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En honor a la verdad

Hace tiempo que la verdad dejó de tener valor, si es que lo tuvo alguna vez a lo largo de los veinte siglos y un cuarto que conocemos de la historia de la humanidad. Comencé muy joven, a los 17 años, colándome en las emisoras de radio y presentando programas musicales. Escuchaba a Miguel Soler y Miquel Vives a través de emisoras de onda media cuya reproducción en aquellos aparatos a transistores era espantosa, pero los buenos, de lámparas de filamento y «ojo mágico» eran exclusivas de los mayores.

Valga la introducción porque toda la programación local de la época debía pasar una revisión periódica en la delegación del Ministerio de Información y Turismo que, a veces, era devuelta con algún folio de menos y nunca antes del día siguiente. Solamente los deportes se libraban de aquella incipiente censura, pues nadie osaba escribir más de la cuenta, lo que despertó mi interés por esta sección a la que tuve acceso merced a la confianza del jefe de deportes de Radio Juventud, Miguel Llompart Mora y la puntual gripe de un compañero, Pepe Ramos, al que tuve que sustituir para transmitir un Burgos-Mallorca de segunda división. En resumen, pensé que solo en los programas deportivos uno podía expresar la verdad, aunque fuera la suya y, por supuesto, cuestionable.

La vida me ha demostrado que, lamentablemente, no se pude ir siempre con la verdad por delante, como nos enseñaba mi padre, pero también he podido comprobar que la mentira, como el criminal, nunca gana y, además, es muy fea.

Al dueño del Mallorca, procedente de la América profunda, no le debe gustar mucho el cine. De lo contrario habría tomado nota de la excepcional película de Oliver Stone, «Un domingo cualquiera» que, aunque va de fútbol americano, no de «soccer», comparte muchos elementos comunes, casi todos. Allí se plasma con minuciosa precisión lo que son y lo que quieren los propietarios de los clubs, la ambición de sus ejecutivos, la amalgama de sus jugadores y, por encima de ellos, la figura del entrenador, papel que borda Al Pacino. Y miren, solo se trata de decir la verdad. Véanla, no dejen que se la cuenten.

Si el presidente Andy Kohlberg desterrara el relato más conveniente en beneficio del más real, la gente lo entendería. El único que ha manejado con sinceridad el espinoso asunto, mal enterrado, de Dani Rodríguez ha sido Arrasate. A él, igual que la afición, no costaría nada explicarle que la vaca no da para más, que si no se fichan mejores futbolistas es porque hay que sufragar pérdidas y si algún balance se cierra en positivo no basta para repartir beneficios. Lo del tope salarial, el esfuerzo para blanquear el aspecto de Son Moix o una, no la primera, ampliación de capital para reforzar la plantilla no se lo cree nadie.

Consejos doy que para mi no tengo. Solo es una sugerencia.