Unos gobernados que no se merecen a sus gobernantes
Iba a escribir de un caso Errejón que, en realidad, es también el caso Yolanda Díaz, el caso Mónica García y el caso Rita Maestre. Un repugnante cuatro en uno. Está de más subrayar que se trata de uno de los mayores escándalos de la historia de España. Pero, como quiera que la actualidad pasa por Valencia, lo dejaré para otro fin de semana. Eso sí, que ni el depredador sexual ni sus cheerleaders se piensen que nos vamos a olvidar de ellos. Ni muchísimo menos, simplemente lo dejamos para mejor ocasión por luctuosas razones obvias. En siete días les daremos lo suyo. Y si no puede ser el próximo finde, le tocará el siguiente o el siguiente del siguiente, pero no van a conseguir que nos callemos, miremos a otro lado o se haga luz de gas.
Yendo al grano he de enfatizar que una catástrofe como la de la provincia de Valencia, con sus derivadas albaceteñas y andaluzas, no es culpa de nadie. Sólo de ese inmisericorde destino que ataca cuando menos te lo esperas y a quien menos se lo merece. Ésas son las reglas del juego en este valle de lágrimas que de manera igual de metafórica que realista describe la Biblia. Y así como me parecieron unos idiotas cósmicos los que acusaron a Ada Colau de los atentados del 17-A de hace siete años por haber retirado los bolardos de Las Ramblas, «la matanza es culpa del que conducía la furgoneta», apostillé yo por aquel entonces, no me cabe otra que tildar de estúpidos solemnes a aquéllos que apuntan con el dedo acusador a Carlos Mazón.
La culpa de estas monumentales riadas, pues, no es de nadie. O, sí, de ese cambio climático que se antoja una obviedad tautológica, es decir, una perogrullada al cuadrado, o del Sumo Hacedor en caso de que exista. Que, con tragedias como ésta, es normal que nos entren dudas. El índice sí es menester usarlo para señalar a quienes se equivocaron en la reacción. Una respuesta tardía, chapucera y errática.
La Aemet no supo prever la que se les venía encima a los vecinos de Paiporta, Chiva y el resto de localidades devastadas por la DANA
La primera responsable de que se haya actuado tarde y mal es María José Rallo del Olmo, presidenta de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), ese organismo que toda la vida de Dios se llamó Instituto Nacional de Meteorología pero que Zapatero se empeñó en rebautizar para borrar ese «nacional» que tanto daño al ojo hace a los que odian la nación más antigua de Europa. La Aemet activó la alerta el mismo martes por la mañana, tarde a mi juicio pero defendible desde el punto de vista técnico. Pero añadió que lo peor pasaría a eso de «las seis de la tarde». El error fue letal toda vez que lo peor estaba por llegar en esa hora teóricamente límite. El tsunami de dos metros de altura se desencadenó entre las ocho y las diez de la noche, circunstancia que los expertos no supieron vaticinar. La gente se confió y pasó lo que pasó. El que no avisa es un traidor y campeona de los traidores fue la Aemet.
Intentar asesinar civilmente a Carlos Mazón es, sencillamente, miserable por falsario. Si los que manejan el radar te indican que la situación se normalizará a las seis de la tarde, tú, político, presidente de la Generalitat, dirás que las aguas volverán a su cauce a las seis de la tarde. No se le pueden pedir peras al olmo. El dirigente popular es licenciado en Derecho, no meteorólogo, físico o pitoniso. «Se espera una disminución de la intensidad de la DANA a las 18.00 horas», apuntó basándose en el pronóstico de los expertos. Vamos, lo que hubiéramos hecho cualquiera. Es como si yo le digo al médico que me va a operar la rodilla por dónde tiene que meter el bisturí y cómo he de hacer la recuperación. Más al contrario, le rogaré que me pinche el propofol cuanto antes para que haga su trabajo y sanseacabó.
Al Gobierno de la Comunidad Valenciana sí se le puede y se le debe echar en cara que mandase los mensajes de alerta a los móviles más tarde de lo necesario. Se lanzaron a las ocho de la tarde. En su descargo hay que admitir que si la Aemet te concreta que la alerta roja desaparecerá a las seis el margen de maniobra se estrecha. Nuevamente, hay que acordarse de la presidenta de una Aemet que no supo prever la que se les venía encima a los vecinos de Paiporta, Chiva y el resto de localidades que se asemejan en nivel de destrucción a las grandes urbes de Ucrania.
Se intenta fusilar al amanecer a Mazón olvidando que la propia delegada del Gobierno en la región, Pilar Bernabé, afirmó exactitamente lo mismo en À Punt Ràdio: «La previsión de esta alerta roja es, en principio, hasta las seis de la tarde. Eso no obsta para que pueda alargarse porque la previsión es que haya lluvia todo el día». «Lluvia» nada tiene que ver con el diluvio universal que se cernió sobre los municipios limítrofes con la capital valenciana. Es de justicia, sin embargo, reconocer el impecable papel institucional de la delegada socialista que hizo lo que tocaba: aparcar la ideología para comparecer ante los medios mano a mano con Carlos Mazón.
