Anna Ferrer: “¡Nos necesitamos! No podemos vivir como si viviéramos en una isla”
Presidenta de la Fundación Vicente Ferrer (FVF). Anna Ferrer (Essex, Reino Unido, 1947) enfermó de Covid-19 durante la pandemia, pero jamás pensó en regresar a Inglaterra. “Yo ya soy india, tengo nacionalidad india y de aquí no me muevo. Aquí está mi casa, en Inglaterra sí que sería una extranjera”, relata Ferrer desde las oficinas de la Fundación en Anantapur.
Conoció a Vicente Ferrer en Bombay (India) cuando lo entrevistaba a finales de los años 60 para el semanario ‘The Current’ porque el Gobierno indio quería expulsar al ex jesuita del país por su permanente defensa de los más desfavorecidos. “Ese día me convenció de que si hay una sola posibilidad de erradicar las injusticias y la pobreza en el mundo, debemos hacerlo”, detalla. Con 21 años dejó su trabajo en el periódico y se unió a su causa. Jamás se separaron, se casaron en 1970 y tuvieron tres hijos: Tara, Moncho y Yamuna.
Confiesa Ferrer que tras más de 50 años de trabajo en la India, la vivencia que más feliz le ha hecho es que las personas del mundo rural con las que trabajan sean dueños de sus propias vidas. “Ahora me dicen que ya no se sienten inferiores frente a las personas de castas altas, sino que se sienten iguales. Creen que nacen iguales y que sus hijos tienen las mismas capacidades y talentos que los niños de otras castas. Cuando me contaban esto, de verdad, se me caían las lagrimas”.
Cuando viajé a la India, Anna, las niñas me preguntaban todo el tiempo cuando me casaba porque se sorprendían de que no lo estuviera. Imagino que sigue siendo una pregunta recurrente a los visitantes, ¿no?
Sí, claro, es que en la India todavía el matrimonio es algo muy tradicional, casi como una rutina. Primero tienes una infancia, años de estudios, después te casas o trabajas algunos años y después te casas e, inmediatamente, tienes hijos para más tarde convertirte en abuela. Ese es el ritmo de la India, por eso, cuando tenemos visitantes la primera pregunta que les hacen es, efectivamente, si están casados y tienen hijos o dónde están sus maridos, etc. Esa es la rutina de su vida.
Pero, a pesar de sus preguntas sobre el matrimonio temprano, allí las cosas para las mujeres también han avanzado. Antes no podían tener cuenta bancaria, por ejemplo, y ahora muchas tienen sus pequeños negocios, manejan su dinero y lideran el desarrollo de sus comunidades. ¿Cómo se ve esa evolución desde el terreno?
Cuando miro atrás, durante los primeros 20 años las mujeres no tenían voz ni en sus casas ni en sus comunidades. De hecho, las familias no las reconocían ni siquiera como parte de su familia, sino que nacían e inmediatamente pensaban que esa niña formaba parte de la futura familia de sus maridos. ¡No de las suyas! De hecho, si yo preguntaba a una familia el número de hijos que tenían, sólo contaban con los chicos varones, no con las niñas. Pero hoy en día se ha progresado mucho y son las mujeres de las zonas rurales las que están al frente de este progreso. Son mujeres muy fuertes, con un gran carácter y con grandes capacidades.
Imagino que hay muchas, pero ¿cuál es la vivencia que más feliz le ha hecho?
¡Hay muchas! Pero, mira, el año pasado, mientras celebrábamos los 50 años de la Fundación, estaba hablando con la gente de los pueblos con los que trabajamos y me dijeron que hoy en día no se sienten inferiores frente a las personas de castas altas, sino que se sienten iguales. Creen que nacen iguales y que sus hijos tienen las mismas capacidades y talentos que los niños de otras castas. Pero, además, me decían que por fin sentían tener el control sobre sus propias vidas. De alguna manera, han escrito sus propias historias en una hoja en blanco y para mí que se sientan iguales y que tengan el control de sus vidas son razones para seguir trabajando día a día.
Es muy emocionante oírle contarlo, Anna.
¡Es que es muy emocionante! Cuando me contaban esto, la verdad, a mí se me caían las lagrimas porque ¡son más de 50 años trabajando! Vivían como esclavos en este sistema de las castas, se sentían inferiores y ahora que se sienten iguales, sentí una felicidad inmensa.
¿Recuerda la primera vez que escuchó hablar a Vicente Ferrer en Bombay?
