Opinión

El separatismo ‘friki’ debe darnos miedo, no risa

El verano es la época del año en la que sacamos al ‘friki’ que llevamos dentro: nos ponemos bañadores de colores imposibles, atuendos que harían estallar el cerebro a cualquiera que tenga un mínimo de buen gusto, tomamos mojitos de combinaciones absurdas y visitamos bares y disco pubs con actuaciones musicales en directo dignas del peor Museo de los Horrores del Rock. Y los separatistas, como no podía ser de otra manera, también lo dan todo.

Los calores veraniegos nos traen a honorables jubilados y tenderos de todo tipo bailando sardanas con forma de lazo amarillo, como si la vida de Oriol Junqueras o Josep Rull dependiera de la perfección del baile. O a los Pensionistas por la República Catalana destrozando una versión del maravilloso ‘Yellow submarine’ de Los Beatles gritando “groc, groc, groc és el nostre color [el amarillo es nuestro color]”.

En las playas vemos parasoles amarillos, camisetas amarillas, toallas amarillas, chancletas amarillas y bañadores amarillos; activistas secesionistas se ponen en los puentes de las autopistas con ‘esteladas’ y lazos amarillos a cantar “Libertad presos políticos”; en las fiestas mayores se versiona el ‘¡Qué viva España!’ de Manolo Escobar cantando en catalán “esto no es España”; los típicos ‘gigantes’ de los pasacalles llevan lazos amarillos o pancartas a favor de Junqueras y compañía…

Todo muy pintoresco, rozando el ‘frikismo’, y si a uno no le importa demasiado la ideología que transmite, lo puede encontrar incluso divertido. A fin de cuentas, la exageración, la sobreactuación es la base del esperpento, y puede tener su gracia si uno no siente amenazados sus derechos como ciudadano de un país democrático. Las payasadas, aunque sean liberticidas, pueden tener su gracia a la primera impresión.

Pero no podemos engañarnos: aunque muchas de estas situaciones sean ridículas, y nos cause sorpresa ver actuar de forma patética a señores y señoras de avanzada edad, no tienen nada de divertidas. No se engañen, no dan risa, dan miedo, porque el fanatismo que demuestran es infinito. Muchos de estos secesionistas son los mismos que gritan “somos un pueblo pacífico” mientras boicotean los comercios de sus convecinos constitucionalistas o les retiran el saludo. O les dicen a sus hijos o nietos en edad infantil que no jueguen con los niños de padres refractarios al secesionismo. O acosan a los padres que han exigido, vía judicial, enseñanza en castellano para sus hijos.

En los pueblos del interior de Cataluña o se comulga con el separatismo, y con su parafernalia de lazos amarillos y de “libertad presos políticos”, o uno tiene muchos números para convertirse en un apestado social. Hemos vuelto a los tiempos del franquismo en los que la clave para vivir bien era “no te metas en política”. Si no se cuestiona el nacionalismo que invade todos los ámbitos de la sociedad, si no se opina en voz alta la discrepancia con los abusos del secesionismo, las zonas que domina el independentismo son cojonudas. Se come bien, los paisajes pueden ser muy bonitos, hay servicios públicos aceptables y las comunicaciones no están mal.

Los que distinguen entre ‘separatismo friki’ y ‘separatismo serio’ se equivocan, porque son la misma cosa. Gabriel Rufián ahora sale criticando a los del ‘Institut Nova Història’, que son los que defienden que Cristóbal Colón, Miguel de Cervantes o Leonardo da Vinci eran catalanes. Pero lo hace por oportunismo político, para dar a entender que hay un separatismo ‘responsable’, el de Esquerra Republicana, que no tiene nada que ver con el sector más alocado del soberanismo.

Pero no es cierto: el separatismo ‘friki’ ha sido alentado desde los partidos independentistas que dominan las administraciones públicas catalanas. A los de la ‘Nova Història’, como a otros exponentes del sector más radical, como los de Plataforma per la Llengua y su espionaje estilo Mortadelo y Filemón sobre la lengua que se habla en los patios de los colegios, se les ha subvencionado, se les ha dado bola en TV3 y en Catalunya Ràdio, se les ha prestado atención desde los organismos públicos.

Son sus criaturas, porque son lo mismo. Así que la próxima vez que vean a un separatista haciendo el ‘friki’ no se rían mucho. En cinco años podría ser el próximo presidente de la Generalitat. Vean si no el caso de Quim Torra