Pedro Sánchez, como no podría ser de otra manera, es el mayor culpable de una respuesta exigua y a deshora ante una tragedia de tal magnitud
La Aemet, como todas las instituciones con Sánchez politizada hasta la náusea, la pifió igualmente a la hora de calibrar el número de litros por metro cuadrado que se desatarían sobre Valencia: hablaban de «entre 150 y 180» y finalmente fueron hasta 500. Un experto francés, Nahel Belgherze, el gran gurú europeo en la materia, hablaba el martes a primera hora de la mañana de «más de 400». Curioso que prácticamente ningún medio de comunicación haya ajustado cuentas con el organismo que dispone de más recursos para vaticinar el tiempo.
El Ministerio de Defensa, comandado por una persona seria donde las haya, Margarita Robles, ha arrastrado esta vez los pies. Despacharon 250 efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME), creada por el general Fulgencio Coll, ahora concejal de Vox en el Ayuntamiento de Palma, y luego los tuvieron que aumentar porque a todas luces resultaban insuficientes. Tuvieron que enviar otros 1.300 más al darse cuenta que con dos centenares y medio no tenían ni para empezar. La frase que hacía furor en las redes a media semana lo podía sintetizar más alto pero no más claro: «Novecientos asesores para un presidente y 500 militares para Valencia. España 2024, el Gobierno de la gente se hace llamar».
Sánchez, como no podría ser de otra manera, es el mayor culpable de una respuesta exigua y a deshora. Ayer, cuatro días después de la catástrofe, decidió despachar 5.000 soldados más para sumar 7.500. ¿No podía haber dado el paso el mismísimo miércoles? ¿No era mejor pasarse de efectivos, y luego devolverlos a los cuarteles si los cálculos eran exagerados, que quedarse cortos? La respuesta es tan obvia que me la ahorro para no insultar a la inteligencia de nuestros queridos lectores. Su chulesco «si Mazón necesita más soldados, que los pida» provocaría vergüenza ajena a un vulgar matón de discoteca.
Este desastre sin paliativos ha demostrado que tenemos una ciudadanía superlativa, que somos sin duda la nación más solidaria del planeta
Teniendo en cuenta que España no es una nación belicosa, yo me pregunto: ¿por qué no empleamos más nuestras Fuerzas Armadas en caso de desgracias naturales o para proteger nuestras fronteras? Tener permanentemente acuartelados a los 120.000 hombres y mujeres que componen nuestro Ejército es tirar el dinero. Ni más ni menos, ni menos ni más. No somos los Estados Unidos, Rusia o China, naciones que por evidentes razones necesitan tener a sus guerreros en permanente estado de revista.
La indignación ciudadana sobre el terreno es palpable. La sensación de que el Ejército ha llegado tarde y mal es mayoritaria. Como tampoco nadie entiende que no se echase mano de los helicópteros y aviones de la Fuerza Aérea para lanzar víveres a las zonas cero de los pueblos más afectados. Lugares en los que a día de hoy permanecen aisladas numerosas familias.
A Mazón sí se le puede y se le debe criticar por no haber relevado ipso facto a la consellera de Turismo que exhibió la misma sensibilidad que un farola. Nuria Montes prohibió a los familiares de los fallecidos que acudieran a la morgue improvisada en Valencia para cobijar los cadáveres. «Que se queden en casa, es donde mejor pueden estar», manifestó con tono y rictus chulesco. Más tarde, pidió perdón. Un acto de contrición que está muy bien para el confesionario pero que en política no puede servir para esquivar una dimisión o destitución obligada. Por cierto: ¿qué carajo pinta la titular de Turismo en estas lides?
Sea como fuere, este desastre sin paliativos, el mayor en España desde el Covid y la colza, ha demostrado que tenemos una ciudadanía superlativa, que somos la nación más solidaria del planeta, algo que siempre destacaba Felipe González. Contemplar a decenas de miles de personas de Valencia y el resto de España acudir a Chiva, Alfafar o Paiporta a llevar comida, agua, prendas y mantas, y naturalmente a echar una mano sobre el terreno, pone la piel de gallina y hace que a uno se le salten las lágrimas. Lágrimas que el miércoles rezumaban dolor y ahora orgullo, orgullo de pueblo español, orgullo de un país en el que los gobernados son infinitamente mejores moralmente que sus gobernantes. «Aquí no ha venido nadie», se quejan los afectados. «Sólo el pueblo salva al pueblo», les responden otros en un rapto de sinceridad para la historia.
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