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Cine

Razones por las que un libro no puede ser mejor que la película y viceversa

Comparar una película con el libro en el que se basa es una constante dentro de la opinión pública; sin embargo, es una crítica insostenible en sus propios fundamentos.

El cine, desde sus inicios, ha ido de la mano de la literatura, bebiendo en incontables ocasiones de sus obras más características. Dos artes diferentes que comparten la facultad de contar historias a través de una película o un libro. Pero, muchas personas tienden a tachar de un nivel cualitativo superior un formato u otro: crítica que carece de sentido y argumentos.

Existen opiniones de todos los colores y nítidos ejemplos que un producto no es, per sé, mejor que el otro. Algunas adaptaciones, como ‘El retrato de Dorian Grey’ (en sus muchas ocasiones) dejaron en evidencia al cine y alzaron el libro como el claro vencedor; otros, como ‘El señor de los anillos’ o ‘Harry Potter’, satisficieron las expectativas de los aficionados y equipararon la calidad de ambos; mientras que, en el caso de películas como ‘El padrino’ o ‘Tiburón’, el libro fue superado con creces en su llegada a las grandes salas.

De esta manera, la diversidad cualitativa depende en gran medida de la habilidad de escritura y la capacidad creativa de los cineastas. Ahora bien, el mero hecho de comparar ambos conceptos ya es una incoherencia en sí misma, puesto que hablamos de expresiones artísticas totalmente diferentes. Puede que las dos cuenten historias; sin embargo, encontramos incompatibilidades en las propuestas narrativas que generan un sobrecogedor vacío argumental a la hora de defender una u otra. Porque, por mucho que la sociedad insista en lo contrario, el cine y la literatura guardan distancias kilométricas.

Recursos narrativos incomparables

La literatura hace uso de la palabra para desarrollar su historia, tomándose su tiempo -páginas en este caso- para hacernos profundizar en la trama y los personajes que nos presentan. Cualquier paisaje, situación o conflicto interno de los protagonistas, tiene los medios para indagar en la propuesta narrativa, dejando en manos de la imaginación del lector todas las imágenes que se van proponiendo. Por lo tanto, los recursos son mucho más extensos y no tienen limitaciones temporales más allá del peso del libro en cuestión.

En el caso del cine, nada de esto ocurre así. La media de duración de una película oscila alrededor de los 90 minutos, teniendo que asentar las bases de la historia, por norma general, en tres actos diferenciados. Si bien es cierto que “una imagen vale más que mil palabras”, el verdadero reto de la narrativa audiovisual reside en la confección de sus personajes. Saber transmitir toda la carga dramática, sin abusar de los diálogos, y dotar a cada uno de los integrantes de la obra de un recorrido argumental carece de las libertades de la literatura, por lo que es imposible que la profundidad de un personaje literario alcance dichos niveles en su adaptación cinematográfica.

En lo que se refiere a la propia trama, si un guionista optase por incorporar todos los elementos que participan en el libro, la duración del filme se haría insostenible. Se debe sintetizar, otorgando mayor relevancia a la coherencia cinematográfica que a la propia fidelidad a su fuente original. Porque, lo que sirve en un formato, se antoja imposible en el otro; habiendo de saber priorizar en los puntos clave que dotarán de calidad a la película, independientemente de lo que el libro nos haya contado previamente.

El trabajo de un guionista y el de un escritor poco tienen que ver. Encontramos claros ejemplos de los efectos de jugar con las leyes de un género en el otro, como es el caso de J.K. Rowling en la escritura de las películas de ‘Animales fantásticos y dónde encontrarlos’, franquicia que en su segunda parte se antoja confusa como consecuencia de la sobrecarga narrativa.

¿Con qué me quedo? ¿Con el libro o la película?

Sabiendo que estamos hablando de obras de arte completamente distantes en forma y fondo, carece sentido seguir haciéndose esta pregunta. Nadie se atrevería a juzgar un cuadro al compararlo con un edificio; tampoco un baile con respecto a su canción: debido a ello, en el caso de las películas y los libros, nos encontramos ante la misma situación.

Para juzgar un filme o, en su defecto, un libro, hemos de basarnos exclusivamente en las reglas que sostienen el nivel cualitativo de cada formato. Es decir, si una película carece de fuerza dramática, las interpretaciones son mediocres, la fotografía o la banda sonora pobres y el guion pésimo, lo más probable es que la cinta sea “mala”. Al igual que una escritura de bajo nivel y una historia sin sentido o interés hará lo propio con la propuesta literaria.

Este debate se remonta a los inicios del séptimo arte y sigue siendo un punto de conflicto cuando una productora decide adaptar a la gran pantalla la obra de algún escritor. Una crítica que se ha de dejar de hacer y sustituir por el criterio independiente que merecen dos de los artes más relevantes en la estructura social contemporánea.