El váter

La imagen era efectista: un inodoro rosa descansaba bajo un árbol, en una importante vía barcelonesa. Serían las cinco de la tarde, lo que antes era conocida como una “hora punta”, cuando el tráfico se hace intenso. Sin embargo, la calle Jaime Balmes, con su váter simbólico, permanecía tranquila. Apenas un taxi sin clientes pasaba de vez en cuando, sin su habitual trajín de coches y bocinazos. Me paré frente al cuadro: al fondo, tras la pieza de las soledades fisiológicas, se veía un hotel de cuatro estrellas, cerrado desde marzo y sin visos de un mejor futuro próximo. Inevitablemente, recordé mis tribulaciones literarias sobre este virus, que ya bauticé como “virus para la posverdad”: la corrupción del vigente gabinete de inútiles (no se aclaran ni al redactar un decreto) está en su concepción del ejercicio político, y tiene dos manantiales: el de un populista bolivariano y el de un lúbrico mediático.

No sólo ellos, los dos personajes del momento hispano, iluminan el desastre. Inmaculada Colau, junto a su mano derecha Jaume Collboni, han visto en la llamada pandemia una oportunidad para cumplir ciertos deseos, que no son otros que un iliberal ejercicio del poder. En efecto, unas manzanas más arriba de la calle se instalaron bolardos, que dificultan sobremanera el fluir de los vehículos. También se ocupaban zonas de aparcamiento para poner bicicletas y la vía del autobús provocaba recientemente un grave accidente al ser de sentido contrario al resto del tráfico (un sinsentido).

Hay que felicitarse por la incansable matraca populista de la señora alcaldesa y la labor cooperativa de los socialistas. El PSC no sirve ya ni para gestionar con racionalidad el municipio. Me alejé de tal panorama, pobre Balmes (todavía no le han quitado la calle por conservador, hecho extraordinario), mirando por última vez aquel inodoro, inspiración que es resumen de lo que nos ha quedado a los barceloneses. Les ahorro mayores y escatológicas explicitaciones.