Una sociedad atónita, languidecida y resignada
Media hora después de que se conociera la estrepitosa noticia de un Sánchez reclamado como testigo por un juez -el mismo juez que investiga si su señora, Begoña Gómez, ha cometido delitos de corrupción (entre otros)-, un amigo cercano de los que aún se indignan (como dice él coloquialmente: «por lo que está pasando») me llamaba por teléfono. No me llamaba para jurar en arameo ante las fechorías que destila la pareja okupa de La Moncloa, sino para vociferar -literalmente, me decía- contra una sociedad, la nuestra, la española, que ya no se conmueve con nada ni por nada, que ha hecho de todas las ilegalidades posibles la normalidad más sostenida.
Queda ridículo a estas alturas, le dije, recurrir a estos dos ejercicios: uno, repasar cómo se expresan los medios extranjeros sobre la caótica y bochornosa comunidad española inerme ante la panoplia de miserias que nos acucian. Tampoco es recomendable, en segundo lugar, porque es una tarea inútil menear a esta sociedad y colocarla delante de su indolencia, de sus inexistentes respuestas a la demolición que sufrimos.
Lo que nos pide el cuerpo es exactamente lo que le respondí, con cajas medianamente destempladas, lo siento, a mi amigo: «¡Déjate de monsergas y de darnos la lata a los que estamos enseñando la carotida enfrentándonos a este canalla gobernante! ¡Dejádnos en paz!». «Al final -le trasmití coloquialmente- sólo estáis esperando, tras este arreón vehemente, a que llegue el viernes para llenar de atascos nuestras autopistas».
«¿Alguien no os ha dicho eso? ¿Alguien no os ha reprochado en serio que lo único que os importe sea reservar mesa de sábado en cualquier mesón turístico?». A Sánchez, este formidable felón que está destruyendo España, partido a partido, le damos absolutamente igual, le traemos exactamente por una higa. En su última aparición parlamentaria se comportó como el chulo y más insoportable de un barrio franchute haciendo comidillas con la ristra de vicepresidentas que le rodean y vitorean, y riéndose de las imprecaciones que le llegaban de la oposición.
Este tipo no tiene remedio. Es -repito- un mísero. Ha construido a sus alrededores un enorme fortín en el que moran sujetos/as que matarían por conservar el queso de su zurrón. El paradigma más redondo de estos paniaguados es ese pobre Patxi López, que siempre ha ido de acólito reverente de su jefe de turno: hace años le llevaba la cartera a su líder a la sazón, Nicolás Redondo, y luego le acuchilló. Luego, al pasar el tiempo, se quiso enfrentar a Sánchez para la Secretaría General del PSOE porque afirmó (está en los anales de nuestro grupo periodístico) que «se trata de un personaje infiable que destruye todo lo que toca». Tenía razón: a
él, pobre hombre, le ha dejado en las virutas.
Ese es el ejemplo. Forman todos una caterva que le soba el lomo al preboste y le festeja cuando barrena el Constitucional o entierra la Justicia del país. Es curioso, a todos estos la sociedad+postrada española les conoce y abjura de ellos, pero no hacen otra cosa, también contra ellos, que clamar inútilmente ante su maldad.
Por eso me enfadé con mi amigo: él y millones como él están asistiendo impávidos al escándalo de una señora que probablemente se ha llevado el santo y la limosna después de organizar saraos en los salones de Moncloa. Aquí lo que huele a basura se aparta de un puntapié de monja y, ¡hala!, a otra cosa, mariposa, que mañana amanecerá peor.
¡Qué ejercicio de nostalgia más estúpido ha realizado mayoritariamente esta sociedad recordando lo que afirmaba este individuo, Sánchez, cuando trataba de guillotinar a Mariano Rajoy! No ha faltado medio alguno que no haya glosado merecida, justamente aquel episodio y que, como Feijóo, le esté exigiendo a este psicópata que se comporte como el «Sánchez del 17 y no como el del 24».
En su zulo la carretera de La Coruña, Sánchez, al tiempo que está haciendo las maletas para largarse a Lanzarote a vivir de gorra de nuestros impuestos asfixiantes (los más grandes de Europa, según ha sentenciado la Unión), mira por encima del hombro al resto de los mortales del país a los que está esquilmando económicamente y socavando su moral, sus buenas costumbres y su decencia.
Esta sociedad atónita, que no se cree lo que le está ocurriendo, se ha transformado al fin en un grupo humano grandísimo que se apaga como Nación sin levantarse contra quien le está agrediendo a diario, quien ha logrado convertir la ilegalidad en la normalidad vigente. Estamos perdiendo el tiempo protestando contra grumetes del poder como Conde Pumpido, el cínico Tezanos o el desaprensivo García Ortiz.
Tampoco debemos gastar un minuto más en denunciar los desmanes que ha realizado la señora Gómez. No; todos ellos son caza menor. Sin Sánchez estarían hundidos en sus madrigueras o saunas. A esta sociedad desconfiada nadie la espabila, porque quizás pretenda que los tribunales y la vida misma se eche encima de Sánchez y su ralea para que él deje de ser este César inmundo que nos gobierna. Todos a la espera plácida de que se convierta en carne de mazmorra.
Déjenme que termine esta larga admonición de forma festiva. Sustituyan el término rey por Sánchez y valdrá: «Rey que non face justicia/non debía de reinar/ni comer pan a manteles, ni con la Reina folgar».
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