para ponerla del revés. Y sobrevivir a lo que venga para seguir adelante, sin despeinarse, claro.
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