¿De verdad estamos haciendo todo mal?
Pues no, pero es la pregunta que se hacen Casado y Mañueco. ¿No? Entonces otra pregunta: ¿Por qué se ha desinflado la euforia inicial del PP sobre una rotunda victoria en Castilla y León? Pues de entrada, y según cuentan los estadísticos, peritos en demoscopia, ha existido un error de concepto. Este: con un voto apreciable por debajo del 30% en toda España es prácticamente imposible la obtención de una mayoría absoluta en esta región. Cuando el PP superaba el 40% nacional en intención de voto, inmediatamente esto repercutía en estas provincias y lograba en ellas una victoria prácticamente arrolladora. Obviamente, ahora no sucede esto, por eso los técnicos imparciales que ha consultado el cronista coinciden en que ha sido una equivocación aventurar el logro de esos 41 escaños que aseguran la absoluta. Pero a este dato sociológico se opuso, en un primer momento, esta constancia: el yerro del ministro Garzón arremetiendo contra agricultores y ganaderos ofrecía un inesperado regalo a los promotores de la campaña popular.
Pero ese desatino no ha dado mucho de sí: en apenas dos semanas la torpeza sectaria del titular de Consumo se desvaneció y el PP no la ha sustituido por algún otro mensaje ganador. Está por ver -y ya falta poco para comprobarlo- si la monumental bronca, el escándalo del voto robado en el decreto sobre reforma laboral, han calado sustancialmente en los electores de Castilla y León. Tendría que ser así. Dicen también a este respecto los técnicos: la movilización no parece que esté siendo demasiado amplia y mucha gente debe haber votado ya; son ciudadanos censados en muchos pueblos que, sin embargo, viven en otros más grandes y desde luego en las capitales de provincia. Esos, y no parece que hayan sido muchos, ya han depositado por correo su papeleta. En cualquier otro país democrático occidental un pucherazo como el del Parlamento desencadenaría una crisis institucional sin precedentes que terminaría con la dimisión urgente de la presidenta del Parlamento, y claro está, con la ruptura del Gobierno de turno.
Aquí, en España, ya se ve que no; estamos acostumbrados a toda la serie de irregularidades que se puedan suponer, a las mentiras procaces de nuestros gobernantes, a su intención de lograr el estallido de las instituciones, a la quiebra del Estado de Derecho y en consecuencia del propio país, que un episodio tan cutre, tan perverso, tan chapucero, tan propio sólo de dictaduras sangrientas como la de Venezuela o Nicaragua, no ha desatado la indignación popular, la salida de las gentes en protesta a las calles para clamar por el exilio político de personajes abyectos como la Batet o su jefe, el psicópata narcisista Pedro Sánchez.
Lo cierto es, en todo caso, que, en opinión de las terminales sanchistas y de algunos estultos analistas del centroderecha, se está dando como perdedor a quien, según todos avances, va a ganar el día 13. Voluntariosamente, el líder del PP está “viviendo” día a día los pormenores de la próxima votación porque él y los suyos está convencidos de que un triunfo suficiente sería para él un anticipo de una venidera victoria en toda España. Quizá la figura sensata y templada, pero nada carismática de Fernández Mañueco está siendo atemperada por el protagonismo full time de su presidente nacional. Algo discutible para quiénes piensan que un triunfo pírrico de Mañueco no ayudaría para nada al logro que persigue Pablo Casado. Pero, no obstante, un dato paradójico más: en las provincias donde se está observando una mayor movilización son en las que mayor presencia está teniendo Pablo Casado. Así lo refieren las muestras parciales.
Cuando se formula a los asesores de Casado la pregunta que encabeza esta crónica, las respuestas son ondulantes: juegan con una observación ciertamente valiosa: el hecho de que todos los sondeos aprecian por lo menos un 20% de ciudadanos indecisos ante el sentido de su posición. La idea de que textualmente “Casado se lo juega todo en estas elecciones”, formulada casi por unanimidad por todo los cronistas, analistas y editorialistas del país, ha calado quizá de tal manera en la dirección del Partido Popular que, en efecto, está gastando parte de su arsenal en la demostración de que precisamente Casado puede salir catapultado de esta citada dominical próxima. Está por ver que esta insistencia en la personalización de Casado pueda desgastar la referencia política de Mañueco, un gobernante castellano leonés en su propia esencia que guarda muy escasas similitudes con la apabullante figura de Isabel Díaz Ayuso, la “baronesa” del PP que más se está implicando en esa campaña. Y por cierto: ¿alguien se ha preguntado también si un biotipo político como el de la presidenta de Madrid encaja en la sobriedad, menos festiva, de los habitantes de la región de la que hablamos? Probablemente no.
A la derecha, o ultraderecha como ustedes quieran, del PP, Vox se está moviendo con extraordinaria habilidad e incluso prudencia. Únicamente está haciendo campaña los fines de semana, y no exhibe demasiado a su candidato García-Guerrero, un burgalés desconocido en Soria o León pongamos por ejemplo, que por sí no arrastra una sola voluntad a su favor. Abascal, sin una sola propuesta que ofrecer pero con el mensaje útil de que “vamos a poner muy difíciles las cosas al PP si no tiene mayoría absoluta”, Olona con su vehemencia sólida, o el boina verde Ortega, entregado al fin de enervar la conciencia patriótica de los votantes, están pasando estos días por las provincias sin romperse ni mancharse; ni tienen que dar cuenta de nada porque nada han administrado hasta la fecha, ni se contienen en tirarse al monte con compromisos impresentables como la salida de la Unión Europea, “nuestra madrastra” dicen, o el barrenamiento de las autonomías tal y como las conciben la Constitución de 1978.
En la coda de la campaña ¿le va a dar tiempo al PP a enmendar, si es que las reconoce, sus equivocaciones? Ganará sin duda el domingo por más que se empeñe el bribón de Tezanos. Es lo que conviene a la Región y por ende a España entera. Asegura uno de los demóscopos con los que ha hablado el cronista: “Un triunfo no es nunca una amarga victoria”. No es mala respuesta a tantas preguntas.
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