Opinión

Sánchez, Laporta y Díaz, futbolizar la política, politizar el fútbol

La politización del fútbol es tan antigua como lo es también la del propio deporte rey. En cambio, la futbolización de la política es más reciente y se enmarca dentro de esa tendencia que ha ido creciendo en los últimos años y que algunos llaman polarización afectiva, es decir, la utilización del miedo, el odio y el rechazo visceral al adversario.

Tanto el fútbol como la política tienen algo (o mucho) de confesión religiosa, de credo deportivo o político: mi Dios es verdadero, el tuyo es falso; estos son los fieles, esos los infieles; los míos son los que se salvarán, los otros se condenarán; nosotros vamos al cielo, vosotros al infierno; el bien es lo que yo hago, el mal lo que tú haces.

Y también tienen todo de emoción y nada de razón: primero se emociona uno y luego ni piensa. Si la base de la polarización discursiva es la tríada miedo, odio y rechazo al otro que no siente como yo, la otra cara de la moneda es la disonancia cognitiva: ni escucho ni valoro las razones del contrario. ¿Para qué, si sólo cuentan las emociones?

En cambio, me trago todo el contenido que llega de mi partido o del club de mis amores, como si de una fe trascendente se tratase: pasamos de esas tres emociones básicas negativas a las tres positivas del amor a mis colores, la sorpresa del cambio en mi líder y la alegría de ver ganar a los míos (y, sobre todo, de ver perder a los suyos).

La futbolización de la política ha traído la confrontación, el populismo (los políticos con más seguidores, como Obama, Trump, Obrador, Milei, Iglesias o Ayuso, ya no son personajes públicos, sino populares, según frase célebre de Maradona) y la supresión de la razón en la decisión: todo vale con tal de que ganen los que llevan mi camiseta.

No hay más que echar un vistazo al tacticismo de Sánchez desde el 23-J para hacerse una idea de ello: elecciones generales convocadas en plenas vacaciones, negociación de la amnistía a cualquier precio, gases y cargas contra la extremaderecha en Ferraz e insultos y carcajadas contra la oposición de Feijóo por parte del PSOE en el Congreso.

En sentido contrario, la nueva politización del fútbol está creando una especie de convergencia digital entre ambos campos: uno ya no sabe si está viendo un partido de fútbol jugado por políticos durante las sesiones parlamentarias o escuchando una rueda de prensa en campaña electoral cuando ve las declaraciones tras un partido.

Se copian estratagemas como imponer el relato en la agenda sea como sea, mentir y mentir hasta que la mentira sea verdad, acusar al contrario de los defectos propios, activar el sustrato de creencias previas o dar rienda suelta al híper liderazgo. La polémica del VAR, Laporta y el madridismo sociológico son una buena muestra de ello.

¿Que me acusan de haber pagado a los árbitros durante décadas a través de Negreira? ¡Utilizo la polémica del VAR para acusar a mi rival el Real Madrid de beneficiarse de los arbitrajes! ¿Que me dicen que mis jugadores están obteniendo malos resultados en la Liga? ¡Respondo que la competición está adulterada para taparlo!

¿Que las noticias sobre la investigación judicial aparecen en los medios de Madrid a todas horas? ¡Utilizo declaraciones y filtraciones a los de Barcelona para rebatirlo! ¿Que me imputan delitos graves en la Audiencia Nacional? ¡Me invento a lo Sánchez una campaña en contra de los poderes ocultos del madridismo sociológico capitalino!

Pero la cosa no queda ahí: pancartas al lado del Bernabéu, filtraciones de audios arbitrales, memes segmentados para ridiculizar al contrario, repetición machacona de mensajes efímeros en todas las plataformas y a coro por parte de todos los portavoces posibles (incluso del entrenador), hasta ataques y demandas a youtubers e influencers.

Laporta ha estado en las dos orillas y conoce bien los resortes del poder y la trastienda del fútbol y de la política: no por casualidad ha sido candidato dos veces en las elecciones a la presidencia del Barça (las cuales ha ganado en ambas ocasiones) y también en las del Parlamento de Cataluña (en la segunda salió elegido diputado).

Pero si hay un ejemplo de convergencia total entre política y fútbol, hablando de lo ocurrido en nuestro país el pasado y agitado verano, ese es el caso de la dimisión de Rubiales tras el beso a Jenni Hermoso en la entrega de medallas del mundial de Australia y la explosiva campaña que se desató desde las orillas del poder político.

Ni los 11 principios de la propaganda nazi de Goebbels o los de la comunista de Aleksándrov (en el fondo, idénticas) hubiesen logrado tanto. La vicepresidenta Díaz aplicó la nueva máxima de la comunicación que reza: «una crisis es una oportunidad de oro, no para hacer prevalecer la verdad, sino para inundar de fake news las redes».

Una victoria histórica de nuestra selección para el feminismo que tanto había esperado y ansiado ese momento acabó convertida en una vulgar caza de brujas macartista en la que toda silla valía para lanzarse a la cabeza del contrincante: más filtraciones de vídeos, audios, conversaciones de WhatsApp, denuncias y soflamas desde los atriles.

Al final, pasó lo que tenía que pasar: ya nadie habla de lo bueno, el triunfo para la historia, y sólo nos queda el mal recuerdo de una trama que ha acabado con Jenni Hermoso dando las campanadas de Nochevieja desde la puerta del Sol compitiendo con Cristina Pedroche y no en la cancha de fútbol ganando a su rival Marta Cox.

La trama, sin duda, fue de Óscar de Hollywood, mejor incluso que el que seguramente, en solo unos días, logrará la extraordinaria película La sociedad de la nieve dirigida y guionizada por Juan Carlos Bayona en el Dorothy Chandler Pavilion. Y es que un buen guion es esencial para urdir un relato con los personajes bien definidos y perfilados.

Los arquetipos en storytelling no pueden fallar a la hora de conectar al ciudadano con una historia (porque genera identificación): la heroína, Hermoso (la víctima a la que salvar); la ayudante de la heroína (las compañeras y la propia Díaz); el villano (de la causa, el feminismo), Rubiales; y el ayudante del villano, Vilda (y los que aplaudieron).

Por no hablar de las inflexiones (imprescindibles para darle emoción): el conflicto entre bromear o condenar lo ocurrido; el encuentro con la mentora (abogada del sindicato); los aliados inesperados (Gobierno y medios afines); la prueba (denunciar); la recompensa (cambiar al presidente); y el camino de regreso (a la selección).

Y es que Yolanda ya sabe que polarizar logra movilizar y fidelizar. No en vano, uno de sus admirados líderes globales, Lenin, afirmó, anticipándose al mundo fake: «Hay que estar preparados para mentir, engañar, hacer operaciones ilegales, omitir y suprimir la verdad: una mentira repetida muchas veces se convierte en una gran verdad».