Sólo tenemos ocho premios Nobel, ¿qué esperamos?

Sólo tenemos ocho premios Nobel, ¿qué esperamos?

El gasto en investigación y desarrollo de hoy, que más bien cabría calificar como de inversión, constituye los beneficios del mañana. España, por desgracia, está renunciando a ser un país próspero en los próximos años. Nuestro gasto en I+D en 2017 fue del 1,20% sobre el producto interior bruto (PIB), apenas 14.000 millones de euros. Estamos a una distancia considerable de los países que lideran el mundo. Y nuestro gasto en I+D se ha reducido de manera ostensible en los últimos años. Si miramos atrás, en 2006 nuestro país hacía un esfuerzo en investigación y desarrollo equivalente al 1,17% del PIB. En 2016, ese esfuerzo fue del 1,19% sumando 13.307 millones de euros. Por consiguiente, está claro que no damos la talla en tales menesteres.

Y así se enciende en nosotros una triste luz. Si hoy no nos esforzamos en potenciar la investigación, nos estamos distanciando de la prosperidad económica. EEUU, como tan a menudo repetimos, es la primera potencia económica del mundo y, entre otras cosas, su hegemonía responde a que acumula hasta 2018 casi 300 Premios Nobel, la mayoría en el campo de la investigación. Nosotros, incluyendo a Mario Vargas Llosa, por aquello de la doble nacionalidad, solo tenemos ocho Premios Nobel, la mayor parte obtenidos en Literatura.

Las bajas cifras en investigación en España están sentando las bases para ser, si no lo somos ya, un país esclavizado y subyugado en conocimiento, sin capacidad de reacción científica ni tecnológica. ¡Qué inventen ellos!, sí, pero nosotros dependeremos de ellos, de los que sí inventan. Y en vez de apostar seriamente por investigar, por mimar a nuestros científicos, por cuidar y tutelar el talento, por postularnos seriamente como sede de centros de referencia mundial, de acoger organismos y organizaciones de fuste internacional como la Agencia Europea del Medicamento, somos funestos pioneros en imponer una tasa a las compañías tecnológicas, a esas que marcan el paso de la nueva y disruptiva economía. Realmente, no es que estemos ganando muchos amigos en Silicon Valley por más que se anuncie que España será país de start up y compañías tecnológicas.

De mantenerse esta nefasta tendencia en I+D dejamos de ser competitivos internacionalmente, no seducimos al talento investigador que se pierde y se fuga de España, ni somos capaces de atraer flujos de inversión con lo que se reduce la financiación de las actividades de investigación y desarrollo. Además, se da un envejecimiento demográfico de nuestros líderes científicos como consecuencia del adiós de nuestros jóvenes investigadores. Está en peligro la innovación, la investigación, la formación de prestigio y el papel de España en el concierto internacional. Paso a paso, lenta pero irremediablemente, estamos precipitándonos al abismo… La realidad española marca un camino equivocado. Las inacabables, agotadoras y estériles pataletas de nuestros políticos en el Congreso y el Senado marcan fielmente el pulso de nuestra política económica. Se habla de todo lo banal, de menudencias absurdas, de compadreos y se soslaya lo fundamental: establecer una sólida hoja de ruta para el futuro económico de nuestro país.

Y como esas fatuas imágenes son las que calan entre el respetable, nuestros jóvenes universitarios saben, cada vez ven con mayor claridad, que lamentablemente España no es un país de oportunidades y que nuestro mañana económico está en juego. Huye de acá nuestro buen y más o menos bien formado talento. Nuestros gerifaltes, solo preocupados por sus prebendas, están cegados. Y nuestra economía gradualmente irá perdiendo peso y protagonismo en el concierto mundial. Nos alejamos de la prosperidad y el descenso a una segunda división no está ya tan distante.

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