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EL CUADERNO DE PEDRO PAN

‘Debajo de los pies’, de Eduardo Guerrero, rehén de Los Voluble

El bailaor se subió a las tablas del Auditorium y compartió el escenario con otras bailaoras

Para un incondicional de las artes escénicas, la cartelera de Palma en la franja que va del 31 de octubre al 7 de noviembre nos habrá ofrecido un puñado de propuestas  de elevado nivel tanto en teatro, como en danza y asimismo en música. El Centro Dramático Nacional se acercaba al Teatre Principal para ofrecernos una versión actualizada de El Proceso, de Franz Kafka, con un sorprendente trabajo de Carlos Hipólito en el papel central. 

Dos días después, acudía al Auditórium el bailaor Eduardo Guerrero para presentar Debajo de los pies en el que por primera vez se alejaba de sus monólogos en danza para centrarse en un nuevo capítulo: compartir el escenario con otras bailaoras. Este cambio de registro le daba un especial significado a la nueva visita del gaditano de quien ya hemos visto algunas referencias sobresalientes como El callejón de los pecados y Faro. 

Ahora, cuando escribo, faltan unas horas para que en el club de jazz del Hotel Saratoga se presente el XVI Jazz Voyeur Festival, en presencia de Mark Reilly, histórico vocalista de la banda inglesa de pop-jazz que ya en la noche presentará su Essential en el Trui Teatre. Por último, el martes 7 de noviembre, siguiendo con el cartel del Jazz Voyeur Festival acudirá al Trui Teatre  la joya de esta edición, la cantante estadounidense afincada en Londres, Stacey Kent, considerada la brillante vocalista del jazz-estándar en nuestros días. Precisamente, en el Trui Teatre dará comienzo su gira europea para presentar Songs From Other Places y mientras en el resto de ciudades se cuelga el cartel de sold out, a fecha de hoy Palma va a ser la excepción, salvo un empujón o milagro de última hora.

De todo ello, me permitiré detenerme en la presentación de Debajo de los pies, porque sobre el papel era un momento de especial  trascendencia, y para ser sincero, también porque me sentí especialmente contrariado.

Eduardo Guerrero visitaba por cuarta vez el Ciclo de Danza que organiza el Auditórium de Palma, continuación sui generis de la Gran Temporada de Ballet de Mallorca que marcó un precedente sobresaliente en sus 15 años de vigencia, entre 1996 y 2010, hasta el punto de llegar a ser referente indiscutible en Europa. En sus visitas anteriores, Guerrero  venía a presentarnos sus monólogos en danza, por así llamarlos.

En esta ocasión, en cambio, la razón era otra bien distinta: hacernos partícipes del inicio de un nuevo capítulo en su carrera, porque de eso va precisamente Debajo de los pies. Por fin el bailaor de Cádiz decidía compartir sus inquietudes con otros danzantes, en este caso otras, concretado el desarrollo coreográfico en una suerte de autoría compartida basada en bellos desarrollos plásticos. 

En escena, un batería, un guitarrista, un cantaor, dos bailaoras y él mismo. La idea central del proyecto era poner a dialogar las raíces con alusiones a la danza contemporánea con el fin de «bailar la palabra», según el deseo de él mismo, y en cuanto a la palaba, referirse a poetisas del Siglo de Oro. 

Visto lo visto no parece tener a punto la agudeza creativa para llevar a buen término sus loables intenciones. Empezando por la dispersión de una puesta en escena que combina aciertos creativos con la reiteración de pasos que se recrean en forzar cierta monotonía. Puede aceptarse esa pérdida de tiempo en los comienzos (desnudarse para vestirse con el ropaje que reclamaba el espectáculo), manteniendo tenso y escrupuloso silencio. Ya lo habíamos visto en Salomé, producción de Aída Gómez con dirección escénica de Carlos Saura. También en alguno de los trabajos de Cristina Hoyos.

Metidos ya en materia, entre los aciertos lo que llama la atención es dejar plasmados los pasos en delicados movimientos que mucho tienen de aires de cámara lenta, dibujándose las evoluciones como miradas reflexivas que en realidad son bocetos, ideas, que todavía se encuentran en proceso.

Quise interpretar esa delicada sucesión de pasos suspendidos, como forma de traducir en danza la prodigiosa síntesis del lenguaje que acompaña a la poesía. Sí, era flamenco, atrapado en la permanente reflexión del tiempo y por momentos, aventurando versos en plena ensoñación. Entiendo que son los grandes logros de esta coreografía, compartida y dialogada. Aunque no puede evitar Eduardo Guerrero evadirse de los encuentros para insistir en la soledad expresiva, que hasta entonces definía su autoría y el leitmotiv de su principal seña de identidad: bailar en solitario.

Hay momentos de excelsa belleza compartida, pero Bailando bajo los pies es en definitiva, visto lo visto, un trabajo en pleno proceso de evolución; lo que se entiende habitualmente como un work in progress. En este sentido creo que se han precipitado con el estreno, más todavía, al  confiar el apoyo audiovisual nada menos que a Los Voluble, un colectivo que centra todo su trabajo en la provocación y los mensajes políticos.

Me pregunto, sin ir más lejos, qué carajo pinta la intifada (imágenes proyectadas en el cuadro final) en una propuesta que persigue bailar la palabra y tributar al Siglo de Oro, y lo verdaderamente insólito que esta coreografía se preste al juego, portando los intérpretes en escena pañuelos rojos, mientras una bailaora emerge con lo que cabe interpretar como una mortaja o simplemente un burka.

Aquí es donde la gente de Los Voluble, ligada a la extrema izquierda, va y se entromete en el espectáculo. No entiendo cómo Eduardo Guerrero se ha dejado engatusar en esta manipulación-provocación a través de la cual esta coreografía se convierte en rehén de mensaje político por completo ajeno a la verdadera intencionalidad de Debajo de los pies. El pasado septiembre ya pudimos observarlo en Para cuatro jinetes, coproducción del colectivo  feminista Mucha Muchacha y el Teatre Principal de Palma. Delirante. Y vuelve a suceder lo mismo visto el resultado en Debajo de los pies.

Desaparecidos Antonio Canales y Joaquín Cortés, parecía que el relevo iba a fijarse fielmente en Eduardo Guerrero. No ha sido así. La mediocridad es la tarjeta de visita, y así seguirá siendo mientras se deje engatusar por unos usurpadores del arte en beneficio de una corrección política persiguiendo el realismo socialista, antes que la búsqueda de nuevas formas de expresión.