S.O.S en los descuentos
Más que las tablas y el reparto de puntos, escaso para las aspiraciones sevillistas y bueno para el objetivo real de los bermellones, vestidos de color celeste (el de rojo y negro era el árbitro), sobre todo tal y como se había desarrollado un partido en el que, jugando peor que su adversario, gozó de las mejores oportunidades de gol ya en la segunda parte, eso si.
Ni un equipo ni el otro han abandonado la «gripe» que les afecta. El Sevilla estuvo más intenso ante un Mallorca conservador que mantuvo en el campo tres centrales aun por detrás en el marcador sin que, como es natural, la acumulación de zagueros mejorara el rendimiento de su cobertura. Más preocupante resulta que todos los duelos cayeron de parte del anfitrión, más concentrado.
Los de Arrasate, de nuevo con Sergi Darder ausente, exhibían su carencia de ideas para el fútbol combinativo, relegadas a la búsqueda de la cabeza de Muriqi o la carrera de Asano, cuyos méritos no parecen suficientes para dejar a Robert Navarro en el banquillo. Este tardío relevo bien pasada la primera hora del lance cambió la fisonomía del equipo que, tras el descanso, coqueteaba más con encajar su sentencia que de devolver el equilibrio en el luminoso.
García Pimienta cargó el juego de los suyos en la banda izquierda. Vargas encaraba una y otra vez a Maffeo y el japonés muestra su rapidez con la misma efervescencia que la espuma, explosiva en su origen y diluida en segundos. Con Issac perdido entre el trío defensivo formado por Valjent, Raillo y Copete, la ayuda de Mascarell no bastaba para evitar la presencia nervionense en la zona de los sustos. Por fortuna sus cañonazos lejanos carecían de puntería.
Sorprendió la tardanza de los cambios. El Mallorca iba camino del via crucis cuando se movió el banquillo. Navarro, más atrevido, no solo subía la pelota superando a los enemigos que trataban de cerrarle el paso, sino que incluso se plantó dos veces solo ante Nyland, al que no consiguió batir. Pero el dudoso merecimiento andaluz para cantar victoria, se compensó con la misma arma usada para ello. Quien a hierro mata a hierro muere, aunque sobrevivieron ambos contendientes para disgusto del anfitrión e inesperada satisfacción, alegría incluso, del invitado.
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