Opinión

Sánchez e Iglesias ofrecen barra libre para las vejaciones a la religión

En una democracia avanzada todas las libertades son capaces de convivir mutuamente entre sí. Mala señal cuando un derecho prima hasta el punto de mermar o coartar el ejercicio de otro. Pero esta sería la consecuencia de la propuesta recogida, a la vez, en los programas electorales del PSOE y de Unidas Podemos: reducir la libertad religiosa en España por la vía más fácil; la del insulto y la ofensa gratuita. La conocida Ley de Seguridad Ciudadana, implantada por el PP, y que ahora las principales fuerzas de izquierda quieren derogar en el caso de que gobiernen en la próxima legislatura, en la práctica sería una barra libre para las vejaciones a las religiones. Cabe señalar que la mal llamada ‘Ley Mordaza’ no limita la libertad de expresión, porque el debate en el plano de las ideas en ningún momento queda restringido por dicha ley. El insulto, la ofensa personal, el ultraje y el escarnio, en cambio, sí que quedan limitados, pero no vemos qué clase de libertad se encuentra en ejercer actos de semejante bajo nivel.

La fijación de un sector de la izquierda española con el hecho religioso es un fenómeno digno de estudio. Con el historial que acumulan a sus espaldas –la persecución religiosa vivida en nuestro país durante la Segunda República y la posterior Guerra Civil, con miles de civiles asesinados, es una de las peores en 2.000 años de cristianismo–, lo lógico sería que quisieran resarcirse de tan vergonzoso pasado haciendo una apuesta por el respeto y la tolerancia. Pero no. De hecho, la impresión es más bien la contraria; la de que quieren perpetuar unos odios y divisiones que, afortunadamente, forman parte del ayer y que, desde luego, no están ni en el presente ni en el futuro de las sociedades avanzadas.

Un autor que sin duda sería del agrado de Sánchez e Iglesias, Karl Marx, sostenía que “la historia siempre se repite primero como tragedia y después como farsa”. Y esta es la impresión que generan propuestas como las recogidas en los programas electorales de sus dos partidos. El empeño por revivir conflictos pasados conduce a un imposible, que genera, efectivamente, la impresión de farsa.