¡¡Me hablas de hace muchísimos años!! (Ríe) Lo conocí en una entrevista, como esta que estamos haciendo ahora, porque Vicente tenía problemas con el Gobierno de la India y había toda una campaña montada con miles de personas para que no lo expulsaran del país. Yo sólo tenía 20 años y estaba trabajando de periodista en ‘The Current’ y estudiando por las tardes, y en esta charla con Vicente vi de inmediato que tenía muchísimo carisma y muchísima fuerza a la hora de convencer a las personas y hacernos ver que nuestra responsabilidad es hacer de este mundo un espacio mejor, no podemos dejar toda la responsabilidad a los Gobiernos. Me convenció, así que ese mismo mes dejé mi trabajo en el periódico para unirme a su campaña. Después, cuando el Gobierno aceptó que Vicente volviera, me fui con él y fui la primera voluntaria. Él me convenció de que si hay una sola posibilidad de erradicar las injusticias y la pobreza en el mundo, debemos hacerlo. ¡Me convenció a mí y a muchísimas personas que le seguimos!
¿Hoy cuántas personas colaboran con la Fundación?
¡Muchísimas! No sólo en la India, también en España, EEUU, Alemania, Inglaterra, etc. Son más de 300.000 personas las que apoyan a la Fundación y creen en nuestro trabajo.
Dice que mientras haya sufrimiento en el mundo, usted seguirá trabajando hasta acabar con ello. Pero, Anna, ¿cree de verdad que eso es posible?
Sí, sí que lo creo. Por ejemplo, en esta pandemia del Covid-19 cuando nadie sabía cómo actuar y los gobiernos locales y los hospitales tenían miedo a aceptar a personas contagiadas de coronavirus, ya que eran como apestados, los médicos y las enfermeras de los hospitales de la Fundación fueron los primeros que aceptaron convertir sus centros hospitalarios en lugares donde tratar el Covid-19 mientras que el resto de los hospitales tenían muchísimo miedo.
Supongo que lo normal era tener miedo, ¿no?
¡Desde luego! Nosotros también teníamos miedo, pero ahora, tras más de ocho meses de trabajo, todo el mundo está muy orgulloso. La Fundación se puso al frente de la crisis y hemos hecho una contribución muy fuerte, creo que tras la pandemia se conocerá mucho más nuestro trabajo en muchos más sitios. Cuando afrontas una crisis tan grande como esta, siempre sales más fuerte y creo que hemos aprendido que no podemos vivir como si viviéramos en una isla. ¡Nos necesitamos y tenemos que ayudarnos los unos a los otros!
¡Y necesitamos también tocarnos!
(Ríe) Sin duda, sin duda. Es muy complicado no tocar alguien cuando te acercas, ¿verdad? Consolar a una persona que está sufriendo sólo con palabras es muy difícil, ¡muy difícil! Ahora tenemos que ver cómo van las vacunas y cómo se desarrolla la situación económica.
Se antoja una situación económica complicada.
Sí, muchas personas han perdido sus trabajos. Pero nuestros socios y padrinos, a pesar de todo, siguen apoyándonos porque, además, es gracias al apadrinamiento que hemos podido actuar como hemos actuado en esta pandemia. Los niños están apadrinados por 10 y 15 años, y todos los fondos están dirigidos al desarrollo de toda la comunidad en todos los ámbitos: mujeres, educación, personas frágiles con discapacidades, campesinos y ecología, etc.
¿Hay algo de la India que le siga sorprendiendo después de tantos años?
Sorpresa quizá no, pero sí que sigo admirando de los indios dos aspectos de sus vidas. El primero es la fuerza de la institución de la familia porque es el pilar de la sociedad. Las ayudas del Gobierno en Seguridad Social no están demasiado formadas y desarrolladas, por lo que siempre es la familia la que ayuda a un primo, una sobrina, etc, en la educación de los niños porque sus familiares tienen sueldos más bajos, por ejemplo. Esta fuerza de la familia la admiro porque creo que la hemos perdido un poco en occidente y sí que está viva en la India. Y el segundo aspecto que admiro es que afrontan las dificultades y las desgracias como una parte más de la vida, no se quedan frustrados, sino que intentan solucionar sus problemas y siguen adelante.
Con respecto a la educación infantil, tan distinta entre la India y países como EEUU o España. ¿Usted qué le diría a los padres que intentan enseñar a sus hijos a vivir con la frustración?
María, ¡qué pregunta tan complicada! Sólo puedo decirles lo que yo veo aquí, y aquí los niños son felices con lo que tienen. Si tienen sólo lo básico están felices, no necesitan más cosas materiales.
¿Va a volver a Inglaterra en algún momento?
Nunca, nunca. Yo ya soy india, tengo nacionalidad india y de aquí no me muevo. Aquí está mi casa, en Inglaterra sería una extranjera.
La India es maravillosa, no me extraña que se haya quedado allí toda la vida.
Se dice que cuando llegas a la India o la amas o no.
¡Entonces soy de las primeras!
Pues esperamos que vengas de nuevo a conocer más cosas.
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