Opinión

La terrible herencia de Montoro

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Como cualquier otro español, más si en el caso es periodista, este cronista ha aprovechado el asueto, ya más pagano que religioso, de la Semana Santa, para hablar con unos y con otros, básicamente, con gentes inequívocamente situadas en el espectro del centro-derecha, que siguen colocados en una resistencia parece que insuperable: «No le perdonamos a Rajoy ni lo que hizo, ni lo que dejó de hacer». Algo tan ambiguo, tan de plastilina, como esto. Si se apura un punto la conversación y se les piden concreciones a los interlocutores, se ponen definitivamente serios, enfadados más bien, y ubican en uno de los ministros principales del ex presidente, Cristóbal Montoro, la culpabilidad principal de su desistimiento hacia el Partido Popular. Dos profesionales muy destacados de Madrid sí me han aclarado el motivo de su enojo. Lo explican sin ambages: «Montoro arremetió contra todo un sector proclive de la sociedad que se había construido un futuro durante toda su vida con el sudor de su frente; nos trató como delincuentes fiscales». No entraremos en más entrañas, pero sí en la coincidencia absoluta de estas opiniones con otra tremenda, descalificatoria, que el propio lunes transmitía al cronista un altísimo dirigente del PP. Afirmaba: «El mal que nos hizo Montoro es indescriptible».

Pero, la verdad: no sólo responsabilizan a Montoro de su resistencia a votar de nuevo al PP. Apuntan desde luego a Mariano Rajoy, que dejó en manos de su revanchista ministro de Hacienda la comisión de todos los desmanes fiscalicidas que se puedan recordar, y se acuerdan también del fracaso de la politica de comunicación de aquel Gobierno en el que su vicepresidenta entonces, Soraya Sáenz de Santamaria, sirvió en la mano a la izquierda más radical de este país -tal y como ahora se está comprobando- el control televisivo. Dicen -y esto sólo pueden ser rumores interesados- que para asegurarse ella misma una cierta inmunidad, algo más incluso que la impunidad, con sus declarados adversarios. Toda esta pléyade de zapatazos perpetrados contra una buena parte, mucha, del usual electorado del PP, aún no están restañados, entre otras cosas, porque son muchas las víctimas de aquellas torpes fechorías las que han encontrado acomodo en el Vox de Abascal con el que, curiosamente, no sienten demasiada sintonía ideológica y sí un afán para hacérselo mirar en una consulta psiquiátrica, de vengarse de quien o quienes destruyeron su bienestar y su confort partidista.

Y en eso están: componen en su mayoría un cuerpo social irreductible, ajeno a la lógica marcada por la necesidad de expulsar al psicópata narcisista (asi lo califican los psiquiatras precisamente) de La Moncloa. Les traigo a colación varias opiniones coincidentes que justifican la apuesta de todos estos votantes por la derecha extrema de Vox: «No nos fiamos de lo que el PP vaya a hacer». Así de claro y concreto. No entran en el examen de cuál es la política de Vox, el partido que tanto parece entusiasmarles, entre otras cosas y, sobre todo, porque no les entusiasma nada. El voto, si se produce en primera instancia el 28 de mayo, no es a favor de nadie, sino en contra de alguien. Es su posición y, anclados en ella, no admiten demasiadas precisiones. La realidad de que Feijóo sea de verdad «otra cosa», y la más segura de que Abascal y sus muchachos y muchachas se estén comportando ahora mismo como muletas del sanchismo (la moción de censura es una prueba, los comportamientos contra Ayuso son otra) parece ser que a esta tropa le traen absolutamente sin cuidado. Dicho sin reparos: les puede el rencor.

Y si ello es cierto, que lo es, ¿qué puede hacer o debería estar haciendo el PP para lograr que vuelvan a su redil todos estos tránsfugas del voto? Existen muchas dudas sobre si el hostigamiento o el ninguneo con que el PP trata a Vox es la mejor terapéutica para conseguir, primero, que Abascal reconozca en Sánchez y no en Feijóo o Ayuso sus adversarios y, además, porque, segundo, esta evidente conducta, no está convenciendo a sus destinatarios fugados. Estos dicen -y también es textual- que «más vale lo malo por conocer que lo pésimo conocido». Y de ahí no salen. Toda esa serie de verdades está alimentada a su vez por la decisión aparente de Vox de hallar en el PP su enemigo a batir. Hace un par de meses parecía que Abascal había renunciado a sustituir al PP en la primogenitura de la derecha, pues bien, otra vez no; ha vuelto a pensar que ello es posible. Lean si no lo que le decía a este cronista un parlamentario: «Nosotros contra el PP». Sin disimulos: o sea, como Monasterio y Ortega en Madrid.

Cuando muchas personas, también las mencionadas anónimamente, se preguntan cómo es posible que con lo que ha hecho Sánchez este malvado individuo sin principios siga teniendo un suelo electoral que supera el 25 por ciento, la respuesta es simple y muy enérgica: porque la izquierda se aparea con los desencantados del PP a la hora de rechazar el protagonismo victorioso del Partido Popular. Es cierto, sin embargo, que la desmovilización creciente en las siniestras filas y su división interna están contribuyendo a que las expectativas políticas del aún presidente y de su cuadra de Frankenstein estén descendiendo por más que las disfracen el pillo de Tezanos o el diario sanchista de la mañana, pero aún concediendo esta realidad, ¿cómo se explica que, por ejemplo, el acusado de mil corrupciones en Valencia, Ximo Puig, continúe acariciando una posibilidad de supervivencia en la Generalidad Valenciana?

Políticos de esta condición, émulos de Sánchez, están preocupados y a la vez satisfechos: uno, porque su partición doméstica no les aventura nada bueno, dos, porque la incapacidad de la derecha para combatir al unísono a este PSOE barrenero, desnortado e inmoral, les llena de esperanza. Igual le sucederá a Cristóbal Montoro: él ya le hizo el servicio a los que ahora probablemente les conceda el voto.