Opinión

Torre Pacheco, el pueblo contra el Estado

La izquierda, cuando no entiende algo, lo etiqueta. Y cuando algo no le conviene, lo desprecia. O criminaliza. Su argumentario de defensa se resume en tres frases wonderful para lobotomizados que luego pegan en sus pancartas mohosas y camisetas de marca blanca. Y así sobreviven mientras haya pesebre que sufragar y vividor que mantener. Conforman la vieja y nueva hornada de zurdos una perfecta generación de estúpidos de hashtag por razonamiento tuitero que no saben diferenciar, cuando parlamentan, indicio de condena ni democracia liberal de democracia popular. Y, claro, acaban en escaños europeos grabando vídeos de odio o sentadas en tertulias como concubinas mediáticas del régimen.

Ha vuelto a suceder, lo de las etiquetas pastoreadas y mantras mononeuronales, a raíz de los acontecimientos producidos en la localidad murciana de Torre Pacheco. Allí, el hartazgo vecinal, que el despotismo iletrado llama racismo, ha llevado a sus habitantes a defenderse ante los ataques masivos, diarios e indiscriminados de una tropa de delincuentes magrebíes patrocinados por el gobierno español, su amo marroquí, las mafias internacionales y oenegés públicas. Un grupo no menor de menores envalentonados que coparían las cárceles del país vecino y que aquí campan como hunos gracias a una izquierda que odia todo lo que signifique España y a parte de una derecha tan complaciente con el problema como moderada en su respuesta, sobre todo cuando hay que plantar los redaños en Europa. El multiculturalismo hace tiempo que resulto un fiasco sólo rentable en las urnas para esa izquierda política de chalet que vive en Galapagar y el Retiro a golpe de presupuesto público. Una izquierda que, en realidad, desprecia a los de fuera, coherente con su tradicional clasismo de moqueta. Para los zurdos de salón, son aves migratorias necesarias para llenarse el bolsillo de subvenciones a fondo perdido. De eso viven los que ven desde la distancia las calles gobernadas por el miedo y el delito.

La realidad, y el discurso, empero, van por otro lado. Quienes sufren la violencia en Torre Pacheco, como en Sabadell, Alcalá de Henares y tantos miles de municipios de toda España, son la gente humilde, ese proletariado de voto transversal que expresa su hartazgo bajo la revolucionaria exigencia de querer pasear por sus barrios y calles con seguridad y tranquilidad. No quieren sufrir el terror patrocinado por aquellos que burbujean con seguridad privada en fortificaciones. Los mismos que hacen leyes para regularizar la delincuencia son quienes han dejado que la defensa de la integridad física y la seguridad corra a manos de particulares, porque el Estado ha desaparecido de las calles. Otro logro del PSOE. Nos arruina a impuestos mientras el Estado, ni funciona, ni está. Un Estado que, en palabras de Rothbard, se ha convertido en una banda de ladrones, compuesta por los individuos más inmorales, codiciosos y sin escrúpulos de la sociedad. Y cuando el Estado abandona al pueblo, la nación se agrupa en consecuencia.

El Gobierno nacional socialista hace acopio estratégico de su inmoral medida, esto es, incentivar la inmigración ilegal y mantenerla con los impuestos que el contribuyente abona religiosamente, para después repartirla por todos los territorios y regiones gobernadas por el PP, a ver si así provoca descontrol callejero, las encuestan hacen subir a Vox y la militancia estabulada de la PSOE se asusta y sale a votar. Todo perfecto en la mente del sanchismo CISterciense. De ese reparto de menas e ilegales, Sánchez excluye al País Vasco, donde los cachorros de Bildu ya ejercen de asturianos de Don Pelayo, y Cataluña, por orden de la racista Junts, que asiste temerosa al crecimiento de la ultrarracista Alianza Catalana, una suerte de Ku Klux Klan con barretina que le está comiendo el voto con la misma fuerza con la que delinque el nuevo votante zurdo. Hemos aceptado que Marruecos nos exporte su vida, sus costumbres, prohibiciones, actitudes, delitos y delincuentes. Y pronto, su historia y geografía, porque anexionarán Ceuta y Melilla, y después Canarias, con la misma tranquilidad con la que exhiben su chantaje al arrodillado Gobierno y a una oposición a la que quieren sumida en la misma parálisis contemplativa y cómplice que nos hace débiles y acaba fomentando la llegada de más ilegalidad y delincuencia a nuestras fronteras.

Ya no hay vuelta atrás. Ante las mafias y el Gobierno que las financia y permite que trafiquen con personas, es preciso recuperar la firmeza determinante del sentido común. Lo ilegal es ilegal, el delincuente es delincuente, y si vienen así, y a eso, su estancia en España debe ser menor que el tiempo que ha tardado en llegar a nuestro territorio. Porque sin seguridad, no hay libertad, y sin leyes que protejan al ciudadano, tampoco hay democracia. Cuando los honrados y valerosos vecinos de un municipio deciden rebelarse, con honor y decencia, ante el abandono institucional de quienes tienen el deber de protegerles y a quienes otorgamos el monopolio de la violencia, es porque ha llegado el momento de asumir que somos un Estado fallido e inane y al borde de ser una nación superada e invadida.