El sueño polifásico: ¿mito o revolución para dormir mejor?
El sueño nocturno es uno de los pilares fundamentales de la salud. Sin embargo, en los últimos años han cobrado fuerza propuestas que desafían la clásica “noche completa” de descanso. Entre ellas destaca el sueño polifásico, un patrón que divide las horas de reposo en varios bloques breves a lo largo del día con la promesa de liberar más tiempo de vigilia y, supuestamente, mantener la mente fresca. ¿Es realmente una fórmula revolucionaria o solo un experimento arriesgado? A continuación, analizamos sus fundamentos, los beneficios que se le atribuyen y los riesgos que advierte la ciencia.
¿Cómo funciona el sueño polifásico y por qué seduce a tanta gente?
El sueño polifásico engloba desde esquemas suaves, como el bifásico (una noche reducida más una siesta), hasta rutinas extremas como las de Uberman o Dymaxion, que se basan únicamente en siestas de 20-30 minutos repartidas con precisión militar. Sus defensores argumentan tres ventajas principales. Primero, más horas despierto (entre dos y cuatro adicionales al día) que se traducen en mayor productividad. Segundo, la posibilidad de incrementar la proporción de sueño REM, fase vinculada con la consolidación de la memoria y la creatividad. Y tercero, la flexibilidad para quienes trabajan en turnos rotatorios o afrontan situaciones de alta demanda, como médicos residentes o pilotos en vuelos de larga distancia.
Quienes incursionan en este método suelen atravesar un periodo de ajuste gradual: las primeras dos semanas implican calibrar horarios y llevar un registro minucioso del nivel de alerta. Además, insisten en la importancia de dormir en una superficie ergonómica donde el cuerpo realmente se relaje. A este respecto, está demostrado que un buen topper puede marcar la diferencia, pues añade soporte y eleva la comodidad del colchón, favoreciendo un descanso profundo sin importar el patrón de sueño adoptado. Lo que carece de evidencia científica es la verdadera eficacia e inocuidad del sueño polifásico, como veremos a continuación.
Riesgos del sueño polifásico
Dormir en bloques múltiples pero breves no garantiza cubrir las necesidades biológicas de reparación celular, equilibrio hormonal y regulación metabólica. Varios estudios alertan de que reducir el sueño continuado por debajo de las 6-7 horas genera déficit acumulativo: disminuye la atención sostenida, entorpece el aprendizaje y eleva los niveles de estrés.
Aunque algunas experiencias personales reportan un pico inicial de euforia o creatividad, los ensayos controlados encuentran que, pasadas pocas semanas, el rendimiento cognitivo se degrada y el riesgo de accidentes se multiplica. Persistir en patrones polifásicos estrictos puede desencadenar alteraciones hormonales (cortisol elevado, desregulación de la leptina), problemas metabólicos (mayor sensibilidad a la insulina, apetito descontrolado) y afectaciones emocionales como irritabilidad o depresión.
¿Qué recomendaciones seguir si deseas probar el sueño polifásico?
Los especialistas en medicina del sueño coinciden en que, salvo circunstancias muy concretas y temporales, la mayoría de los adultos se beneficia más de un descanso monofásico de 7-9 horas de calidad. Si deseas probar, lo más recomendable es elegir la variante bifásica, controlar tus signos vitales regularmente y abandonar el experimento si empiezas a experimentar somnolencia diurna, dolores de cabeza o apatía. Y antes de cualquier cambio radical, conviene consultar a un profesional y recordar que la productividad sostenible nace de un cerebro bien descansado.
En conclusión, el sueño polifásico no es la panacea que algunos pseudoespecialistas proclaman; puede ofrecer soluciones puntuales en entornos laborales extremos, pero como hábito crónico implica riesgos que superan sus beneficios. Priorizar la continuidad, crear rutinas de higiene del sueño y adecuar la habitación sigue siendo la ruta más segura hacia un descanso verdaderamente reparador.
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