Opinión

Sobre ‘incels’ y otros íncubos

  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

Al final de la adolescencia y durante toda la juventud es más frecuente encontrar chicos vírgenes que chicas. No es un fenómeno nuevo, pero ahora está de actualidad debido a la serie de Netflix Adolescencia.

Independientemente de lo que pensemos de ella (un joven asesino de 13 años, blanco, de una familia intacta y con padre, o sea, muy improbable) es interesante el debate. Lo que desde hace algunos años se califica de incel, un acrónimo de célibe y de involuntario, es el summum de la humillación pública y la demonización mediática que se ceba en hombres frustrados e infelices por sus fracasos con las mujeres. Hombres hetero que querrían tener relaciones sexuales, pero no pueden salvo que paguen por ellas. Varones feos, anodinos, gordos, antipáticos, tímidos patológicos o cualquier otra combinación de rasgos que los hagan indeseables para la inmensa mayoría de las mujeres. El psicólogo Robert Henderson, impulsor del concepto de «creencias lujosas» (aquellas que sostienen las élites para diferenciarse de la plebe pero que causan estragos entre la gente más pobre e inculta) afirma en una publicación del pasado 29 de marzo que el 73% de los incels cumplen los criterios de depresión moderada o grave, frente al 33% de los no incels. Que el 67% presenta ansiedad grave o moderada, frente al 38% de los no incels. Que más del 50% ha tenido pensamientos suicidas en las últimas dos semanas y que aproximadamente un tercio de ellos podrían ser autistas. Serían personajes como el pobre pringado pajillero de tu clase de COU o Ignatius J. Reilly, el protagonista de La conjura de los necios.

Bastante distintos del agraciado jovencito de Adolescencia, por cierto. Pero da igual porque lo importante es generar nuevos terrores. Dice Google que un íncubo es un «demonio con apariencia de varón que perturba los sueños de las personas mientras duermen, especialmente a las mujeres, para tener relaciones sexuales con ellas». Sin negar que el mundo incel tiene extremos preocupantes, es en general un pánico moral donde se hiperbolizan infracciones de los códigos sociales y amorosos en la machosfera asociándolas a problemas mucho más graves. Lo pueden ver en la reciente publicidad de un spot de Yves Saint Laurent donde varias mujeres jóvenes se declaran «supervivientes». Pero no del maltrato físico o de la agresión potencialmente letal, sino de relaciones frustrantes con hombres dominantes que las trastornaron psicológicamente. En el origen de la culpa siempre hay un hombre tóxico. Y reconocerlo también ayuda a que se compren bolsos. A veces sugerir el porqué de una situación llega al ridículo, como en Adolescencia, que nos muestra que el padre del joven asesino no tiene amigas y que, a veces, pierde los estribos. Como dice el periodista Ed West en The Spectator, alguno puede establecer una conexión entre el comportamiento típico de quizás el 50-90% de los hombres y una característica, el crimen contra la mujer, por un incel o no, del 0,001%.

El hombre blanco y heterosexual es ahora el nuevo villano. Sobre todo el de clase obrera o subalterna -golpeada por el hundimiento de los trabajos tradicionales y de los sueldos- y alejado de las «creencias lujosas» de sus homólogos más cultivados o ricos. Keir Starmer, primer ministro británico que, aunque ahora merezca alguna atención positiva por su postura decidida frente a Putin y a favor de apoyar militarmente a Ucrania, forma parte de ese Politburó de la «traición de los clérigos», que dice Ed West, necesitado de un nuevo chivo expiatorio. Starmer se ha apresurado a proclamar que Adolescencia será proyectada en todas las escuelas e institutos del Reino Unido.

Pero quizá esto no haga más que aumentar el caos. El psicólogo evolutivo William Costello, tras una exhaustiva investigación, descarta el extendido mito de que los incels son blancos y extremistas de derechas. De hecho, dice, el 42% de ellos pertenece a minorías étnicas y se inclinan, en promedio, hacia el centroizquierda. Lo que complica bastante la narrativa progre habitual, claro. Los incels no tienen una ideología coherente, solo una desesperación compartida «en torno al sexo, el estatus y el rechazo». Y lo estamos haciendo muy mal.