¿Deben ser equiparables los derechos de los animales y los derechos humanos?
‘Animalismo. Animales y personas que comparten derechos’ (Editorial Sekotia) de César Alcalá explica, entre otros aspectos, qué significa formar parte del movimiento animalista. «Significa formar parte del Movimiento de Liberación Animal. Éstos se oponen al uso de animales para investigación, alimento, entretenimiento y textil. El animalista, en estado puro, no debería comer carne, no utilizaría nada fabricado con cuero, no puede llamar mascota al animal doméstico sino miembro de la familia», explica el autor.
Por supuesto, prosigue, debe tener gatos y perros comunes, sin importarles si son o no de raza. «Tampoco pueden limpiar la ropa con la marca Ariel, comer Doritos o beber Coca-Cola. Estas tres marcas han ido vetadas por los animalistas porque, en este orden, experimentan con animales, acusados de deforestación y campañas que afectan el Ártico. Con lo cual ser animalista exige mucho al que quiere serlo».
En este sentido, también en este nuevo libro detalla que muchos animalistas «se conforman» con no comer carne porque dicen: «Quiero tanto a los animales que por eso no me los como». «Y con esta afirmación se dan por satisfechos y sacan pecho ante la causa animalista. Con esto ya se consideran perfectos animalistas. Y, la realidad es que solo son unos aficionados que juegan a ser cool. Pues no deben quedarse ahí. Hay otros pasos a seguir, como dejar de consumir lácteos, huevos y miel», explica Alcalá.
En este sentido, en el libro ‘Animalista’, se relata que la mayoría de la humanidad es especista, aunque no lo saben. «Por definición el especismo es la discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores. Porque ser especista no solo es ser un personaje siniestro. También significa disfrutar de los pequeños -o grandes- placeres que nos ofrece la vida. Uno de estos placeres es la gastronomía. Esta forma parte de nuestra cultura occidental y oriental».
Ante esto nos debemos preguntar, comenta, «¿estamos ante un error de la filosofía? ¿responde esto a esa especie de sentimentalismo social cada vez más invasor? ¿encontramos una respuesta abierta de los animales semejante a la que nosotros les concedemos?».
En definitiva, en este libro el autor revela los excesos de las formulaciones animalistas, que equiparan los derechos humanos a los derechos de los animales; aporta argumentos sólidos para explicar a los defensores del animalismo que sus posturas son desmesuradamente personalistas, y que sus postulados proceden del desconocimiento real de los verdaderos derechos y sus consecuencias.
El autor llama la atención sobre esta tendencia igualitarista, que traslada determinados derechos humanos a los animales. El propósito animalista desemboca en una especie de confusa maraña moral, puesto que de los derechos se derivan responsabilidades que un animal no puede asumir. Los actos de un animal carecen de voluntad, conciencia y libertad y son únicamente fruto del instinto. Frente a esa postura, también existe un animalismo positivo que no comparte el maltrato a ninguna criatura de la naturaleza.
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