Opinión

Setenta días con Feijóo

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Feijóo cumple setenta días al frente de la Presidencia del Partido Popular. Todo lo que se preveía en Sevilla en el Congreso Nacional del partido, se está confirmando. Feijóo es un político esencialmente previsible. Que se recuerde, sólo ha conmocionado a propios y extraños en una ocasión. Fue cuando hace casi cuatro años decidió renunciar a lo que ahora es: máximo responsable del PP. A toro pasado, cualquier analista imparcial piensa que entonces el hombre acertó de plano. Feijóo es un hombre para trabajar desde la unidad, no desde el tumulto y la división, justo lo que eran las circunstancias anteriores de su formación política. Ya en la incómoda poltrona de su cargo actual se ha asentado en todo los que se anticipaba. Escribo «incómoda» porque, en efecto, es mucho más confortable dirigir una región como Galicia, con absoluta mayoría, que estar en Madrid, donde le silban las balas por las izquierdas. Aún no por las derechas, donde la posición ideológica ha recuperado la estabilidad y sensatez que perdió en los tiempos desgraciados de Pablo Casado y Teodoro García Egea.

Ha cumplido con lo previsible, lo cual no supone que lo que ha hecho no sea incluso pelín revolucionario. Ha tomado las riendas y en el PP de este momento no cabe una sola filtración, algo que, por lo demás, lamentamos profundamente los periodistas, pero celebran los ayudantes del jefe. Hasta febrero, la oposición al PP se formulaba desde el propio PP, ahora no se ha asomado ni un solo con tipo con nombre y apellidos que se haya atrevido a discutir o criticar las decisiones del patrón. Y por cierto, ojo con esta denominación que corría en los tiempos de Fraga y que ya empieza a escucharse en la sede de Génova. Tiene su mérito la imagen de unidad que rezuma el PP porque es lo cierto que algunas de las determinaciones del presidente podrían haber provocado discrepancias más o menos clamorosas. Por ejemplo, la estrategia aparente (tiene muy poco de real) de «mano tendida» al pillastre de Pedro Sánchez. Por ejemplo, las remociones, algunas espectaculares, que ha realizado en los cuadros directivos de la organización. Chitón.

En pocos días, apenas apagados los rescoldos (si es que se apagan) de las muy cercanas elecciones andaluzas, el segundo hombre fuerte del PP, Esteban González Pons, se acomodará con los socialistas para intentar la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Es un puñal que Sánchez, el sujeto más felón que vieron los siglos, clava en el PP a cuenta del escaso respeto que, según él, ¡fíjense lo que da de sí este malhechor!, le tienen los populares a la Constitución. A la espera de lo que pase el 19 en las ocho provincias del sur, habrá que ver como por la diestra del PP acogen Vox y sus voceros, en el más estricto sentido del término, la avenencia de Feijóo a repartirse con el PSOE los renovados magistrados del Consejo. Tampoco esta variación (Casado nunca quiso hablar de la reasignación de puestos) goza de mucha popularidad en amplias capas del PP; son aquellas que la moderación actual del PP no les viene mucho a cuento. No llegan al brutalismo encendido de Abascal y sus muchachos y muchachas que desearían ocupar la Diagonal de Barcelona con los Leopard que estamos enviando a Ucrania. Ya constataremos sin duda cómo reacciona el ala más testimonial, más íntegra de moral, a un texto, el del aborto que, ya lo verán, se declarará conforme a lo previsto en la susodicha Ley. No es de esperar -y no lo esperen- que nadie del equipo de Feijóo vaya a convocar manifestaciones para protestar contra la sentencia.

Y, llegados a este punto, un recuerdo justificado: sólo unas fechas después de que Aznar fuera elegido, también en Sevilla, presidente del Partido Popular, Felipe González le obsequió con un duelo a primera sangre: la convocatoria de elecciones generales. Aznar las afrontó con dignidad y apenas superó en dos escaños los resultados que había obtenido la última vez su valedor Manuel Fraga Iribarne. Ahora, Sánchez promete que no está por la labor de copiar (él, que lo copia todo) la resolución de su antecesor Felipe González, pero ¿qué puede suceder en España si se cumplen los peores pronósticos para el PSOE en Andalucía? Sencillamente, este cronista no prevé la hecatombe del infeliz Espadas y del todo PSOE en general pero, si el caso llegara, ¿podría Sánchez seguir arrebujado en su poltrona de la Moncloa como si no hubiera pasado nada en los comicios del sur?

En setenta días, Feijóo ha levantado los nervios de sus oponentes. La sonrisa forzada de Sánchez, propia de un cínico sin precedentes, con la que se alumbró en el debatillo del Senado, sus mandíbulas apretadas de púgil seriamente tocado, y su altanería barriobajera, indican hasta qué punto, el previsible señor Feijóo le está haciendo verdadera pupa. Quizá se puede afirmar que, con sentarse a la puerta de su despacho y ver pasar los restos de su rival, le basta para llegar a las próximas elecciones en el papel de ganador. Lo que pasa es que el individuo del que hablamos, Sánchez, no es una perdiz saltarina, es caza mayor, y ya se sabe cómo se comportan los cochinos cuando se sienten malheridos. El día 19 empieza para Feijóo su nueva etapa. Él ha agudizado en las últimas horas su estrategia y táctica de oposición, y, dejando para el okupante de La Moncloa, la primacía de los insultos, ha subido un ápice significativo el tono de su confrontación. Lo ha hecho porque ya tiene medido qué porcentaje de votos le atrae un comportamiento así. Desde luego que, por lo demás, el ninguneo a Vox también se hace desde el achique ideológico. Ahí Vox carece de respuesta.