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Dueño de una calesa a Armengol: «Sin cruceristas estamos muertos, son los que dejan el dinero»

Francina Armengol y su Govern han tratado durante años de acabar con el principal motor económico de Baleares, el turismo y los cruceros. Con el argumento de que quieren más calidad que cantidad y que es un modelo perjudicial para el medioambiente, la socialista ha hecho gala de una turismofobia que preocupa a comerciantes y autónomos. Y es que la inmensa mayoría de los pequeños y medianos empresarios de las Islas hacen caja durante la temporada alta. Sin embargo, el Ejecutivo balear ha logrado asestarle una dura estocada al sector, al conseguir un acuerdo para limitar la llegada de cruceros.

El pasado 20 de diciembre, la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros (CLIA) y las principales navieras decidieron doblegarse a las exigencias del Govern. Pactaron que a partir de enero de 2022 sólo llegarán tres cruceros al puerto de Palma y sólo uno de estos podrá tener capacidad para más de 5.000 pasajeros. Además, el cupo diario de cruceristas estará limitado a 8.500, lo que se traduce en que las navieras deberán hacer malabares para coordinarse. Si por un casual llegan a coincidir tres cruceros con 3.000 pasajeros cada uno, habrá que ver cómo lo gestionan. Estrictamente, y según el acuerdo, 500 cruceristas deberían quedares en tierra.

Si bien la gran sorpresa fue que las navieras cedieran ante Armengol, la llegada de cruceros se reducirá en un 15% y lo más seguro es que por eso hayan aceptado. Es un pacto de buena voluntad de un sector que sabe que se enfrenta a un «enemigo turismofóbico» que no cesará en sus ataques. Tampoco quieren renunciar al puerto de Palma, así que aceptan un acuerdo que en esencia no les perjudicará tanto. Ahora bien, el daño al turismo de cruceros se encuentra en las pérdidas económicas para los comerciantes y autónomos de la ciudad y Mallorca.

Jose es dueño de una de las muchas calesas que hay en la capital. Como la mayoría de sus compañeros de oficio, acostumbra a estar parado frente a la Catedral de Mallorca. Sus cliente son turistas que quieren un recorrido diferente por Palma, pero sobre todo, son cruceristas. «Si no vienen, estamos bien muertos, porque aquí lo que deja dinero son los cruceros. Están tres horas y se van. Los de los hoteles se tiran 10 o 15 días y no gastan nada. No vivimos de este turismo, vivimos de los cruceristas».

La pandemia ha golpeado con extrema dureza a comerciantes y autónomos. Los socios independentistas y comunistas de Armengol dicen que la crisis del coronavirus demuestra que depender del turismo no es bueno para Baleares. El concepto de la diversificación económica y el cambio de modelo hace años que es un mantra político en las Islas. Ahora bien, critican, pero no aportan solución. Quieren acabar con el turismo, pero no plantean una alternativa. En las Islas hay poca industria y aunque esta pueda crecer, es muy complicado que llegue a convertirse en el modelo predominante, por el factor de insularidad.

Mientras tanto, Jose y muchos de sus compañeros han perdido entre un 80% y un 85% de los ingresos que tenían antes de la pandemia. Por ello, les preocupa que la nueva limitación merme todavía más lo que ganan, pues es su forma de vida. Le pide a Armengol que se deje de limitaciones y que mejor empiece a gestionar. «A cualquier puerto le gustaría tener el turismo de cruceros que llega a Baleares. En vez de tres barcos, tendrían más si pudieran. Pero nosotros no sabemos lo que tenemos».